Creo que me puse muy melosón en la anterior entrega y va siendo hora de contar lo bueno, las broncas, las borracheras y los amaneceres bañados en sangre. De verdad, me gustaría que fuera así pero no hay mucho que decir. Una bronca siempre es una bronca. Da igual a quien le lances un derechazo a la cara o le muelas las costillas, siempre serán dos tipos muy cabreados haciendo algo estúpido a causa de un absurdo. Las razones de las broncas, pensaréis, son lo que marcan la diferencia entre una buena pelea y un duelo de gatitos pero eso es cuestión de huevos que de razones. Puedes partirle la cabeza a un tipo por comportarse como un gilipollas en la cola del banco y dejarle en la acera con la cabeza abierta pintando de color seso y sangre el asfalto o puedes, y esto es más común, no tener más que palabras con el cabrón que te ha traicionado. Y la razón detrás de eso es simple, es mas fácil desatar tu rabia con un desconocido al que no te une nada y al que eres incapaz de imaginar madrugando para dar de comer a una familia que hacerlo con ese gilipollas infame que ha estado a tu lado durante un puñado de años. Así es, aunque seamos unos monos hijos de puta siempre nos podrá el corazón.
Esta foto tiene sorpresa
Era septiembre, la muerte de un verano de cambios. Me puse una camisa azul, unos vaqueros, me peiné y me miré al espejo viendo el reflejo de los tiempos en los que mami me vestía para ir a clase. Era absurdo pero no hubiera podido ser de otro modo. Me habían admitido en esa prestigiosa academia de mierda donde los niños eran ricos, buenos y aplicados y exigían que me mostrara como un niño rico, bueno y educado. Nada mejor que una camisa azul, unos vaqueros, unas deportivas anodinas y el pecho perfumado. Pero no sirvió para una mierda. Siempre he sido un niño en mi interior, un niño de metro noventa aficionado al whisky, la cerveza y las mujeres; y eso ha echo que muchas veces pesaran más mis imágenes mentales que la propia realidad. Y allí estaba yo, cigarro en la boca, nubes de humo, el sol brillando en mi tez ligeramente bronceada, imaginando a una clase plagada de niños pijos repeinados. Pero no fue así. Parece ser que esos niños tan dulces que me pintaron en la entrevista no eran más que un grupo de fascistas absurdos que pregonaban el viva España, viva el “fúrgol” (si, el fúrgol), el “Jail” Hitler y el viva Franco como si fuera alguna clase de mantra cósmico. Eso, unido a los clásicos añadidos del fachilla de medio pelo (Véase el odio interracial, la xenofobia, el rechazo de otros pensamientos políticos y su metódico comportamiento social.) , hacían de ese puto antro un jodido agujero del mal. Allí iban a estallar cohetes y se supo desde el primer día. Creo que fue Sun Tzu el que dijo que los buenos guerreros hacen que los adversarios vengan a ellos, y de ningún modo se dejan atraer fuera de su fortaleza. Y eso hice. En un vistazo pude encontrar mi punto de partida, un chavalín solitario de entracejo frondoso e hipnótico que parecía alejarse de la masa. Me junté a él y pasé desapercibido durante todo el año. Eran más, más grandes, más fuertes y más estúpidos y eso, señores, era lo peor. A una persona inteligente le puedes convencer de tu postura pero a un estúpido tienes que enseñarle a comprender. Eso es como pedirle a un puma salvaje que pase por un aro de fuego.
