Hace un día, en este portal web, Iana.Martin publicó “Somos quienes somos, y no podemos escapar de ello”. Su artículo me ha parecido interesantísimo y ha despertado en mí varias reflexiones que quisiera compartir en este escrito (algo que agradezco enormemente). En tal sentido, las siguientes líneas esperan entablar un diálogo con sus observaciones.
He decidido titular este texto “Sobre la naturaleza humana” porque es lo que salta a la vista en el artículo mencionado. Comenzaré expresando mi acuerdo con tres de las ideas plasmadas allí:
En primer lugar, que nosotras y nosotros somos producto de nuestras circunstancias o, para decirlo de una forma poética, somos parte de la red de relaciones que teje nuestras existencias y, en ese sentido, somos la resultante del conjunto de experiencias vividas y los aprendizajes que de ellas hemos obtenido. Esto es el “somos quienes somos” de Iana.Martin (sobre su “no podemos escapar de ello” volveré luego).
En segundo lugar, que el progreso tiene un lado oculto. Mis publicaciones en torno al tema de la basura espacial, la tentativa de realizar minería en asteroides o la problemática de los países vertederos, ilustran algunos aspectos de esa cara oculta. Entiendo que en ciencias sociales, hay algunos teóricos que llaman a esto la dialéctica del desarrollo, esto quiere decir, que el subdesarrollo no es un momento previo, sino la condición de posibilidad para el desarrollo mismo. La película In Time (Andrew Niccol, 2011) tiene en su guión una frase lapidaria: “para que algunos seamos inmortales, otros tienen que morir”. Para que existan países desarrollados, otros tiene que permanecer en el subdesarrollo (en términos ecológicos, esta “verdad” cobra cada vez mayor fuerza). Parafraseando a Iana.Martín, a la par de los avances que hemos desarrollado, han avanzado también la avaricia, el egoísmo, la traición y la ambición.
Y en tercer lugar, algo que expresa en los comentarios generados a propósito de su escrito: requerimos repensarnos desde el punto de vista moral y ético. Tal y como le expresa Facundo Insaurralde, hay una ignorancia espiritual. Para mí, esa particular ignorancia es la que impide que nos conectemos con el flujo de la vida del cual formamos parte.
Expresados mis acuerdos, ahora quisiera presentar cuatro puntos donde tengo una aproximación diferente:
1) No estoy seguro de que exista la “verdad absoluta” pero, más allá de ello, lo que quiero señalar es que si bien la duda metódica del filósofo francés René Descartes puede servir de base para fundamentar nuestro pensamiento, la misma está anclada a una idea fuerza que al día de hoy ha tenido unas consecuencias controversiales. Me refiero a su “pienso, luego existo”. Y acá es donde su propio método se vuelve contra él: hay que dudar metódicamente de la duda metódica de Descartes. “Pienso, luego existo” quiere decir que nuestras existencias son posteriores al acto cognitivo. Desde esa premisa se deriva la división entre razón y emoción, o entre ser humano y naturaleza, como dos de los pilares del pensamiento ilustrado. Recientemente, algunos debates en filosofía han contrapuesto diversas afirmaciones a este problemático principio, como el “Soy donde pienso” de Nelsón Maldonado Torres. A fin de cuentas, si somos producto de nuestras circunstancias, ¿cómo podríamos pensar abstrayéndonos de ellas?
2) Precisamente, las circunstancias que hicieron de Thomas Hobbes el filósofo que conocemos, influyeron directamente en su obra teórica. Haber vivido en el contexto de la guerra civil inglesa de 1642 marcó un hito de tal magnitud que, para mí, no podía haber una síntesis filosófica más ajustada a su contexto de vida que la máxima “el hombre es el lobo del hombre”. Sin embargo, aunque solemos pensar en Hobbes al oír esta frase, su locución fue formulada mucho antes, por Tito Maccio Plauto, un comediógrafo latino, con una variación que no aparece en el Leviatán de Hobbes: “lobo es el hombre para el hombre, y no hombre, cuando desconoce quién es el otro”.
Ese “cuando desconoce quién es el otro” es crucial. ¿Cómo la situación de la Inglaterra del siglo XVII podría explicar toda la naturaleza humana? En efecto, siempre han habido guerras, pero ello no supone que las y los seres humanos seamos belicosos de fábrica.
Pondré dos ejemplos, sin romantizar a las comunidades de las cuales provienen. Mi nombre de usuario en esta plataforma es Ma-jokaraisa, una palabra del pueblo Pemón (una comunidad indígena ubicada en Venezuela) que se traduce comúnmente como amigo, pero de manera más exacta quiere decir “mi otro corazón”. O el Ubuntu sudáfricano como regla ética, la cual puede ser traducida, entre sus tantas variantes, como “soy porque nosotros somos”.
En estos vocablos hay un reconocimiento del otro y, por tanto, el ser humano no es visto como su propio depredador. El racismo, el clasismo, la xenofobia, la homofobia, son algunas de las expresiones de desconocimiento de esa persona que es distinta a mí. Entre una y otra distinción debe haber reconocimiento, no negación.
3) No obstante, aún si damos este paso, ¿estamos reconociendo también a la naturaleza de la que somos parte? Coincido con Iana.Martín en que vale la pena sentir orgullo por las creaciones humanas, cuando vemos nuestro devenir en la historia, pero no me siento cómo con su afirmación de que nuestra especie “es superior”. Uno de los problemas filosóficos que puede explicar, en parte, la crisis ecológica global que vivimos (cambio climático, acidificación de los oceanos, crecimiento de la tasa de extinción de especies, etc.) es el antropocentrismo, o la idea de colocarnos en el centro de todo.
4) Finalmente, su “no podemos escapar de ello” me deja pensando. Quizá se deba a que su observación está inconclusa, pero ¿a qué no podemos escapar? ¿A nuestra naturaleza? ¿Cuál naturaleza? Si ese fatalismo tiene que ver con los tres puntos anteriores que estoy cuestionando, entonces que no podamos escapar de ellos quiere decir que estamos condenados. De ser así, ¿qué sentido tendría entonces nuestra existencia?
Aunque esa es una interrogante que siempre nos acecha, tal vez una posible respuesta tenga que ver con ser un nosotros humano y no-humano, ser conscientes de que somos y hacemos la vida en cada momento. Ser los otros corazones de otros corazones.
Somos luces y sombras, por tomar prestada la metáfora de Facundo Insaurralde, luces y sombras que se definen y varían históricamente. En suma, como diría un Jean Paul Sartre, o un Eduardo Galeano, somos lo que hacemos con lo que hicieron de nosotros.
Abracémonos.