Hace unos meses escribí "el pluralismo fracasado", un artículo que radiografiaba - valga la palabra - la complejidad del "nuevo tiempo", anunciado por su S.M. en su discurso de investidura. Tras publicarlo recibí un correo electrónico de un periodista de El Clarín. Quería saber este señor de las tripas americanas: por qué resultaba tan complicado construir un pacto de gobierno entre fuerzas similares. La clave - le respondí - está en el desmantelamiento del Bienestar. Un desmantelamiento llevado a cabo por la derecha durante sus cuatro años de mandato. En la era liberal - antes de que existiera el Estado Social - las organizaciones políticas se definían como partidos de masas. Partidos muy ideologizados; financiados - en su mayoría - por las cuotas de los afiliados y por negocios paralelos, como la edición de su propia prensa, venta de lotería y demás.
Con la llegada del Estado del Bienestar, la socialdemocracia se convirtió en el refugio de una clase media, a caballo entre los pudientes de la derecha y los obreros de la izquierda. Fue precisamente esa relajación de los extremos, la que hizo que los partidos de masas de antaño moderaran sus discursos y se convirtieran en organizaciones "atrapatodo". Partidos financiados, en gran parte, por las subvenciones del Estado. Partidos menos ideologizados - ante la disminución del número de afiliados - y más proclives al diálogo. Ante esa nueva coyuntura, los cleavages sociológicos dieron paso a los mimbres politológicos para explicar el sino de los votos. Así las cosas, ser obrero y residente en Almería - por poner algún ejemplo - ya no sería condición necesaria para la identificación con la izquierda. Ahora quien se llevaba "el gato al agua", por decirlo de alguna manera, era el partido que mejor vendía sus limones en la víspera de las urnas.
Con el desmantelamiento del Estado del Bienestar, el péndulo político ha vuelto a la orilla de los partidos de masas. Partidos, como les decía más arriba, ideologizados y en guerra abierta los unos con los otros. Ante esta coyuntura de conflicto perenne entre populares, podemitas, "naranjitos", nacionalistas y socialistas; resulta complicado articular un proyecto de gobierno sólido y duradero. La vuelta a los partidos de antaño nos retrotrae a las dos Españas de los tiempos republicanos; un episodio histórico de heridas abiertas entre rojos y azules. En los últimos diez meses, los partidos han construido un discurso ofensivo y, por tanto, destructivo. Un discurso, como les digo, situado a años luz del ideal de consenso. Frases como "la cal viva", en palabras de Pablo Iglesias o el "no es no" de Sánchez ilustran lo que decimos; el callejón sin salida que todos conocemos.
Por ello, queridísimos lectores, sería conveniente que los partidos retomaran el discurso atrapatodo. Un discurso necesario para salvar al Estado, en lugar de los intereses partidistas. Ante esta situación, de organizaciones amuralladas a cal y canto en defensa de su clientela, es muy complicado reconstruir un Estado del Bienestar que yace moribundo en los prados merkelianos. Si no se abstuviera el partido socialista - algo incierto tal y como están las cosas - es muy probable que volviéramos a votar en la víspera de Navidad. Volver a votar significaría un fracaso de la clase política en el arte de la negociación. Una negociación que se ha llevado a cabo en términos de "yo gano, tú pierdes", en lugar de "yo gano, tú ganas". Con este talante, alejado de los tiempos de Suárez, seguiremos votando una y otra vez hasta que lesionemos a la democracia. La misma que ha sido dañada en otras ocasiones, por actitudes similares, a lo largo de la historia.