Un puto año, un jodido, largo e intenso puto año. Conocí gente (La niña troll fascista amante de las pollas, el pijo facha que quería follarse al troll, la loca solitaria enganchada al wassap, el costra que salió escopetado para no volver, la pija undergroun moderna de mierda que se folló al costra, y el hipster prepotente que quería follarse a la underground pregonando que follaba mucho y muy bien con otros entes de su especie), gente especial, no porque me importaran sino porque… Bueno, da igual, creo que se ha entendido. También conocí a los profesores, uno que me prometió ayudarme a publicar mi novela (Al final ni novela ni publicación), otro era un humorista venido a menos que daba clases de historia (en quien no me voy a para mucho ya que quiero dedicarle un espacio en un futuro solo a él), una profesora de inglés redonda y avenjentada que apestaba a tabaco, una profe de matemáticas rubia y escuchimizada con un tatuaje al final de la espalda ( ^^ If you know wht i meant… ) y todos los demás que continuaron durante el año siguiente. Saqué notas decentes, las pasé putas con las entregas de trabajos, y al final logré sacar adelante el año.
Por añadir algo más, creo que el costra salió de allí porque le había hundido el puño en el diafragma a uno de los pijos estilosos pero eso no me quedó muy claro. Conocí a otras personas en los últimos meses de clase. Un vasco con un apellido impronunciable, una rubia provocativa con la que me encabroné por un trabajo, una rapera bajita poco atractiva que me metió en un embolao tiempo después y un par de fumetas a los que no he vuelto a ver desde entonces.
Creo que fue en ese año en el que me desligue del grupo con el que salía (El chico del gimnasio al que le robé a mi musa, un chaval fuertote y bien acomodado que tenía una relación llena de altibajos con una rubia desde hacia años y un tipo gordo con sueños de Dj y Drum & Bass). Fue por el gordo, siempre es por el gordo. Si conoces a un tipo gordo no te fíes, tratara de comerte cuando menos te lo esperes. Salía con mujeres gordas y salidas (Una trató de violarme en un baño y fue terrible.), con hambre de carne y de hombre. Horrores lípidos sedientos de amor. Pero ni su peso ni sus venos eran problema, no. El mayor problema de un gordo, y de cualquier persona, es cuando su ego llega a pesar más que él. En una persona normal eso puede sobrellevarse pero en un gordo… Mala cosa. Llevamos a cabo proyectos muy interesantes juntos, nos emborrachabamos los viernes por la tarde, y los domingos echábamos la tarde jugando al Call of Duty. Pero le pudo el ego. Me toco los huevos muchas veces y las pase por alto. Era un tipo desagradable pero en cierto modo le quería. Era un amigo. Pero un día me toco los huevo diciendo algo que no puedo recordar. Algo de una zorra, tu zorra decía. Mucha mierda. Se me fue el puño. Quería con locura a ese tipo pero disparó mi puño. A partir de ahí sangre, mierda y humo. Le quería, coño, pero no podía soportar su ego. Quería ver a su ego con la cabeza abierta en la acera pintando de sesos y sangre el asfalto. No podía imaginar a su ego trabajando para dar de comer a una familia. No podía y eso disparó mi puño.
Nos dejamos de hablar y yo me fui por mi lado. La maldición del escritor tal vez. Esa que hace que los que escribimos acabemos jodidos, solos, borrachos y locos. La borrachera y la locura se pueden sobrellevar, son divertidas si sabes sobrellevarlas pero lo de la soledad… Eso es otra historia. Es como estar borracho y pasar frío, que el frío cale en tus huesos y que no tengas como entrar el en calor. La locura, en cambio, es más amable. La masa tiene la televisión para acercarse al absurdo de la realidad pero los locos están ahí, en el vasto absurdo, las 24 horas, sin descanso. Eso no debe de estar del todo mal mientras las cosas no se vayan de madre y empieces a ver demonios y cuervos parlantes (Nevermore! ). Perdí cosas en esa guerra, cosas que nunca podré recuperar, y rompí otras que nunca podré arreglar pero me quedaba alguien a mi lado que a pesar de las tormentas tenía ganas de pelear.
Bueno, me voy. esto se me ha escapado de nuevo y estoy pasando del límite. Dentro de poco, más. Ah, sí , se me olvidaba, pararos a leer el comentario de abajo. Ese es para vosotros. Me despido hasta la próxima.