Convertir "lo que pasa" (lo que en la equívoca jerga profesional de la comunicación se suele llamar "los hechos") en "acontecimientos" es una tarea que supone dar o reconocer un sentido humano a esos "hechos".
Una tarea que tiene sentido en el ámbito de los saberes "teóricos", filosóficos y científicos, y desde luego en el ámbito "práctico" de las cuestiones éticas y políticas asociadas con la comunicación pública.
Una tarea que presenta su aspecto perverso cuando se pretende encajar "lo que pasa" en estrictos moldes ideológicos técnicamente preelaborados, en puros prejuicios ideológicamente interesados.
Tiene razón El Roto al obligarnos a detenernos por un momento a considerar esta cuestión, en apariencia casi banal. Hace un tiempo, en el libro Comunicación borrosa, escribí algo sobre este mismo asunto:
¿Qué le espera al lector de un periódico hecho de modo que en él prime la "verdad secundaria" de raíz técnica, cuando la inteligencia contemplativa propia de la razón teórica se evapora o se considera un ideal poco menos que imposible de alcanzar?
Le espera, en el mejor de los casos, la posibilidad de conocer la ideología utilitaria contenida en sus principios editoriales.
Eso, si es capaz de observar cuidadosamente el modo de instrumentalizar los sucesos, "lo que pasa en la vida de las gentes". Viendo como sucede que el dar cuenta de algunos de esos sucesos y convertirlos en acontecimientos, acaece según el modo y en la medida en que esa “operación periodística” permita poner de manifiesto tal ideología.
Es decir, la producción de acontecimientos suponga manifestar un sentido que, con independencia de que este presente en aquello de que se habla, “sirva para” convencer a corto plazo a lectores, oyentes o espectadores de que las cosas les irán mejor si juzgan y actúan de esta o de aquella manera.
Quizá esto pueda ser de interés para seguir razonando sobre la aparente aporía que plantea El Roto.
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