Revista Opinión

Sobre el voto

Publicado el 02 diciembre 2015 por Hugo

Como he comentado esta tarde en el blog de Loam, yo no votaría ni a mi clon, pues no hay nadie que me represente mejor que yo mismo, y a veces ni eso. Nadie ni ningún sistema me puede dar más Bien que el que yo y otros tantos como yo unidos en democracia directa podamos alcanzar por nuestra cuenta. Desde el mismo momento en que mi clon viviera a quinientos kilómetros de mí y se rodeara de personas distintas y viviera experiencias distintas y se viera sometido a condicionantes distintos, dejaría de ver el mundo como yo lo veo y en consecuencia haría políticas distintas. 
La otra opción, la favorita de los megalómanos, sería que yo mismo llegara a la presidencia a través de las urnas e impusiera directamente mi voluntad, sin intermediarios, pero lo que no se dice es que ni siquiera Superman y Jesucristo en una nueva venida conjunta podrían cambiar el mundo. Con su superfuerza o con sus milagros serían capaces de ciertos logros, pero siempre desde arriba, y en cualquier caso los cambios no saldrían de nosotros, sino de ellos, unos extraterrestres. Podrían por ejemplo destruir todas las armas (incluso las piedras y los palos para que no tuviéramos con qué apalizarnos), dar buenos discursos televisados en todos los idiomas y con todos los acentos, vestirse con todos los atuendos regionales, quintuplicar el número de feligreses, reprimir con amor o a hostia limpia a quienes les quisieran aguar la fiesta, quemar todos los registros de propiedad, ponerlo todo patas arriba... Sin embargo, difícilmente podrían cambiar la conciencia y las costumbres heredadas de casi siete mil quinientos millones de personas repartidas por todo el globo, o al menos no por mucho tiempo. Contra las instituciones los propios dioses luchan en vano. Después de los fuegos artificiales seríamos nosotros con nuestro libre albedrío (que en el fondo no es tan libre) quienes tendríamos que gestionar el día a día, probablemente con un mayor nivel de caos y desconcierto que antes, y es ahí donde todo estaría aún por hacer. Un cambio de cosmovisión y de estructuras tan profundo seguiría requiriendo de una gran implicación popular durante generaciones como nunca antes se ha visto. Ellos solos no podrían estar pendientes de todo en todo momento ni aunque se quedaran aquí hasta el día del juicio final, suponiendo que no los crucificáramos antes. La única persona que podría cambiar las cosas desde arriba y convertirnos a todos en seres hipersabios e hiperconectados sería un supertelépata mutante como El Mulo, pero aparte de que tendríamos que confiar en su buen hacer, doble o nada (lo cual...), siempre cabría la posibilidad de que nuevos y diferentes Mulos entraran en escena y todo volviera al punto de partida.
Moraleja: delegar nunca es la solución.
La utopía es ahora, es siempre ahora, es aquí, está siempre aquí. Como Baudrillard afirma utópicas fueron las herejías que proclamaron el fin de los tiempos en la Edad Media, condenadas por una Iglesia que quería mantener su lugar y su tiempo relegando para ello al final de la historia la llegada del Mesías. Aquéllas anunciaron el advenimiento del Paraíso aquí y ahora constituyéndose como comunidades cerradas, iniciáticas, fuera del mundo (real). Por eso fueron exterminadas. Utopistas también fueron los ludditas, que proclamaban la destrucción del nuevo orden maquinista -aceptado en cambio por el mesianismo marxista que proclamaba la parusía en un futuro de condiciones objetivas maduras y hermanándose de repente con la religión cristiana-. Así lo fueron las sociedades salvajes: órdenes implosivos, centrípetos, ensimismados en su irrealidad (...).
Alberto Valero, 2012.
Se me objetará tal vez que la solución que yo sugiero es utópica (en el mal sentido), que no puede practicarse a gran escala y por los siglos de los siglos, y como a determinista social no me gana casi nadie diré que efectivamente así es: nada puede salvarnos, ni siquiera una explosión de conocimiento. Pero yo pregunto: ¿quién es más utópico, quien persigue un imposible con medios coherentes o quien persigue un imposible con medios incoherentes? Los «realistas» dirán que un mundo sin mentiras es imposible, y dirán bien, ¡pero más imposible será si defendemos un sistema intrínsecamente mentiroso! En cambio, ¿no estaremos un paso más cerca, por imposible que fuera recorrer el resto del camino, si rechazamos la falsedad desde el principio?

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