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Puede que a alguno le sorprenda lo que voy a decir, pero creo que las redes sociales no han ayudado especialmente al mundo de las artes. No lo han hecho con la literatura, no lo han hecho con la música y, aunque no tengo experiencia de primera mano que lo valide, me inclino a sospechar que tampoco lo han hecho con otras artes distintas.
Puede parecer una afirmación subjetiva, pero no ha nacido de tal manera. Expondré varios motivos por los que pienso así.
a) El mercado se ha supersaturado.
Este es uno de los motivos centrales de mi manera de pensar. Antiguamente, eso hay que reconocerlo, una persona no era capaz de hacer mucho por dar a conocer su obra. La podía intentar promocionar a su pequeña escala, cruzar los dedos para que alguien influyente la apreciara, y poco más. En la actualidad se puede intentar múltiples cosas para dar a conocer lo que escribes, lo que compones... y ahí está el problema.
Hemos cambiado la dinámica, pero el resultado es en neto el mismo. Antes, había pocas posibilidades y las aprovechaba quien podía: aparecer en tal o cual kiosco, firmar por tal o cual discográfica. Hoy está al alcance de cualquiera publicar un libro o un disco, no sólo gracias a los medios, también a las plataformas de difusión. Pero al estar al alcance de cualquiera, la oferta se ha disparado de tal manera que es materialmente imposible separar el grano de la paja. Hay tanto que ante la abrumadora cantidad de libros que comprar o discos que escuchar, la gente opta por no leer ni escuchar ninguno, solamente aquellos a los que ya están 'abonados' (la saga de turno o su grupo favorito). Es una decisión básica: ante varias cosas que te llaman la atención, y la imposibilidad de elegirlas todas, ya sea por falta de tiempo o dinero, optas por no elegir ninguna, porque si eliges una, piensas si no deberías haber elegido alguna de las otras.
b) El artista no es publicista.
Esto lleva al tema de la promoción. Al estar el mercado tan hipersaturado, el que desea una oportunidad tiene que destacar. Si tu objetivo es vender 30 libros a tus 30 conocidos, la situación entonces es buena para ti: no tienes más que dar un poco de difusión de tu obra y alcanzarás ese objetivo con relativa facilidad. Pero si tienes la intención seria de llegar a más gente a la que llegarías de manera directa simplemente expandiendo tu círculo de relaciones humanas, la tarea que tienes por delante es ardua y frustrante, porque nadie más que el autor se molesta en promocionar. Un editor no lo hace nunca, o lo hace de manera simbólica. Una discográfica tampoco. Eso deja en manos del autor una tarea para la que, en primer lugar, no está cualificado.
Lo primero, porque se trata de su propia obra, y el último que debería promocionarla es su autor. La gente, con razón, recela de él, ya que su opinión no es objetiva, y porque no supone referencia ni recomendación alguna.
Lo segundo porque igual que a menudo uno ve con facilidad los errores en el prójimo y no en sus propios actos, a veces los ojos externos tienen muchas mejores ideas que los ojos que están demasiado metidos ya en el asunto de antemano. Esto lo saben bien todos los artistas, que siempre piden la opinión de un amigo para que les diga qué les parece lo que han hecho, ya que ellos, de tan inmersos que están en la creación, a veces pasan por alto lo más obvio.
Las mejores cosas que he hecho para publicitar mis propios libros no han sido nunca ideas mías. No fue idea mía promocionar mis libros de superhéroes con portadas que imitaran los comics. No fue idea mía expandirlos con concursos, ni venderlos por crowdfunding. Todo eso se le ocurrió a otras personas. Y por si hay algún lector aquí que ha leído muchos de esos libros de autoayuda del queso o varios ejemplares de Paulo Coelho y piensa que hay que ser proactivo, que hay que pelear por lo tuyo y cosas similares, que piense que si la publicidad es una profesión, por algo será. La profesión del artista es idear. La del publicista es promocionar. Es como decirle a un abogado que debe ser proactivo y, en vez de tener un perito, que estudie medicina él mismo.
