Esta mañana ha sido una de esas mañanas en las que hubiera preferido quedarme en la cama bien tapadita con mi nórdico. Una serie de imprevistos y problemas a solucionar que no hubieran sido demasiado problemáticos si no hubieran culminado en el llanto desesperado de mi hijo. No voy a entrar en detalles para no aburrir pero, resumiendo, después de varias semanas quejándose cada vez que tocaba prepararse para ir a piscina, hoy digamos que ha explotado y se ha puesto a llorar desconsoladamente suplicando que por favor no lo llevara a nadar. Como madre que no quiere ver sufrir a su hijo lo primero que he sentido ha sido una pena inmensa de ver aquellos lagrimones cayendo por sus preciosos mofletes. Como madre responsable que pretende que su hijo supere sus miedos he pensado que debía ser fuerte e intentar convencerle de que debía continuar yendo a piscina.
De nuevo el eterno dilema del equilibrio, en este caso entre la educación y superación de unos miedos, y el respeto a la voluntad de mi pequeño. En muchas ocasiones obligo y ayudo a mi hijo a superar sus limitaciones y le intento ayudar con todo aquello que le asusta. Pero hay momentos en que también hay que saber respetar sus deseos. Así que he decidido, después de una larga conversación dando vueltas a la cuestión y preguntando del derecho y del revés para cerciorarme de que, efectivamente, sentía pánico a ahogarse, desapuntarlo de piscina.
¿Me ha tomado el pelo? Pensarán algunos. Quizás sí. Pero, sinceramente. ¿Me ha tomado el pelo conscientemente, ha decidido luchar con sus lágrimas de cocodrilo para dejar de ir a piscina porque mi hijo es una suerte de futuro vago en potencia? Pues no porque sea su madre, pero pienso que no.
Este verano ya vivimos la misma situación y al final consiguió superar sus miedos. Como este, ha superado otros aunque reconozco que mi hijo, me tengo que equivocar mucho, no será un temerario porque es demasiado asustadizo.
No voy a dejar este tema aparcado in eternum. Cuando se vuelva a propiciar la ocasión volveremos a intentar que le pierda el miedo a nadar. Pero ahora creo que aun es pequeño y su cara de auténtico pavor no creo que le mudara en unas cuantas sesiones de terapia de shock.
Cada niño tiene sus propios ritmos y dentro de una parámetros lógicos, cada cual debe evolucionar en el tiempo que necesite.
Cuando mi pequeño se ha dado cuenta de que había respetado su decisión me lo ha agradecido sinceramente con un abrazo que no me ha parecido el de un niño travieso que ha conseguido salirse con la suya. El peso que le había quitado de encima se reflejaba claramente en su rostro.
Puede que me haya equivocado, quizás. Pero yo que siempre saco algo positivo de las cosas, estoy convencida de haberle enseñado un poquito más a mi pequeño gran hombre lo que significa respetar las decisiones de los demás.
Los miedos un día u otro sé que los superará. ¿O Michael Phelps no confesó en su día que de pequeño le tenía miedo al agua?
