Desde que comenzó la cuarentena, tengo dificultades para dormir. Tanto que el otro día, tras varias horas en vela, decidí salir a la calle. El canto de las chicharras acompañaba la soledad de mi paseo. El Capri estaba abierto. Sentado en la terraza, abatido por el insomnio, pedí una manzanilla. Necesitaba, la verdad sea dicha, algo caliente que relajara, de una vez por todas, el ruido de mis neuronas. Mientras leía un periódico caducado, un señor - de unos cincuenta años - buscaba comida en el contenedor de basura. Ese pobre hombre, me dijo Peter, fue rico en su día. Tanto que tuvo una empresa con veinte trabajadores. Llevó un alto tren de vida. Una vida de coches caros, viajes y desenfreno. Hoy, arruinado por las deudas, no tiene donde caerse muerto. Mal vestido y maloliente vive como un perro abandonado en medio del asfalto.
Ni corto, ni perezoso, llamé a ese hombre. Le dije que se pidiera una cerveza que corría de mi parte. Mientras se la bebía, hablamos de la vida. Me contó que cuando la empresa quebró, el amor salió por la ventana. Que los bancos se quedaron con su casa. Y que sus hijos - su Alberto y su Remedios - se metieron en la droga. La casa de sus padres también voló por los aires. Y voló, me contaba, porque la utilizó como aval para uno de sus préstamos. Cuando estaba en el candelero, me decía, todo eran amigos, favores y carcajadas. El teléfono era un ir y venir de llamadas interesadas. Hoy, el móvil ya no suena como ayer. Nadie se acuerda de cuando le di trabajo al hijo de Andrés, al cuñado de María o al sobrino de Rafael. Todos han desaparecido. Entre lágrimas, me comentó que no hay nada más amargo que pasar de rico a pobre.
Tras su despedida, me quedé roto. Roto porque nunca se sabe lo que te puede deparar la vida. Roto porque más allá del mérito y del esfuerzo está la suerte. Hay, decía mi abuelo, quien nace con estrellas y quien nace estrellado. Si todo fuera cuestión de esfuerzo, la pobreza sería algo así como un castigo merecido. Mientras pensaba, leía noticias sobre el Ingreso Mínimo Vital. Leía que la derecha radical no está por la labor de aprobar la medida. Que la "paguica" de Sánchez no es otra cosa que un parche ante su incapacidad para crear empleo. Leía que la derecha moderada condiciona el Ingreso Mínimo Vital a un compromiso con buscar trabajo. Estas lecturas, me recordaban los argumentos de los padres del neoliberalismo. Aquellos del Estado mínimo y la culpabilidad de la pobreza. Tras pagar la cerveza y la manzanilla, regresé a casa. En la cama, me acordaba de aquel hombre. Me acordaba porque quién le iba a decir a él que, hoy, sería pobre y candidato a cobrar la "paguica".
Por Abel Ros, el 6 junio 2020
https://elrincondelacritica.com/2020/06/06/sobre-pobres-y-paguicas/