Hace una semana tuve una conversación con algunas compañeras de este blog acerca del periodismo y de si los usuarios de internet nos hemos acostumbrado a tener gratis la información. Y la verdad es que yo discrepo de esa afirmación; en todo caso, no es tanto que nos hayamos acostumbrado a acceder gratis a la información como que el periodismo ha dejado de tener el monopolio sobre la creación, gestión y distribución de la información, y que ahora hay muchas más posibilidades para crear y compartir información. Antes de la era de Internet, los medios de comunicación (ya fuesen escritos o audiovisuales) eran los únicos que disponían de una infraestructura adecuada para crear y distribuir la información, pero ahora la información se puede crear y distribuir a un menor coste (en muchos casos a coste cero). Pasa con el periodismo igual que pasa con mi propia profesión, la de cámara y editor de vídeo: antes sólo podías grabar y editar con una inversión importantísima de dinero en equipos y materiales, mientras que ahora basta con tener un smartphone.
Es cierto que no es lo mismo la información que el periodismo; que para obtener una buena información hace falta antes la labor de un buen periodismo, y que para que haya buen periodismo debe haber también dinero. Pero las diferencias prácticas entre información y periodismo tienden a desvanecerse cuando, primero, los canales de comunicación ya no son unidireccionales (productor ⇉ consumidor) sino multidireccionales ( prosumidor ⇆ prosumidor) y, segundo, la cantidad de información disponible aumenta de manera exponencial haciendo que la calidad (que tu información sea mejor y más veraz) ya no sea el parámetro básico desde el que juzgar esa información, siendo reemplazada por la rapidez y el alcance (llegar antes que la competencia y a más gente). Esto no significa que el periodismo haya dejado de ser necesario (de hecho creo que es más necesario que nunca) sino que el periodismo perdió relevancia al perder su monopolio de creación y distribución y, buscando adaptarse a los nuevos hábitos de consumo y salvar el negocio, vendió su alma al diablo y perdió la credibilidad por el camino.
La principal diferencia entre el periodismo antes de Internet y el periodismo después de Internet no es el acceso gratis a la información. Siempre se ha leído gratis el periódico en bares, cafés, restaurantes, peluquerías, salas de espera, trenes o aviones (y aunque al menos un ejemplar se comprara, ese mismo ejemplar era leído gratis por decenas o cientos de personas). La principal diferencia es que antes el ecosistema de medios era mucho menor, ya que costaba mucho dinero y esfuerzo montar un periódico, una radio o un canal de televisión; mientras que el ecosistema actual está formado por miles o cientos de miles de personas que, con muy pocos medios pero con la formación adecuada, pueden montar una pequeña redacción especializada (Microsiervos), un pequeño canal de televisión (cualquier canal divulgativo de Youtube) o un pequeño programa de radio (La Cafetera de RadioCable) y financiarse - a duras penas, eso sí - a través de suscripciones, micropagos, patreons o publicidad. Y esto me lleva a la cuestión central del problema del periodismo - y más bien deberíamos hablar del problema de los creadores de contenidos en general, más que del periodismo en particular - en relación con Internet; y es cómo conjugar unas profesiones u oficios que en el mundo real requieren de unos costes elevados, con un mundo virtual en el que los costes son mucho más reducidos y tienden a cero.
Ejemplos hay muchos, pero uno muy claro es el caso de los libros electrónicos. Para hacer realidad una novela en papel se requieren unos costes que van desde el pago al autor por su trabajo, hasta el pago a la empresa distribuidora que lleva el libro a las librerías, pasando por la compra del papel, la creación física del libro y los gastos en tinta, equipos y materiales y, por supuesto, los salarios de todas las personas que participan en el proceso. Eso lleva a que el precio final del libro deba ser uno que consiga cubrir todos esos costes y que deje además cierto beneficio a repartir entre la editorial y el autor. En cambio, para crear una novela en libro electrónico sólo hace falta, en principio, un autor, un ordenador y una conexión a Internet, además de cierto gasto en promoción, si se dispone de presupuesto. E independientemente de la cantidad de gente a la que llegue el libro en uno u otro caso, la calidad de su contenido puede ser exactamente la misma, mientras que los costes de producción son enormemente diferentes y eso, por supuesto, es lógico que se vea reflejado en el precio final del producto. Y la información, por muy importante que sea, también es un producto.
