Publicado en 1978 en la revista Historia y Vida
Algunos estudiosos han notado que Colón proclama contra viento y marea sus «convicciones» religiosas. Se condujo a ese respecto como los conversos de aquel período, que debían estar siempre atentos a hacer gala de cristianismo. Igualmente notable es su sentido de la familia: se desveló por asegurar medios económicos y cargos honoríficos no sólo a sus hijos, sino a todas las generaciones sucesivas de su descendencia. Actitud en la que muchos han visto un rasgo italiano, pero que es también típica de los hebreos.
LAS PREDICCIONES DE ISAIAS, IMPULSORAS DEL DESCUBRIMIENTO
De los escritos de Colón se desprende que los primeros impulsos para el descubrimiento de nuevas tierras no se formaron a base de cálculos científicos, sino de la interpretación de las predicciones de Isaías, su gran guía espiritual. La mayor parte de los pasajes del Libro de los Profetas que Colón transcribió de propio puño son de Isaías. En sus cartas le cita una y otra vez, particularmente estos dos versículos:
«Sí, se reúnen las naves para mí, con los navios de Tarsis a la cabeza, para traer de lejos a tus hijos con su oro y su plata, para el nombre de Vavé, tu Dios; para el Santo de Israel, que te glorifica.»
«Porque he aquí que voy a crear unos cielos nuevos y una tierra nueva, y ya no se recordará lo pasado ni vendrá más a la mente.»
Después verá en el feliz éxito de su empresa una confirmación de las profecías de Isaías.
Consta, por otra parte, que Colón leyó diversas obras de autores hebreos. Entre otras, la de Flavio Josefo sobre la caída del antiguo Estado judío, y De Nativitatibus, de Abraham ibn Esras.’También una sobre el Mesías escrita por el renegado Samuel ibn Abbas, de Marruecos, ex rabino, de la que transcribió algunos capítulos. Uno se pregunta por qué le interesaron los argumentos de ese apóstata judío. Era por aquel entonces insólito que un cristiano leyera libros hebraicos. Por otra parte, lo que le interesaba a
!*) El texto es un fragmento de la obra de Simón Wle- senthal «Operación Nuevo Mundo. La misión secreta de Cristóbal Colón», que ha sido publicado, en su edición castellana, por Aymá, S.A., de Barcelona. Simón Wle- senthal es el famoso director del centro de documentación sobre judíos perseguidos por el nazismo que posibilitó la detención de Adolf Eichmann y de otros nazis implicados en el exterminio de judíos.
Colón eran los viajes marítimos y la ciencia náutica.
¿COLON, JUDIO CONVERSO?
Otro punto que valdría la pena investigara fondo es cómo se comportó el descubridor de América en cuanto cristiano. De ser un converso, es decir, un judío convertido auténticamente al cristianismo y no un marrano, su actitud religiosa resulta más comprensible. No cabe duda de que conocía a la perfección el Antiguo Testamento, y que las doctrinas del mismo impregnaron su modo de pensar. Recordemos la carta al preceptor del príncipe Juan en que se decía orgulloso de servir al Dios de la casa de David. Pugnó tenazmente para que los Reyes Católicos le autorizaran a ostentar el título de «don». Algunos estudiosos lo atribuyen al hecho de que los judíos no podían llevarlo, por decreto de Juan II de Castilla, promulgado en Valladolid el 2 de enero de 1412.
Cuando Colón, en mayo de 1493, fue ennoblecido, recibió un escudo de armas con una torre y un león: un gran honor, según Salvador de Madariaga, por cuanto eran las mismas figuras del de los reyes de Castilla y León.
Los conocimientos de Colón sobre el judaismo, sus acotaciones al Libro de los Profetas, que estudió con ahínco, sus frecuentes citas de Isaías, y también del Libro de Esdras…, no fueron tan sólo parte integrante de su cultura, sino primariamente de su fe. Para muchos conversos sinceros, Cristo había sido el renovador de la religión hebraica, de modo que la «fe verdadera», el cristianismo, constituía, a la vez que una transformación, una continuación de aquélla. Un camino directo llevaba del monte Sinaí a la fe cristiana. Tal actitud observamos en Colón. Se manifiesta, por ejemplo, en su afán por liberar a Jerusalén de los musulmanes, idea que le preocupó después de sus viajes y poco antes de su muerte.