Si un artista es bueno con la promoción, mejor para él. Pero eso a casi ninguno le pasa. Lo que nos lleva al siguiente punto.
c) Se pierde una cantidad enorme de tiempo.
El artista, al final, si quiere usar las redes sociales, se tiene que autopromocionar. No le queda otra; si no lo hace, pues mejor que pase de ellas o las use para lo mínimo, un par de noticias sueltas y listo. Y si lo hace, ya tenga éxito o no, al final ha caído en tener que convertirse en jefe de pista de su propio circo, en vez de dedicarse a los espectáculos. Tiene que perder una cantidad de tiempo enorme en tal tarea, porque cualquier oportunidad es buena para extender la red: una nueva plataforma, un nuevo evento, o una nueva idea para dar a conocer lo creado.
Todo ese tiempo lo podría estar gastando en seguir ideando o en mejorar lo ya ideado. Y de más está decir que en estos años en los que las jornadas laborales son cada vez más largas y se da cada vez más el fenómeno de 'el artista de fin de semana', el tiempo es muy escaso, y al final ves a la gente que pierde días, y semanas, y meses, en una labor que ni siquiera le está haciendo destacar, sólo estar a la misma altura de los demás. Y para nada, porque...
d) La situación sigue siendo la misma.
He conocido a muchos autores y músicos. Muchísimos. Y os puedo decir que al final, salvo cuatro escasísimos casos que, como siempre, confirman la regla al suponer su excepción, todo el mundo que triunfa lo consigue porque alguien le da una oportunidad. Conoce a alguien que conoce a alguien que conoce a alguien. El cuento del músico que subió un vídeo y tuvo millones de visitas o del escritor que publicó en un blog y de ahí a los anaqueles de los grandes almacenes es eso, un bonito cuento. A alguno le pasa, como a Justin Bieber, pero son una completa y absoluta minoría.
Además de eso, hay que tener en cuenta que obtener una oportunidad de esa manera no depende de la calidad de lo que se ofrece, sino de dos factores principales. El primero es que coincida con una moda pasajera. Si eso ocurre, puedes tener alguna oportunidad de que en efecto esas visitas aumenten. El segundo, y este es quizás más importante destacarlo ya que, al fin y al cabo, el primero ya se daba de manera muy similar sin redes sociales, es que sea una extravagancia que lo ponga por delante del resto.
El presidente de Ryanair conoce bien esta manera de llamar la atención: consiste en que, sea lo que sea que quieres ofrecer, lo hagas convirtiéndolo en un absurdo llamativo o, en el peor de los casos, de una payasada ofensiva. Aquí se vale todo, cuanto más paranoico mejor; y lo terrible es que el contenido no importa nada, sólo el envoltorio. El mejor libro o la mejor canción del mundo lo tendrán muy difícil contra libros y canciones que se promocionan, por ejemplo, diciendo que el libro fue escrito por un ordenador o que para grabar la canción se usó la voz de un gato en vez de la de un ser humano.
Y esto ya pasaba antes, en efecto; pero ahora sus consecuencias son mucho más graves debido al punto a), la supersaturación del mercado. Ahora el éxito lo acaparan casi en exclusiva productos que son hijos directos de tales conceptos bizarros, ya sean fanfics de Crepúsculo en clave porno o canciones extrañas bailadas por una legión de asiáticos. Que no quita para que a veces nazca un éxito puntual; pero dichas obras, muy a menudo, hubieran tenido la misma oportunidad sin redes sociales de por medio. Basta ver la dilatada carrera de George R.R. Martin como guionista y escritor (lo que da a entender que, aun sin redes sociales, su saga hubiera tenido buenas ventas) o el hecho de que Los Juegos del Hambre llamara la atención del público gracias a algo que ya existía mucho antes de las redes sociales: el cine.
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