¿Cómo pueden los grandes medios de comunicación, con sus grandes costes en personal y medios, sobrevivir en este mundo virtual tan vasto y de costes y beneficios tan reducidos? No tengo ni la más remota idea; si tuviera alguna solución probablemente no estaría escribiéndola aquí sino vendiéndola al mejor postor. Hay medios, nacidos en esta época, que están intentando sobrevivir en tan difícil circunstancias (en España tenemos ejemplos como el de eldiario.es, Infolibre o La Marea), con diferentes modelos y algunos de ellos cubriendo gastos e incluso obteniendo pequeños beneficios, intentando apostar por información independiente, por periodismo de datos, multimedia e incluso transmedia, para llamar la atención del público y conseguir distinguirse del resto lo suficiente como para que una parte de la audiencia considere que vale la pena colaborar en su mantenimiento económico. Porque de esto estamos hablando: ya no se trata de pagar por un producto, se trata de formar parte de algo. Internet ha venido a sustituir los esquemas institucionales (verticales, de arriba hacia abajo y de dentro hacia afuera) en esquemas colaborativos (multidireccionales y en forma de red). Pero claro, todas esas apuestas conllevan inversiones, y volvemos al mismo círculo vicioso de grandes costes con pocos beneficios.
En mi opinión personal, los medios deberían cuidarse mucho de culpar a su audiencia potencial de su propia debacle económica con excusas como que los internautas estamos acostumbrados a lo gratis o que no valoramos lo suficiente la labor periodística, porque cuando hablamos de estas cosas creo que no se trata de causas sino de síntomas. Es cierto que mucha gente prefiere consumir sensacionalismo y amarillismo simplemente para no pensar o para divertirse, que tienen su parte importante de responsabilidad en el auge del mal periodismo y que es muy difícil que esa gente deje de consumir esa mierda mientras esté disponible para ser consumida. Pero esta gente no creó esos contenidos, se limitó a aceptarlos. Los principales problemas del periodismo han sido, y son, una lenta y generalizada disminución de la calidad de la información: eliminando editores de contenidos, sustituyendo contenidos propios por copy-pastes de agencias, confabulándose y mimetizándose con poderes políticos o económicos a cambio de subvenciones, publicidad o exclusivas o reduciendo redacciones y salarios a periodistas sacrificando la calidad para mantener intactos los sueldos y bonus de directores y miembros de consejos de administración. También el haber abrazado alegremente la búsqueda de ingresos a través de la publicidad de forma descarada e indiscriminada, con publicidad invasiva en portales online, titulares y noticias enteras que buscan el clickbait o publirreportajes vergonzosamente disfrazados de información. También permitiendo que panfletos ideológicos viertan sus mentiras y sus fake news en redes, radios, televisiones y papelerías sin alzar la voz para denunciarlo públicamente y dejando que arrastren el oficio periodístico por los suelos por miedo o por inconveniencia. También, quizás, por haberse creído muchos periodistas más importantes que un fontanero o un enfermero.
Cuando el periodismo comience a arreglar todos esos problemas, tal vez nosotros, la gente que lee noticias gratis en Internet, empecemos a valorar de nuevo el oficio como realmente se merece. Tal vez también, los medios deban acostumbrarse a hacer un periodismo más pequeño, más dirigido, especializado y con menos ambiciones; y tal vez, a lo mejor, muchas empresas del conglomerado mediático actual merezcan morir por haber dejado abandonado el periodismo en el cajón de los trastos viejos.