El relato que a continuación comparto con vosotr@s en el que dos amigas hablan sobre la maternidad lo encontré por casualidad en el maravilloso blog cuatro en la cama. La verdad es que a medida que lo iba leyendo me iba emocionando cada vez más. Espero que os guste tanto como a mí.
“Nos juntamos para almorzar cuando mi amiga me comenta que ella y su pareja están pensando en tener familia. Estamos haciendo una encuesta, – me dice medio en broma. – ¿Crees que deberíamos tener un bebé? Te cambiará la vida, – le contesto intentando que mi voz suene neutral. Sí, ya sé, – me dice, – ya no podremos dormir hasta tarde los fines de semana, ya no tendremos vacaciones espontáneas…
Pero eso no era lo que yo pensaba. Miro a mi amiga intentando decidir qué decirle. Quiero que ella sepa todo lo que no aprenderá en los cursos de preparto, quiero que sepa que las marcas físicas que dejará el embarazo sanarán, pero que convertirse en madre le dejará una marca emocional tan profunda que la hará vulnerable para el resto de su vida. Pienso en advertirle que nunca más leerá un periódico sin pensar “podría haber sido MI hijo”. Que cada vez que se entere de la caída de un avión, de un incendio se sentirá perseguida. Que cuando vea fotos de niños hambrientos, se preguntará si puede haber algo peor que ver a un hijo morir. Miro sus uñas perfectamente arregladas y su ropa impecable y pienso que sin importar lo sofisticada que sea, convertirse en madre la reducirá al nivel tan primitivo de una osa protegiendo a su cría. Que una llamada urgente: ¡Mamá!, la hará dejar caer un souffle o su mejor cristalería sin pensarlo dos veces.
Siento que debería prevenirla que ya no importarán los años que haya invertido en su carrera, que su profesión pasará a segundo plano por la maternidad. Que podrá arreglar para que su hijo esté bien cuidado mientras trabaja, pero un día, entrando a una importante junta de negocios, creerá oler el dulce aroma de su bebé, y que deberá utilizar cada milímetro de auto disciplina para no salir corriendo a su casa, sólo para asegurarse que su bebé está bien. Quiero que mi amiga sepa que las decisiones de todos los días ya no serán una rutina. Que el deseo de un niño de 5 años de entrar al baño de hombres en una cafetería se convertirá en un dilema mayor. Que en ese momento, entre el ruido a bandejas y los gritos de los niños, sopesará importantes argumentos acerca de la limitación de la independencia de su pequeño y la posibilidad de que un depravado se pueda esconder en ese baño al que ella no podrá entrar. Que sin importar lo decidida que sea en la oficina, cuestionará todas las decisiones que tome con respecto a su hijo.
Mirando a mi atractiva amiga, quiero asegurarle que aunque pierda los kilos de más que le deje el embarazo, jamás se sentirá igual acerca de sí misma. Que su vida, tan importante ahora, pasará a segundo plano cuando tenga a su hijo. Que no dudaría en dar la vida por él sin meditarlo un instante, sin embargo deseará vivir más años, no para cumplir sus propios sueños, sino para ver a su hijo cumplir los suyos. Quiero explicarle que la cicatriz de la cesárea y las estrías se convertirán en medallas de honor.
La relación de mi amiga con su marido cambiará, pero no de la manera que ella cree. Quisiera que ella entendiera cuanto más se puede amar a un hombre que se levanta por las noches a acunar a su hijo y que siempre está dispuesto a jugar con él. Creo que debería saber que se enamorará de él otra vez, por razones que ahora encontraría muy poco románticas.
Quisiera que mi amiga pudiera saber lo identificada que se va a sentir con otras mujeres que a través de la historia han intentado detener una guerra, los prejuicios o choferes alcoholizados. Quisiera que entendiera porque yo puedo ser muy racional acerca de muchos temas, pero me vuelvo temporalmente irracional cuando discuto el peligro que significa una guerra nuclear en el futuro de mis hijos. Quisiera describirle a mi amiga la exaltación de ver a su hijo aprender a andar en bicicleta. Quisiera poder reproducirle esa risa contagiosa que escapa del alma del bebé cuando toca la suave piel de un gato o un perro por primera vez. Quisiera que saboreara esa felicidad al abrazarlo que es tan real, que duele.
La mirada intrigada de mi amiga me hace comprender que los ojos se me han llenado de lágrimas. Nunca te arrepentirás, – le digo al fin, tomándole la mano y ofrezco una plegaria silenciosa por ella, y por mí, y por todas aquellas mujeres meramente mortales que se enfrentan a los tropiezos de la maravillosa experiencia llamada maternidad.”