Revista Libros
Estos apuntes sobre la novela de León Leiva Gallardo han sido cedidos por Sara Rolla. Pese a que nos advierte que se trata de meros apuntes para una ficha, revelan la sutileza y precisión numismática (Borges, of course) de las lecturas de Rolla, cualidades que le permiten plantear, de entrada, un debate sobre la validez de incluir esta novela en el corpus narrativo nacional. Así que consiga por cualquier medio la novela y atrévase a expresar su punto de vista al respecto.
La casa del cementerio (ficha de comentario)
por Sara Rolla
León Leiva Gallardo, según la reseña biobibliográfica, nació en Amapala, Honduras, en 1962, y se educó y vive fuera de este país. Sin embargo, La casa del cementerio (Tusquets, 2008) puede, a mi juicio, considerarse un aporte sustancial a la narrativa hondureña. Este juicio suena especulativo y hasta descabellado, pero quien lea la novela y esté familiarizado con su referente, reconoce, desde las primeras líneas, el habla, el ambiente, la problemática social y cultural de Honduras y, por qué no, una especie de tributo implícito (por amargo, por irónico que resulte) a las raíces del autor. Hay, inclusive, un sentimiento de extranjería en el protagonista que, paradójicamente, también resulta muy representativo de la cultura local (“… siempre guardé distancia, y nunca logré sentirme netamente hondureño”, dice en la página 89). Para quienes procedemos de culturas impregnadas de nacionalismo, es patente ese sentimiento de desapego al ámbito propio que campea aquí.
No hay gratuidad ni ludismo, no hay humor inocente y ligero en ninguna línea del texto. Hay, en cambio, tensión y dramatismo, y denuncia hábil, jamás panfletaria, del papel jugado por Honduras como peón del imperio , con todo el horror que eso conlleva.
Hay una estructura habilidosa y mucha sutileza poética en los títulos de los capítulos, así como abundantes alusiones literarias incluidas en forma sobria y natural. Y, sobre todo, hay un clima opresivo muy logrado, con una visión desesperanzada que entronca con la mejor vertiente de la novela hispanoamericana contemporánea. (Un autor que vino, no sé si arbitrariamente, a mi memoria, en muchas páginas, es Onetti, por esa carga de frustración, agobio y soledad que recorre el texto, por ese ambiente pueblerino asfixiante que enmarca las acciones y, en definitiva, por ese vacío existencial en que está inmerso el protagonista).
En lo estilístico, encontré, al principio, algunos giros idiomáticos que me parecieron “infelices”, por cierta propensión a la retórica (por ej.: “cuando ya había abatido los deslindes del insomnio”, p. 31); pero después, andando el texto, supe perdonarlos (ah, la maestra incorregible, ya olvidada de la genialidad de muchos desprolijos, como Arlt), máxime al encontrar expresiones tan precisas e ingeniosas como ésta: “La cena, provisionalmente, veló los pensamientos”( p. 82).
Excelente novela ésta que, repito, enriquece notablemente la narrativa de este suelo.