Llevamos varios días escuchando a políticos de uno y otro color opinar sobre recortes en las cuentas del Estado. Unos y otros hablan de la reducción o no de Ministerios, de la reducción o no de infraestructuras, de la reducción o no de salarios. En fin, de la necesidad, parece ser, de “ahorrar” algo así como 15.000 millones de euros en dos años.
No cabe duda sobre la necesidad de ese debate pero también es cierto que la sensación de descalabro que se percibe en el mundo laboral (no digo empresarial, no digo siquiera mercantil) es cada vez mayor. Los pocos que todavía tienen sus balances equilibrados empiezan a pensar también en la reducción sus costes y eso, a la larga, lleva a disminuir, fundamentalmente, los costes salariales.
En noviembre de 2008 el estudio que dirijo (perdón, que subdirijo http://lc-architects.blogspot.com/2010/05/jose-ortega-y-gasset-1910.html ), supuestamente amparado en un contrato de dirección de ejecución y gestión económica de un importante proyecto de interés semipúblico (quienes me conocen saben a cual me refiero), decidió apostar por la consolidación de una plantilla pluridisciplinar que pudiera dar un servicio general a nuestros clientes. En un momento de recesión ampliamos la plantilla, dimos entrada a nuevos accionistas, mejoramos nuestras herramientas gráficas e informáticas y comenzamos a concursar con renovadas ilusiones: a pesar de todo ello, no hemos conseguido nuevos clientes, entre otras cosas porque apenas hay obras que proyectar y dirigir (con reducción de un 70% en los visados colegiales el 40% de los estudios de arquitectura no tienen trabajo en absoluto y el 90% de la obra está concentrada en el 10% de los estudios).
Hoy, 19 meses después, la emblemática obra sobre la que decidimos cimentar nuestro nuevo edificio todavía no ha comenzado y el descalabro económico es ya de enorme consideración. Seguimos vivos, pero cada vez nos cuesta más encontrar aire para respirar.
El responsable del diseño de aquella estrategia fui yo y por tanto yo soy quien debe asumir el mayor peso de este momentáneo fracaso económico (sería grave si un estudio de arquitectura se basase simplemente en una cuenta de resultados). Sin embargo, volvería a hacer lo que hice, porque creo que el equipo que formé estaba capacitado para mantener la categoría en este campeonato. Lejos están los puestos que dan opción a jugar la Champions, pero equipos punteros llaman a mis jugadores preguntado por sus contratos. Y eso me alegra. Por supuesto que me alegra.
Por todo ello he leído con relativo interés el artículo “de dios a bufón en un clic” (EL PAÍS, 19 de mayo de 2010, vida&artes, págs. 38 y 39) que habla sobre la supuesta reputación de los profesionales actuales:
“El prestigio siempre ha sido algo de lo que preocuparse. Construir una identidad sin mácula era tarea de una vida, incluso de varias. En tiempos medievales bastaba echar una ojeada al escudo de armas, que garantizaba el buen nombre del portador. Yelmos y flores de lis fueron sustituidos por los contactos, gente importante que respaldaba la propia fama. Hoy, Internet se ha apropiado de las herramientas para labrarse una buena reputación. Ni cartas de recomendación ni blasones familiares, el linaje ha sido sustituido por el historial de Google”.
Viene al caso este párrafo por lo fácil que resulta hacer leña del árbol caído, de lo sencillo que es hoy hablar en los foros sobre empresarios que han visto su empresa (en muchos casos, el proyecto de toda su vida) caer.
Y yo pregunto: ¿nadie recuerda que esos hombres, durante años, fueron capaces de generar salarios y riqueza para un montón de familias y, por extensión, a la sociedad en la que vivían?
¿No sirve de nada todo eso?
Luis Cercós (LC-Architects)
http://www.lc-architects.com/