Volvía a casa aquella inusual tarde de Abril predispuesto a masturbarse vorazmente. En cuanto cruzara la puerta que separaba el mundo de su hogar correría a buscar cobijo en su cuarto dónde, tras cerrar convenientemente la puerta, procedería a desnudar su virilidad para así someterla a un brutal envite onanista. Sonaba “Come Together” en sus oídos mientras que más allá, en el fondo de su mente, él volaba a través de fantasías que su pluma y sus labios no se atrevían a narrar. Un furioso sol veraniego atravesaba las ventanas del autobús golpeando con suavidad los cuerpos semidesnudos que ansiaba poseer. La moral conformaba un cepo en el que agonizaban sus lascivas intenciones mientras que el peso del compromiso y el respeto que florecían del amor apresaban sus instintos, abocándolos a la desesperación. La desesperación que suponía no poder liberar su fuerza en la persona amada cuando lo deseara.
Era fácil sumergirse en las imágenes de sus pasionales envites mientras cabalgaba a lomos del ser amado pero esos rostros quebrados por el placer, todas las maravillosas figuras que conformaban sus cuerpos desnudos entrelazándose en una danza lasciva, todos esos espasmos fruto del vicio se mezclaban en la enajenación sexual de su mente con las imágenes imaginarias que le regalaba su mente rota, mostrando los cuerpos desnudos de las mujeres que se aglomeraban a su alrededor. La electricidad etílica que corría por su cerebro le trasladaba hacia una visión vívida en la que el gusto agrio de la cerveza se mezclaba con la sal del sudor y los aromas emanados por la sexualidad de alguna de aquellas desconocidas. El tiempo frenó su paso ante las oscuras intenciones que le movían y las mujeres y las imágenes se sucedieron mientras que el envite febril se disipaba dando paso a una delicadeza inusitada que manaba de su interior.
Se descubrió más tarde postrado en su cama, como a la espera de una resolución, agitando su henchida furia mientras degustaba una cálida sensación. No eran ellas sino ella la directora de aquella cacofonía de deseo y depravación, guiando a golpe de batuta las fotografías que le arrastraban a culminar su íntima obertura. Así, golpe a golpe, precipitándose en un allegro desalentador, se descubrió no mucho más tarde, con la mirada perdida en la inmensidad del techo, derramando su esencia en nombre del amor.