Sobre la educación, la felicidad y todo lo demás
Publicado el 28 marzo 2010 por Hugo
En lugar de dejar que el blog coja polvo, he pensado que lo menos que puedo hacer con él es utilizarlo como "cajón de sastre".
Aún más cajón de sastre que antes, quiero decir. Así pues, y a quien pueda interesar, esto es lo que mis ojos han leído (y mi cerebro ha disfrutado) recientemente:
Es verdad que hacía falta algo como este Manifiesto para recordarle al ministro y al Gobierno que todavía hay interés entre los profesores por lo que haya de ser la educación en nuestro país, pero no veo tampoco por su parte [por parte de los que han redactado el manifiesto, se entiende] una actitud abierta y receptiva a las críticas y aportaciones, de tal modo que se puedan incorporar nuevas ideas y propuestas. Pareciera como si hubieran encontrado la piedra filosofal y a partir de ahí no fuera posible ninguna mejora. Yo tengo la sensación de que no es así.
Emilio,
comentario 151.
Las investigaciones han demostrado que, a medida que la gente envejece, da menos importancia a los pequeños fastidios, pues aprende a restarles importancia, a evitar a quien encuentra molesto y a dirigir su vida a objetivos que le resultan importantes y que le recompensan de algún modo. En resumen, con la edad somos más felices que la persona típica de 20 o 30 años de edad.
Pero ¿es consciente la gente de las alegrías que aporta la edad? Cuando mis colegas y yo entrevistamos a un grupo de gente joven y a otro de gente mayor y les preguntamos acerca de su felicidad, las personas de 70 años nos confirmaron que eran más felices que las de 30. Pero cuando les pedimos a las personas de 30 años que predijeran cómo iba a ser su nivel de felicidad a lo largo de la vida, supusieron incorrectamnete que la felicidad disminuye con la edad.
(...) A los jóvenes, que no han experimentado la influencia de la sabiduría sobre nuestro estado emocional, se les puede perdonar que se equivoquen en la predicción de cómo la felicidad va cambiando con la edad. ¿Y las personas que sí han experimentado las alegrías que conlleva la edad? Resulta que, cuando les pedimos a las personas de 70 años que nos contaran cómo cambia la felicidad a lo largo de la vida, nos respondieron que ellos también creían que la felicidad disminuye con la edad. Y eso que son personas que han vivido de jóvenes y de mayores, antes y después de la artritis, por así decirlo. Pero no se dan cuenta de que la sabiduría adquirida compensa de sobra las articulaciones doloridas.
Peter A. Ubel,
La locura del libre mercado, Ediciones Urano, Barcelona, 2009, pp. 168-169.
Tal vez sean la mejor introducción a la filosofía que preconizo unas breves palabras autobiográficas. Yo no nací dichoso. De niño, mi himno favorito era: “Cansado del mundo y con el peso de mis pecados”. A los cinco años yo pensaba que si había de vivir setenta no había pasado aún más que la catorceava parte de mi vida vital, y me parecía casi insoportable la enorme cantidad de aburrimiento que me aguardaba. En la adolescencia la vida me era odiosa, y estaba continuamente al borde del suicidio, del cual me libré gracias al deseo de saber más matemáticas. Hoy, por el contrario, gusto de la vida, y casi estoy por decir que cada año que pasa la encuentro más gustosa. Esto es debido, en parte, a haber descubierto cuáles eran las cosas que deseaba más.
Bertrand Russell,
La conquista de la felicidad, Espasa Calpe, Madrid, 1978 (1930), p. 34.
¿Cómo se puede agotar el autocontrol? (...) eso es muy fácil. El psicólogo social Roy Baumeister describe el autocontrol o toda forma de autorregulación como un "músculo moral", porque, como muestran decenas de experimentos, al igual que un músculo de sangre y carne, cuando se usa se cansa por un periodo de tiempo. En sus experimentos alguien debía ejercitar su autocontrol resistiendo la tentación de comer galletas. Después, dicha persona muestra menos autocontrol, incluso en un terreno completamente diferente de autorregulación como puede ser suprimir una emoción o realizar un ejercicio mental. En respuesta a esto, los psicólogos quieren ver los efectos de debilitar el "músculo moral" en lo que se refiere al consumo.
Cordelia Fine, minuto 16:30.
Es un hecho pues que la mayoría de los niños y niñas, y jóvenes, de la Región de Murcia no han visto nunca la Vía Láctea, desconocen la belleza del cielo nocturno e ignoran expresiones populares, habituales para nuestros padres o abuelos, como el Camino de Santiago (la Vía Láctea), las Tres Marías (el cinturón de Orión) o las Cabritillas (el cúmulo de las Pléyades). Contrasta fuertemente esta situación, y da idea de lo rápido del deterioro del cielo nocturno, con la de hace poco más de dos décadas cuando todavía era visible la Vía Láctea, nuestra galaxia, a escasos kilómetros de Murcia capital. (...) Existe un gran "cordón de luz" que se extiende ininterrumpidamente desde Almería hasta Valencia, y abarca prácticamente la totalidad de las provincias de Murcia, Alicante y Valencia. En el mapa, el gris más oscuro representa las áreas que tienen cielos aún puros en el cénit, pero contaminados hacia el horizonte en alguna dirección y, por tanto, tienen un claro riesgo de dejar de ser puros pronto.
Oficina Verde de la Universidad de Murcia.
Y luego están las danzas en las cascadas de los chimpancés, que son una delicia para quien las presencia. A veces un chimpancé, por lo general un macho adulto, baila en una cascada dejándose llevar por completo (...) ¿Podrían ser la respuesta feliz al hecho de sentirse vivo, o incluso una expresión admirada del animal hacia la naturaleza? ¿Dónde se originan, después de todo, los impulsos espirituales humanos? Jane Goodall se plantea si estas danzas pudiesen ser indicadoras de una conducta religiosa, unas precursoras de los rituales religiosos. Describe cómo un chimpancé se dirige a una de esas cascadas, con el pelo levemente erizado, como signo de una creciente excitación: "Según se aproxima, y aumenta el rugido del agua, acelera el paso, el pelo se le eriza por completo, y una vez alcanzada la corriente puede realizar una magnífica exhibición al pie de la cascada. Erguido, se balancea de forma rítmica sobre uno y otro pie, pateando en las aguas impetuosas y poco profundas (...) Esta 'danza de la cascada' puede durar entre diez y quince minutos". Los chimpancés también bailan cuando comienza a caer una lluvia fuerte y durante los vendavales violentos. Goodall plantea "si no es posible que estas actuaciones vengan estimuladas por unos sentimientos cercanos a la fascinación y el respeto. Tras su baile en la cascada, el animal a veces se sienta sobre una roca y sus ojos siguen la caída de las aguas. ¿Qué es esto, este agua?". Y se pregunta también: "Si los chimpancés pueden compartir sus sentimientos y sus problemas con otros, ¿podrían estas acciones salvajes elementales convertirse en rituales dentro de alguna forma religiosa animalista?¿Adorarían a las cascadas, a los diluvios del cielo, al trueno y al rayo -los dioses de los elementos? Tan omnipotentes; tan incomprensibles".
Marc Bekoff,
La vida emocional de los animales, Altarriba, Barcelona, 2007, p. 58.