La pillada de Celia Villalobos, jugando al "Candy Crush", vulnera los principios de la ética kantiana
yer, me contó Antonio que vio a Manolo; un viejo amigo que estábamos sin saber de él desde mediados de los noventa. Al principio, no lo conoció. Ya no vestía con camisetas de Iron Maiden ni calzaba botas del ejército. Ni tan siquiera llevaba el pelo largo, ni pendientes de hojalata. Si no fuera porque él, le saludó primero; Antonio nunca lo hubiese reconocido. Ahora, Manolo es un hombre con gafas de pasta, calvo y con barriga. Un cuarentón descuidado – como diría mi abuela si lo viera – de esos que beben carajillo; ojean el Marca y, miran de reojo a las rubias que salen del aseo. Manolo fue nuestro compañero de pupitre en el Instituto Gabriel Miró de Orihuela. Allí estudiamos juntos el antiguo COU de ciencias sociales. La filosofía era nuestra asignatura preferida. Tanto es así, que en la cantina del instituto, mantuvimos largas conversaciones sobre la muerte, la felicidad y las religiones. Diálogos acalorados, que forjaron nuestros cimientos morales y actitudes ante la vida. Pues bien, ese señor de la barra, - calvo y con barriga -, era Manolo; o Manolet, como le llamaba cariñosamente Javier, el conserje del instituto.
Después de reír un buen rato, abrazarse como hermanos y recordar el día en que se les averió el Seat Toledo en las fiestas de San Roque; mis colegas hablaron, largo y tendido, de sus vidas. Manolo le preguntó a Antonio si se había casado. Antonio le contestó que sí; que tenía una niña de diez años y, que se ganaba la vida como profesor de música en la región de Murcia. Manolo, por su parte, se casó, se separó; se volvió a casar y, se volvió a separar. Entre hecho y hecho, dos hijas: Marta y María. Antonio le preguntó por su padre, "el tío Paco". Le dijo que estaba mejor que él; a pesar de los ochenta cumplidos y llevar a sus espaldas: los recuerdos de una guerra civil, cuarenta años de dictadura y miles de Ducados.
Manolo, le dijo a Antonio; que después de licenciarse en periodismo, y harto de buscar trabajo, se diplomó en podología. Hoy, se gana la vida quitando callos de los pies a las Marujas de su pueblo. "En España – le decía – hay más pies con durezas, juanetes y uñas encargadas que lectores de periódicos". Antonio me mandó recuerdos de Manolo. Me dijo que seguía mi blog – El Rincón de la Crítica – y que lo tenía muy enganchado. Tanto es así, que el otro día imprimió un post, que versaba sobre Podemos y se lo leyó a Martínez, un adicto a los debates de la Sexta y, muy crítico con todo lo que suene a Monederos y Errejones.
Manolo, después de licenciarse en periodismo, y harto de buscar trabajo, se diplomó en podología
Tras la anécdota del blog, Manolo y Antonio cambiaron impresiones sobre el debate del estado de la nación. Y a partir de ahí, entraron en un diálogo apasionante sobre Kant y Villalobos. Hasta tal punto que, el camarero de la barra, – en un momento de sosiego -, los miro como miraban a Galileo los correveidiles de su época. Manolo, para que ustedes lo sepan, ha sido un asiduo lector de la obra de Immanuel. Tanto es así, queridísimos lectores, que cuando íbamos al instituto se levantaba a las cinco de la mañana y paseaba por los puentes de Orihuela; como hacía Kant por la Lindenalle de Könisgsberg. Paseaba, cierto, para olvidar a Martina, una vieja novia que le dejó por Julián, el "musculitos" del instituto. Según Manolo, la pillada de Celia Villalobos, jugando al "Candy Crush" en el hemiciclo de los leones, vulnera los principios de la ética kantiana. Como saben, Kant fue el filósofo alemán que dijo aquello de: "obra sólo de forma que puedas desear que la máxima de tu acción se convierta en ley universal". Si todos los diputados – en palabras de Manolet – jugaran a juntar caramelos, en lugar de guardar la compostura y escuchar al compañero, la política se convertiría en una farsa de cara a la galería; donde lo único importante sería pasar de nivel y evitar el Game Over.
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