Se escucha con frecuencia eso de “me da que” se va a producir o no una determinada situación o eventualidad expresado en modo casi adivinatorio cuando las pruebas apuntan a una probabilidad más bien reducida de ocurrencia, o incluso sin disponer de prueba alguna que pudiera orientar en un sentido más previsible. Esa probabilidad suele ser más deseada que documentada. Y es que la intuición, las impresiones, pueden engañar si no se las tiene educadas y hechas a la mano de cada uno. Pero sin dejarse engañar al confundirlas con el deseo de que efectivamente se materialice lo que se anhela, o con el prejuicio al compararlas con estereotipos mentales elaborados con experiencias previas, propias o de la cultura, hay que aprender a tenerlas en cuenta.
Y esto es así de conveniente porque las intuiciones son unas aliadas enviadas desde el inconsciente para ayudarnos a vivir mejor, a hacernos la vida más fácil al aportar información que le pasa desapercibida al consciente, información que la mayor parte de las veces hemos registrado sin darnos cuenta.
Por ejemplo, “me da que mi primo no va a venir a la fiesta”, puede que sea del orden de lo deseado si no soportamos al primo o que se apoye en signos que no recordamos explícitamente como que el primo suele irse de vacaciones en estas fechas. O “me da que mi ex tiene a otra”, puede que lo temamos, que es lo mismo que desearlo, o que hayamos captado indicios en su nueva y cuidada indumentaria o en que ya no puede quedarse con los niños los sábados por la noche. Otras veces las intuiciones son más irracionales porque no logramos darles una mínima explicación lógica, pero a la vez son más potentes, como cuando alguien nos propone hacer un trato y nos produce mala impresión. Ojo, seguramente estará tratando de engañarnos, no hay que ignorar el aviso de peligro porque algo le habremos leído en la intención, aunque no sepamos lo que es con certeza. Otra cosa es creer a pie juntillas, por ejemplo, que un problema económico se arreglará solo porque “nos da que el número que hemos comprado va a ser el premiado en la lotería”. Es posible, pero será más probable que resolvamos el problema si además trabajamos para ello (aunque a la vez compremos el número de lotería). O “me voy a embarcar en este negocio porque me da que me va a ir bien” sin demasiados datos objetivos para ser tan optimista, cuidado porque podría estar confundido el deseo con la intuición. Y a no confundirlos se aprende con la práctica, estando atentos para aprender de la experiencia, esta sí que debe ser absolutamente particular, las experiencias ajenas solo sirven de referencia.
También hay que tener en cuenta que cuando se desea algo de verdad, normalmente uno se pone a trabajar en ello, a veces sin notarlo, por lo que evidentemente aumenta la probabilidad de que el deseo se realice. Y esto no es intuitivo, está basado en la evidencia.
En definitiva, cuando algo o alguien nos dé mala espina, seamos cautelosos, no digo que haya que rechazarlo, pero habrá que considerarlo con reservas. Tampoco se trata de dejarse llevar solo por la intuición sin razonamiento, porque alguna reflexión lógica tendremos que aplicar en la vida, pero hasta las modernas teorías neurocientíficas han llegado a la conclusión de que la toma de decisiones se realiza en mayor medida tomando en cuenta cuestiones emocionales, y de hecho lo humano no podría decidirse de otra manera.
Como habrán podido observar, he rechazado expresamente el término “corazonada” porque no me gusta poner a hablar a los órganos lo que tendría que decirse con palabras, es peligroso, mejor cada órgano con su función y la palabra es una función mental, el corazón que se ocupe se sus asuntos, que no son pocos. Hablar con el cuerpo enferma.