Revista Sociedad

Sobre medios y vacunas

Publicado el 16 diciembre 2020 por Abel Ros

El otro día, asistí a un debate sobre la pandemia. El debate versaba sobre la obligatoriedad, o no, de la vacuna contra el Covid-19. Asistí en caridad de profesor de Filosofía. Y asistí, como les digo, con los argumentos de la Ética en el seno de mi mochila. Gregorio, un médico de las tripas madrileñas, esgrimió razones a favor de que la vacuna fuera obligatoria. A favor de que los ciudadanos tendiesen el brazo y se les suministrase, sí o sí, la dosis reglamentaria. Entre sus razones, apeló a la supremacía de la salud pública. Una salud necesaria para el funcionamiento de la locomotora económica, cultural y educativa. Y una salud, pública, como garantía de tranquilidad social. Otro participante, abogado de profesión, se proclamó en contra de la obligatoriedad. El Estado, decía, no debería atentar contra la libertad individual. El cuidado de la salud pertenece a la esfera privada del ciudadano. El Gobierno puede sugerir, recomendar y sensibilizar a la población, pero nunca - faltaría más - obligar a la inyección.

Entre todas las posiciones, mis argumentos apelaron a la responsabilidad individual. Una responsabilidad que acaba cuando comienza la libertad del otro. Es justo ahí - cuando falla el comportamiento social - cuando el Estado, como garante de la seguridad nacional, debería tomar cartas en el asunto. Sería inverosímil que, tras un "año horribilis", la mayoría de la población decidiera no asumir los riesgos de la probable solución. Si ello sucediera, si el "no" a la vacunación venciera al "sí", estaríamos ante el kilómetro cero. Estaríamos en el mismo estadio de hace un año. Y estaríamos, queridísimos lectores, condenados a guardar la distancia social, desinfección de manos y uso de mascarillas. El principal argumento esgrimido por los escépticos de la vacuna es la desconfianza. Desconfianza ante la investigación. Una investigación, que al parecer, se ha realizado desde el sesgo de la precipitación. Esa falta de garantía absoluta sobre los efectos secundarios de la vacunación impide, a un sector de la población, tomar la decisión.

Ante este problema, de desconfianza social, se necesita la colaboración - urgente y necesaria - de los medios de comunicación. Los medios se convierten en el principal agente de cambio actitudinal. Un agente imprescindible para inyectar confianza y conseguir - cuanto antes - la inmunidad de rebaño. Los medios, que basan su negocio en "la excepción a la regla", deberían abandonar, al menos en esta situación, "el amarillismo" acostumbrado. Los medios deberían eclipsar la visibilidad de casos nefastos, o fallidos. Casos, excepcionales, que arrojarían piedras contra el objetivo. Arrojarían piedras y contribuirían a la parálisis de quienes desconfían en los avances de la ciencia. Por ello, hoy más que nunca, es urgente que los medios pongan en valor los beneficios de la vacuna. Si no lo hacen, si divulgan los efectos nocivos, y probablemente residuales, de la vacuna, el Covid-19 ganará por goleada. Si lo hacen, la actitud ciudadana ante la vacuna será distinta y visualizaremos el ansiado Game Over.


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