Crecí en una época maravillosa que por desgracia ya es historia. Una época en la que había una gran disposición a los cambios y existía la capacidad de concebir visiones revolucionarias. Hoy ya nadie tiene el valor de imaginar nada nuevo. Se habla sin cesar de cómo son las cosas y se retoman ideas antiguas. La realidad ha envejecido, se ha anquilosado porque está sometida a las mismas leyes que todo organismo viviente: también envejece. Sus más minúsculos componentes, los significados, sufren el mismo tipo de apoptosis que las células del cuerpo. La apoptosis es la muere natural provocada por el cansancio y el agotamiento de la materia. En griego, la palabra significa caída de pétalos . Al mundo se le han caído los pétalos.
Pero pronto debe llegar algo nuevo. Siempre ha sido así, ¿no es divertida la paradoja?
Esta pequeña intriga se pone al servicio de la poderosa voz de la protagonista. Sobre los huesos... no pretende ser una novela policíaca -la trama de misterio como tal resulta bastante parca; más bien parodia el género-, sino una obra con vocación literaria en la que dar rienda suelta a un personaje extravagante de ideas peculiares. Janina, de entrada, no encaja en el perfil que suele despertar simpatía en el lector, pero con el ingenio y el buen pulso de la autora lo seduce de inmediato. Es una señora de pocos amigos, que vive medio aislada, compra ropa de segunda mano, utiliza métodos de enseñanza muy suyos y dedica su tiempo libre a hacer cartas astrales y a traducir poemas de William Blake. Y, por supuesto, adora los animales, sus perras han sido su mejor compañía en los últimos años. Como las personas acostumbradas a la soledad, tiene un carácter intransigente y no para hasta salirse con la suya, aunque esto implique entrometerse en las indagaciones de la policía. Maniática, retorcida, tozuda. Algunos la tachan de loca y, en efecto, Janina rezuma ambigüedad. Es una narradora no fiable, a caballo entre la seguridad que desprende su voz, que invita a confiar en ella, y el desconcierto que provocan las alusiones a su salud o a sus inquietantes sueños.
Si no la conociera bien [a la escritora], seguro que habría leído sus libros. Pero como la conocía bien, rehuía su lectura. ¿Qué haría si encontraba que me describía con palabras que me hubiera resultado imposible comprender? O que se refería a mis lugares preferidos, que para ella representan algo totalmente diferente de lo que son para mí. Las personas como ella, que manejan la pluma, pueden ser peligrosas. Inmediatamente pensamos que son hipócritas, que nunca se comportan con naturalidad, sino que nos observan de forma permanente y que todo aquello que ven lo transforman en frases; de esa manera le arrancan a la realidad su aspecto más importante: lo inexplicable.
Nuestra falta de imaginación se demuestra en los nombres y los apellidos que usamos públicamente. Nadie los recuerda nunca, están tan alejados de la persona que deben representar y son tan banales que no aluden para nada a esa persona. [...] Por eso trato de no usar nunca nombres ni apellidos reales, sino esos términos que nos vienen a la cabeza de modo espontáneo cuando vemos a alguien por primera vez. Estoy convencida de que es la mejor forma de usar la lengua y no eso de lanzarse palabras desprovistas de significado. [...] Yo creo que cada uno de nosotros ve al otro a su manera, así que tiene derecho a darle el nombre que considere apropiado y que corresponda mejor a esa persona. Y así tendríamos varios nombres. Tantos como el número de personas con las que entablamos una relación.
Gracias a Agnieszka por recomendarme a la autora.
Citas en cursiva de las páginas 59, 54 y 27, respectivamente.