UN SIGNO ENIGMATICO
Viene aquí al caso hablar de cierto signo que llamó la atención, en los años trtsinta, a un estudioso hebreo de los Estados Unidos, MaurTcé David. Lo interpretó como una abreviatura de la bendición hebraica «Baruch Haschem» (Alabado sea el Señor)’ mediante las iniciales de las dos palabras, bet y hai.Maurice David halló ese signo en una carta’ de Colón a su hijo Diego, de fecha 29 de diciembre de 1504. Como Diego había nacido del matrimonio con Felipa Moniz, probablemente de origen marrano, consideró que se trataba de una alusión a tal descendencia.
Yo lo he encontrado en otras doce cartas de Colón, a saber, las del 21 de noviembre de 1504, 28 de noviembre de 1504, 3 de diciembre de 1504, 21 de diciembre de 1504, 24 de diciembre de 1 504, 5 de febrero de 1505, 18 de febrero de 1505, 24 de febrero de 1 505, y dos más de fecha ilegible.
Algunos estudiosos lo han interpretado como una marca del archivero de los Veragua. Fritz Streicher, en cambio, que goza de gran prestigio entre los especialistas españoles y que ha estudiado la escritura de Colón y ha examinado escrupulosamente cada punto, cada coma y cada rasgo de pluma, comenta: «En todas las cartas a Diego, desde la del 21 de noviembre de 1504, se observa en el ángulo superior izquierdo un rasgo trazado por la mano de Colón; puesto que sólo aparece en las cartas a Diego, puede interpretarse como un signo afectuoso de identificación paterna» (Spanische Forschun- gen, i, 1928). Streicher, aplicado como tantos otros estudiosos a leer el origen de Colón en las peculiaridades de su castellano —él habla de catalanismos—, rechaza rotundamente la posibilidad de que procediese de judíos, pero también Madariaga se ha interesado por el hallazgo de Maurice David. Pese a tener al descubridor de América por descendiente de conversos, cree que no se trata de un signo hebraico porque en las mismas cartas hay una cruz.
La cruz, sin embargo, aparece en toda la correspondencia de la época. Significaba «en nombre de Dios», y el español que no la ponía en sus cartas se hacía automáticamente sospechoso. Tengamos en cuenta la actitud típica de los marranos: mostrarse en público cien por cien —uno diría ciento cincuenta por cien— cristianos y, a la vez, dar testimonio de su apego a la antigua religión en el seno de reducidos círculos familiares. Acostumbraban casarse entre sí para evitar que se debilitaran los vínculos que les unían aún al judaismo. Nunca dejaban de ir a misa los domingos; en la intimidad de la familia observaban escrupulosamente los preceptos judaicos, por más riesgo que ello entrañara. El uso simultáneo de ambos signos en escritos dirigidos a personas de confianza sería, pues, muy conforme a ese «doble juego» de los marranos.
Si Colón era converso o marrano, le importaba defenderse de aquel mundo de inquisidores y autos be fe poniéndoles ante las narices el signo de la cruz, por si acaso las metían allí donde no debían; por otra parte, para sí mismo y para su hijo, decía en cifra y en la lengua de sus mayores: «Alabado sea el Señor».Madariaga no está, en realidad, muy lejos de esa interpretación cuando aventura la hipótesis de que el enigmático signo representa una advertencia de padre a hijo o una tradición familiar.
Por mi parte, al examinar en el Archivo de Indias de Sevilla uno de los originales de dichas cartas, el primero que me mostraron —se trataba de la carta del 5 de febrero de 1505—, me pareció al punto que Maurice David tenía razón. Mientras el texto está escrito en caracteres latinos y de izquierda a derecha, el rasgo interpretado por aquél como bet-hai va de derecha a izquierda, al modo semítico. Además, se encuentra sobre la primera palabra del texto, como en las cartas de los judíos devotos. Sino que, tanto la primera palabra como el signo sobrepuesto se hallan, no a la derecha de la línea, sino a la izquierda, por estar escrita la carta al modo latino.
Si se tratara de un signo cualquiera convenido entre padre e hijo, como supone Streicher, lo lógico hubiera sido, para un cristiano de pura cepa que siempre escribía de izquierda a derecha, trazarlo en la misma dirección que las líneas del texto, y no en sentido opuesto.
