Revista Libros
Conozco a unos cuantos que tienen pánico de leer a Proust. La envergadura de En busca del tiempo perdido es digna de tales sentimientos y respeto la decisión de quienes no han querido leerla ni por asomo (de hecho, es una de las obras más abandonadas en el proceso de lectura). Sé de quienes no pasaron de la primera página de Por el camino de Swann y sé de otro que ya está terminando la segunda relectura de los siete tomos de la obra —aplausos, de verdad que sí—. (Y en francés, para mayor inri —no los aplausos, la lectura).
En mi caso particular, que ya leí las cuatro primeras novelas, aún estoy tomando aire, tal como si me fuera a lanzar un clavado en una piscina de la cual quisiera tocar el fondo para luego emerger desesperado en busca de oxígeno, para empezar con La prisionera. Pero mientras esto sucede, llega a mí Sobre la lectura del mismo Proust, y la brevedad del texto, la cual es la antítesis de la monumental obra referida, se me antoja como un buen abreboca, un tentempié u oportuno pasapalo, para continuar con el quinto tomo o como un buen acicate para aquellos que no lo hayan leído nunca.
Mientras escribo estas breves palabras, me doy cuenta que se me escapan algunos incisos —salvando las obvias diferencias— al estilo proustiano. Y esto obedece a la simple necesidad de querer explicarles la maravillosa narrativa del autor, la cual, y en honor a la verdad, sólo es posible hacerla entender leyendo su obra. Se me antoja que Sobre la lectura es un buen inicio para combatir ese miedo para quienes rehúyen del autor y de una de las obras literarias más importantes del siglo XX.
En este texto, que en comparación con En busca del tiempo perdido es casi un lacónico folletín, el narrador toma distancia para contar desde la remembranza de su niñez, el placer por la lectura, ese extraño encuentro con uno mismo en donde la multiplicidad de voces reverbera en un eco silencioso, mudo, para cualquier tercero, pero que es contundente y rotundo dentro del yo interno del lector. Luego, y a medida que transcurren las páginas, manteniendo esa descripción pormenorizada, ese artificio del cual es un maestro, podemos encontrar maravillosas reflexiones sobre el acto de leer. Les traigo sólo tres ejemplos para que luego ustedes hagan lo propio:
La lectura, ese disfrute a la vez ardiente y sereno...
Aquello que difiere esencialmente entre un libro y un amigo no es su mayor o menor sabiduría, sino el modo en el cual uno se comunica con ellos...
La lectura, ese milagro fecundo de una comunicación en el seno de la soledad...
Citas como estas pueden hallarse en cada página. Es cuestión de que cada quien haga su lectura y se las sirva ad libitum para degustarlas en silencio o compartir con los demás. Para finalizar, esta necesaria publicación tiene al final una cronología de la cual comparto mi sorpresa al descubrir que Sobre la lectura es el prólogo a la traducción que el propio Marcel Proust hiciera de Sésamo y lirios de John Ruskin, a quien admiraba profundamente y que terminó influyendo en todo sentido —según se dice— la creación de En busca del tiempo perdido.
C'est fini.
PD.¡Qué prólogo!