Revista Cultura y Ocio
Hace ya unos cuantos años tuve una experiencia de esas que, sin preverlo, te acaban dejando una huella constante. Me habían contratado para trabajar como intérprete de un profesor norteamericano de Técnica Alexander, que impartía un curso de varios días a profesores de música en un conservatorio. A medida que iba haciéndole la traducción consecutiva, fui descubriendo un mundo fascinante. Con el paso del tiempo, pensando muchas veces en aquello, he llegado a darle un título, y así he podido acabar de entender la esencia de lo que aquel profesor estaba contando: la sabiduría del cuerpo.
La Técnica Alexander tiene una bonita historia humana en su origen: un actor australiano, Alexander, está muy preocupado: un poderoso miedo escénico se va apoderando de él en el transcurso de cada representación, congela sus músculos, le hace sudar; como un par de manos asesinas le estrangula la garganta... hasta quedarse sin voz. Pero Alexander tiene la serenidad y la voluntad de superación para analizar el problema: "¿qué pasa en mi cuerpo cuando se desencadena este proceso?". Va repasando en qué músculos comienzan las tensiones, cómo cambian las posturas de sus miembros, y se decide a rectificar lo erróneo. Su frase genial es "Arriba y hacia delante", como Arquímedes "Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo" o Descartes "Pienso, luego existo". Pero no se trata de hacer un esfuerzo, se trata de dejar de hacerlo, de que el cuerpo haga lo que tiene que hacer, de mantener una actitud postural, principalmente en ese triángulo formado por los hombros y la cabeza. Alexander se fija en niños muy pequeños: observa su columna vertebral, cuello, cabeza, hombros, el modo relajado de andar: es todo tan natural... es esa la naturalidad que él necesita para actuar sobre las tablas.
Alexander llegó a dominar este método de higiene postural, tanto que se dedicó profesionalmente a difundirlo. Entre actores y músicos tiene una gran aceptación.
Y lo que está en la esencia es esa sabiduría que está en el cuerpo, en la persona, en todo lo que llamamos natural. No es pura "res extensa" que dice Descartes y nuestra Modernidad tecnicista nos empuja a manipular para tener más "calidad de vida". No. Hay un sabio encerrado allí. Hay que saber escucharlo, dejar que hable, evitando tantas prisas y urgencias, costumbres antinaturales con que lo hemos aherrojado. No se trata de hacer algo con nuestro cuerpo, sino de permitir que él haga lo que sabe que tiene que hacer. Los griegos y los romanos eran muy sensibles a escuchar a ese sabio que estaba en la naturaleza. Lo que queda en nuestra cultura de esta sabia atención a lo natural se lo debemos esencialmente a ellos.
Y esa escucha no es un puro hacer "lo que te pida el cuerpo": el cuerpo nunca pediría algo que fuera contra él. Pero también es verdad que esa voz natural ha de ser integrada en la persona: es la persona, y no solo el cuerpo, quien declama con inteligencia y sensibilidad a Hamlet, o adapta un adagio de Bach a las posibilidades del trombón de varas, o sabe transmitir confianza y esperanza al otro. Creo que Alexander estaría de acuerdo con esta opinión, tan clásica y sensata:
Beata est ergo vita conveniens naturae suaeEs feliz la vida que está en armonía con su propia naturaleza (Séneca, Sobre la felicidad, III, 3)