LAS CARTAS DE COLON A DIEGO, SU HIJO
En todas las cartas a Diego de los últimos años de vida de Colón hallamos el mismo signo, trazado de la misma manera y situado en el mismo lugar. Pero la que más impresionó fue la del 25 de febrero de 1505. La letra del texto no es la de Colón. Debió dictarlo. No olvidemos que estuvo a menudo enfermo y que padecía de gota, de modo que’ los dolores le impedían a veces escribir. Ahora bien, la firma sí es autógrafa, y arriba figura también el enigmático signo, y está escrito claramente por la misma mano: no puede, pues, deberse a la pluma de un archivero o de un copista.
Examiné esos documentos Junto con el profesor Peña. El hombre, poco dispuesto en principio a aceptar mis teorías, no hizo gran caso de la carta del 5 de febrero. Mas, al estudiar la del 25 de febrero, su escepticismo pareció disminuir, particularmente cuando yo le dibujé todas las formas posibles de Baruch Haschem. Me objetó entonces, siguiendo a Madariaga, la presencia de una cruz. Yo le expuse las conclusiones a que ya había llegado: si nos hallamos de verdad ante un bet-hai, se trata sin duda de un signo de la tradición marrana, de un testimonio a su hijo Diego: «…no olvides de dónde vienes; la cruz es un tributo a la religión oficial, pero en el seno de la familia debemos perseverar en las creencias de nuestros mayores». Claro está, Colón no trazó el signo tan distintamentecomo para que cualquiera pudiese entenderlo. Ello habría ido contra la cautela típica de los marranos, siempre atentos a no poner de manifiesto su intimidad. El bet-hai debía ser irreconocible para un extraño; de ahí que aparezca a primera vista como un simple garabato. Tales argumentos impresionaron muchísimo al profesor Peña, aunque no hasta el punto de convencerle plenamente. Verdad es que, según advertí, los estudiosos españoles no tenían por entonces la menor noticia de la hipótesis de Maurice David; para ellos sólo contaba la de Fritz Streicher.
Las cartas a Diego encabezadas por tan enigmático signo, abreviatura quizá de la bendición hebrea Baruch Haschem, presentan al pie, además, una extraña firma en’forma de triángulo. Ha sido también objeto de muchos dimes y diretes entre los estudiosos, áin que hasta ahora haya llegado ninguno a una interpretación segura o a gusto de todos. Encima de la línea que contiene el nombre, hay las siguientes letras, así dispuestas:
La firma misma «: Xpo Ferens», forma la base del triángulo. Los dos puntos que aparecen delante de la palabra «Xpo», en castellano se llama colon, y los estudiosos convienen en que sustituyen al apellido del descubridor. «Xpo» es la abreviatura de Cristo. En cuanto al vocablo «Ferens», reina gran diversidad de pareceres; unos lo explican a partir del latín, otros del hebreo, involucrándose, a veces en el asunto, el hecho de que Colón evitaba escribir completo su nombre de pila cristiano, Cristóbal o Christophorus. Mas entrar en esas especulaciones, todas poco convincentes, nos llevaría demasiado lejos.
«XPO FERENS»
«: Xpo Ferens» sólo figura en las cartas con el signo bet-hai. En las cartas a Diego donde éste no aparece, encontramos el mismo triángulo, pero su base es distinta: están firmadas «El Almirante». No tienen un carácter tan íntimo, y Diego debía poder mostrarlas a otras personas.
Algunos estudiosos hebreos apuntan que la disposición de la firma en triángulo recuerda las inscripciones sepulcrales de antiguos cementerios judíos de España y del sur de Francia. Es imposible, sin embargo, demostrar que Colón la eligiera justamente por ese motivo.
Claro está, hay aún quien la tiene más por un adorno que por un monograma. Pero en el acta por la que Colón constituyó un mayorazgo, que también puede considerarse su testamento, con fecha del 22 de febrero de 1498, se lee: «D. Diego, mi hijo, o cualquier otro que heredare este mayorazgo, después de haber heredado y estado en posesión de ello, firme de mi firma, la cual agora acostumbro, que es una X con una S encima y una M con una A romana con una S encima, con sus rayas y vírgulas, como yo agora fago y se parecerá por mis firmas, de las cuales encima, y encima de ella una S y después una V griega se hallarán muchas y por esta parecerá». Es interesante subrayar que no indica siglas de arriba abajo, sino de abajo arriba.
No cabe duda de que la interpretación de tal firma seguirá ocupando todavía a los estudiosos largo tiempo, quizá por siempre jamás: uno de tantos enigmas que presenta el caso de Colón.