Después de una semana ocupadísimo con la promoción de mi libro. Ayer, cogí un ejemplar del mismo y se lo dediqué a Peter. Necesitaba, la verdad sea dicha, regalar un trozo de mi pensamiento a una de las personas que más se lo merecen. Y necesitaba, y disculpen por la redundancia, recordar nuestros tiempos golfos. Tiempos donde lo único importante eran los sábados por la noche, los cubatas y las busconas a deshoras. Hablamos hasta altas horas de la madrugada. Hablamos del paso de la vida, del Mercedes que se ha comprado Jacinto y de los últimos divorcios del pueblo. Al final, caímos en la trampa. Terminamos hablando de alcaldables, elecciones y toda la parafernalia que decora nuestras vidas. Me preguntaba Peter si había hecho la quiniela. Si sabía ya, más o menos, quienes ganarían la batalla si fuera hoy el día de las urnas.
En democracias representativas como la nuestra, le dije, no deberíamos hacer política ficción; aunque la mayoría la hacemos. Y no deberíamos porque aunque cada oveja baile con su pareja, también hay casos donde bailan churras con merinas. De las elecciones generales no se deberían extraer conclusiones locales. Y no se deberían, le dije a Peter, porque en los pueblos interfieren otros factores. La cercanía entre los políticos y la gente es mayor. Tanto es así que un mal gesto, o una contestación seca por parte de un concejal a un vecino del barrio, puede suponer la pérdida de varios votos el día del veredicto. En los pueblos se miran otras cosas, tales como la familia del alcalde, su pasado y su carácter. En las locales, la política es de trincheras. La víscera, en ocasiones, pesa más que un kilo de razones. Por ello, en los pueblos hay menos indecisos. Y los hay porque el voto es más una cuestión de sensaciones que de hechos y argumentos.
En los pueblos, las envidias, los celos y demás tóxicos emocionales son más intensos que en unas elecciones nacionales. La gente se conoce, y la política del tú a tú debe ser cuidada hasta el último detalle. La marca, o si quieren el partido, pasan a un segundo plano. Lo que importa es el líder, el cabeza de cartel. Por ello, aunque el partido sea condición necesaria para que la bicicleta arranque; lo que interesa es el ciclista que mueve los pedales. Es importante que el candidato hable con la gente. Que sea cercano, que regale los buenos días y pregunte al ciudadano por las necesidades de su barrio. Las fotos, y el postureo, son determinantes para llevarse el gato al agua. Y lo son, queridísimos lectores, porque detrás de cada flash hay risas, simpatías, abrazos y manos por el hombro. El paripé, desgraciadamente, forma parte de la política local. En los pueblos ganan los Berlusconis en detrimento de las siglas del partido. En los pueblos pierden los serios, apagados y los alejados de la gente.