Hace un par de meses, paseando por Córdoba, pasé junto a la estatua de Séneca que está al lado de la muralla del Alcázar. Y advertí que hasta ahora no había leído más que algunos fragmentos de la obra de este autor, testimonio de la importancia que tuvieron estas tierras en la época de esplendor del Imperio romano. En Andalucía, como es sabido, se dice que alguien es un Séneca cuando da muestras de sabiduría, aunque a veces ésta tenga más que ver con la sapiencia popular que con la ciencia de los libros.
En una época en la que el cristianismo todavía era una doctrina marginal, los filósofos romanos compartían en buena parte el pensamiento estoico, una doctrina de la Grecia clásica que en buena parte se recoge en los pensamientos de Sobre la felicidad. Para Séneca la auténtica felicidad consiste en aceptar lo que se tiene en cada momento y no temer al futuro, pues debemos aprender a adaptarnos a circunstancias cambiantes. La libertad es la indiferencia por la fortuna, lo cual deriva en un espíritu sereno, que sabe gestionar los bienes que esta fortuna ha dispuesto en cada ocasión. La búsqueda ciega de placer es la gran enemiga del hombre. El placer no es malo en sí mismo, pero solo se producirá un verdadero disfrute del mismo si va unido a la virtud. Y esto implica apartarse del juicio de la mayoría para adoptar uno propio que estimemos éticamente irreprochable:
"Es feliz, por tanto, el que tiene un juicio recto; es feliz el que está contento con las circunstancias presentes, sean las que quieran, y es amigo de lo que tiene; es feliz aquel para quien la razón es quien da valor a todas las cosas de su vida."
Es curioso que Séneca emplee tanto esfuerzo en explicar por qué su propia abundancia de bienes materiales contradice su doctrina filosófica. El pensador aduce que, como humano, él prefiere una vida cómoda a una dominada por la indigencia. Pero aporta dos matices. El primero es que si la fortuna se mostrara un día adversa, su espíritu no se vería alterado por ello y aceptaría con serenidad las nuevas circunstancias. Y el otro es que su patrimonio ha sido ganado por medios lícitos. Jamás aceptaría un solo denario procedente del crimen o la corrupción. Es seguro que estas circunstancias, aparentemente contradictorias, le harían objeto de numerosas críticas, puesto que estos capítulos tienen un tono defensivo. Qué sensaciones tan extrañas se obtienen de la lectura de un pensador de hace dos mil años, que trata de asuntos humanos que siguen de plena actualidad.