Si hubiese que elegir la película más perturbadora de la historia del cine francés, imagino que casi todas las miradas se dirigirían a varias de las muestras más conocidas que llegaron con la nouvelle vague o alrededores (a saber: de Franju, Resnais, Chabrol, Godard, Cavalier, Marker, etc.) o más tarde de la mano de Duras, Ruiz, Eustache, Vecchiali o Pialat y así hasta nuestros días con Grandrieux, Denis, Breillat, Brisseau, des Pallières...
Tal vez entre ellas se intercalasen algunas de las más recordadas que Gance o Cocteau filmaron años atrás - y de las que derivan o se inspiran bastantes de las rodadas por los cineastas anteriormente mencionados -, algún insólito y brumoso de Gastyne o Duvivier de principios del sonoro o directamente cosas de Feuillade, Perret y hasta más antiguas. Dudo mucho que Renoir, Guitry y otros estuviesen en esa encuesta, cuando perfectamente podrían.
En cualquier caso, es posible que "Le puritain", el debut en 1938 de Jeff Musso no tuviese apenas votos y a pocos les sonará apenas el nombre como un eco lejano.
En esos años - en Francia, previos a "La règle du jeu", que fagocita, cual agujero negro, cualquier amago de modernidad o audacia - con otra guerra en puertas y la sombra del mudo aún presente o visible desde cualquier promontorio, se acumulan en casi todas las cinematografías (y rara es la que no disfrutó de una época por lo menos muy interesante) ingentes cantidades de rarezas, anomalías, locuras y películas, en fin, que no se parecen a las de ninguna otra época.
Lógicamente hablo de "Zoo in Budapest" encabezando las muy originales de Rowland V. Lee, la muy aislada "Vampyr" de Dreyer, "U samogo siniego moria" que voltea y libera todo lo que llegará de Boris Barnet, "Disputed passage" y algún otro Borzage "de médicos", "Freaks" y "The devil-doll" culminando la evolución del maestro Tod Browning, "Stolen holiday" abanderando a otras también engañosamente convencionales de Michael Curtiz, un Shimizu bellísimo y único como "Anma to onna", un Stahl tan raro como "Letter of introduction", "Mor-vran" mejor quizá que cualquiera otra de Epstein, "nuestra" "Espoir", la única que hizo Mario Peixoto, "Límite", la singular "Novíi Vavilon" de Kozintsev...
"Le puritain", como todas ellas - y eso no quiere decir que se pueda equiparar a la mayoría, más conseguidas y todavía más originales -, parece no proceder de ninguna parte y cuesta incardinarla a posteriori en tradición alguna, sorprendiendo aún ahora, 75 años después de su filmación, como debió hacerlo en el momento de su estreno, el único momento en que fue algo notoria.
Aunque sólo fuese por la inconmensurable interpretación del pequeño y anguloso Jean-Louis Barrault, la mejor y más arriesgada de su vida junto a la que hizo en "Le testament du Dr Cordelier" de Renoir y de la que algunos elementos (posturales y de entonación sobre todo) anticipa, "Le puritain" debiera ser más conocida y haber tenido una por lo menos moderada influencia en generaciones posteriores, si no de espectadores "medios", que se debieron espantar o tomar por una excentricidad su pesadillesca peripecia, sí al menos de cineastas, actores, iluminadores, guionistas y también de cuantos nadan o al menos bracean a media milla de ellos y engrosan ese corpus llamado la crítica.
Tan poco difundida como comentada, se ha perdido de este modo la pista de una valiosa muestra de drama psicológico, casi lindando con el cine de terror, producida en Europa, ignota pariente de un Renoir clave como "Le crime de Monsieur Lange", quizá importante para las dos primeras (y tal vez alguna posterior) películas rodadas por Robert Bresson, tal vez también para Luis Buñuel y creo que sin duda decisiva para un famoso Clouzot, "Le corbeau", que cinco años despues acapararía muchos aplausos que habría merecido Musso.
El fanático "poseído" por Dios pero que actúa como un ángel de la muerte y que creerá alucinadamente que vive en la mismísima Sodoma, es, encarnado por el gran Barrault, un tipo nervioso, sombrío pero aterrador, fuera de sí a poco que le presionen, una presencia que genera desconfianza, pero sigiloso y en apariencia afable, desafectado.
Parte de la extrañeza del film viene de su origen.
La novela de Liam O'Flaherty y la original localización irlandesa, se trasplanta y queda transfigurada, como hacía por entonces Josef von Sternberg con China o España, en una indeterminada ciudad imposible de no confundir con cualquiera de la Francia de provincias, rijosa y cerril, en eso al menos parecida a la vieja Dublín que un primo (sic) de O'Flaherty, John Ford retrató en otra adaptación al cine de una de sus obras, "The informer".
Pero sería interesante, para tener una perspectiva más amplia sobre cuanto hace tan interesante a un film como este, hacer dos paralelismos bastante diversos.
Uno de ellos sería con uno de los mejores films que rodó Joseph H. Lewis, "So dark the night" (45), que recoge otra tranquilísima pesquisa policial confiada enteramente al derrumbre emocional y psicológico del culpable, que puede ni saberse o creerse tal.
La película de Musso, puramente de estudio, "confinada" a un ambiente más pobre e irrespirable (no hay más películas suyas disponibles para contrastar nada ni los detalles que se encuentran sobre esas otras cinco que filmó ayudan gran cosa a hacer aseveraciones de otra índole), apenas tiene conexiones con géneros como la de Lewis, prescindiendo incluso de preámbulos, escapatorias o explicaciones, abordando, llevado en volandas por su actor protagonista (intérprete opuesto al poco carismático y gris Steven Geray) y un talento natural para el encuadre y el ritmo, un retrato fascinante de un hombre destruído por sus dudas.
La otra comparativa no es estrictamente con una película determinada, más bien con una deriva, demasiado centrípeta.
Pudieran haberse elegido otros muchos, pero sirva por ejemplo "L'assassin a peur la nuit", un buen Jean Delannoy filmado en plena ocupación (1942), - con Jean Chevrier donde su director quiso tener a Gabin - como ejemplo.
Detonada la bomba "Citizen Kane", iniciada ya la invasión del pujante cine negro americano que pronto colisionará con el neorrealismo italiano, emigrados Renoir y Tourneur - en verdad con pocos islotes a los que agarrarse: quizá sólo Grémillon, Pagnol, Carné y los mencionados Guitry y Gance hasta que lleguen Bresson y Cocteau - y con un propósito mucho más comercial, asimilador e impersonal por muy vestido de "identidad nacional" que se presentase, el cine francés pierde hasta que regrese Renoir y acojan a Ophüls, una pujanza que había cimentado, desde el final del periodo mudo, en tantas películas como "Le puritain", ambiguas e iconoclastas, mezcla de muchas cosas, universales precisamente por sus similitudes con tentativas rusas, alemanas o japonesas.