Un domingo cualquiera, un domingo de estos en que se nota que es domingo porque no hay ruido, hace sol, no hay viento y se respira como un ambiente apacible y sereno. Domingo. También los domingos hay entrada en el fotonauta porque también los domingos necesito desahogarme y contar cómo me siento a quien lo quiera escuchar. Sería maravilloso que los domingos no tuviese cáncer, así, como por arte de magia, pero por desgracia las cosas no funcionan de esa forma. El universo parece seguir una lógica mucho más aplastante, una lógica en la que si uno tiene cáncer lo tiene los siete días de la semana. Sin más.
Y ese es mi caso. Por eso no me sirve de nada que el domingo sea un día diferente o especial. Para mí es un día como cualquier otro salvo porque suelo dormir hasta tarde aprovechando que la calle está más silenciosa. Me hace bien el silencio. Me da paz y me hace reencontrarme con algún punto esencial de mí mismo, como si confluyesen varias líneas diagonales en el centro de mi alma. Es una paz extraña y serena que me ayuda incluso cuando siento dolor. El silencio es un buen compañero de batallas porque es un magnífico estratega y suele dejar al enemigo sin argumentos. Además es tenaz y seguro de sí mismo. Difícil de respetar, pero fiel y muy listo: sabe cuándo está de más y cuándo debe quedarse.
Si no fuera por el silencio todo sería diferente. Es quien hace posible la música y la conversación. Nada más y nada menos. Gracias al silencio tienen sentido muchas de mis fotografías. Basta con hacer la prueba y verlas en silencio y después con ruidos de fondo. Si es así, con ruido, parecen imágenes absurdas e incoherentes, sin alma y sin sentido, fotos tomadas por un niño jugando con su primera cámara. En cambio si las vemos en silencio la cosa cambia y aparece la verdadera esencia de cada una.
A lo mejor está mal que yo mismo sea quien le haga cumplidos a mis propias fotos, pero es muy evidente el cambio que se produce en ellas si las vemos de una u otra forma, más que nada por el tipo de imágenes abstractas que suelo publicar. Es un experimento fácil de hacer y no solo con mis fotos sino con otras muchas cosas. El silencio afecta a nuestra percepción del mundo de una manera radical. Ni siquiera una música suave, o elegida expresamente para la ocasión puede competir con la fuerza del silencio más absoluto. Porque el silencio te obliga a estar más atento, como si todos tus sentidos dijeran “¿Qué está pasando aquí? ¿Cómo es posible tanto silencio?”
Los domingos parecen ser el más silencioso de los días y en cambio en mi caso nunca fue así. Más bien al contrario, siempre fue un día de resaca, pero también un día bullanguero y musical, fiestero a tope, día de tocar en las comidas, comuniones, bodas, bautizos y todo tipo de celebraciones y eventos en los que pudiésemos sacar unas monedas a cambio de nuestras humildes serenatas y canciones. Luego ya lo hice yo solo, de manera algo más seria, durante unos 5 años dando vueltas por Sudamérica y era exactamente lo mismo, un día divertido y muy rentable que servía para mantenerme durante toda la semana.
Pero de eso hace ya demasiado tiempo. Ahora el domingo es, simplemente, el día que menos gente visita el fotonauta. Ni más ni menos.