Revista Opinión

Sobre los aires solitarios

Publicado el 19 agosto 2019 por Carlosgu82

En busca de un momento de tranquilidad, tras varios días de una sensación de soledad que le aquejaba, decide pasar a tomar una taza de café a una cafetería que, desde que la vislumbró a lo lejos, le ha llamado la atención por el espacio que la rodea. Por un momento le parece sentir que ha visto antes el lugar, a pesar de que es la primera vez que pasa por esa calle. Es como en un cuadro de Hopper. Adentro pide un expreso y, sin poder dejar de notar la singularidad, dirige su mirada a la única pareja que está en el establecimiento. Observa a una bella dama que tiene un aire de encierro en si misma mientras su acompañante pide las bebidas. Ella es hermosa, tanto que por más que busca alejar la mirada, obtiene vanos logros. Su acompañante es sombrío, con un rostro entre severo y pasivo, buscando con la mirada al barista. Así que mejor decide enfocarse en otra cosa que hasta ese momento no había percatado. Las personas, los otros no se encuentran. en una ciudad como esta no se puede esperar que exista un vacío a horas como en la que él se encontraba fuera. No son las once y la calle parece abandonada. Solo quedan pocos transeúntes, pequeños pasos que los delatan, pero que él casi no puede observar por estar del lado contrario a la ventana. Solo le queda escuchar lo que pasa en el exterior.

Pero ocurre que esta noche no es normal; no hay ruido, al menos no el habitual. Lo que significaría en otros días el oír el andar de los autos, los gritos de los vendedores ambulantes, el parloteo de las parejas hablando, no está presente. La pareja que está frente a él casi no se dirigen la palabra; es a través de pequeños gestos que le permiten notar la interacción entre ellos. Mira fijamente y puede observar que surgen susurros, alguna que otra que sonrisa, la unión de sus miradas por segundos pero que, tras ese instante, voltean y parecen atender otros asuntos.

Parecen destilar vacío. Así mismo la calle. No tienen otra sensación que la de vacío. Decide pagar su café que, por detenerse a mirar, se terminó enfriando.
Sale sintiendo un poco de frío, pero nada fuera de lo normal. Con la calle solitaria y el horizonte solo iluminado por pequeños faroles que no dan la sensación de que le sean útiles a alguien, se da cuenta una última cosa. Lo que había entrado a buscar en ese cuadro, a esa cafetería, no solo no lo ha encontrado. Por el contrario, aquello que le aquejaba terminó fundiéndose a ese vacío exterior, al vacío de esa pareja, donde el gusto por la soledad, por el individuo, se han vuelto una costumbre.

Inspirado en la obra Nighthawks de Edward Hopper


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