Hoy, sin amasijos de cemento por en medio, nos hemos convertido en un país periférico al servicio de los grandes
l otro día, Ángel Urbide escribió un artículo en El País titulado: "los caramelos de Podemos". En él, el economista de Caño criticaba el programa electoral de Iglesias por considerarlo surrealista y perjudicial para los intereses económicos de España. Decía, y en ello le doy la razón, que las promesas de Pablo son retórica populista para llegar a La Moncloa, y acciones imposibles para gobernar el país. De todos es sabido que una "renta universal", o dicho de otro modo, "cuatro cientos euros, por la cara, para todo hijo de vecino" – da igual que sea el hijo de Botín o el carnicero de mi pueblo – suponen para las arcas públicas un cuarenta por ciento del PIB. No olvidemos que las políticas sociales son financiadas por el bolsillo ciudadano y, por tanto, la ejecución de las mismas supone aumentar los ingresos, o dicho de otro, modo subir los impuestos. Según Íñigo Errejón - del equipo de Podemos -, tales incrementos tributarios serían soportados por los “los de arriba"; los que han sacado tajada de la crisis y se han enriquecido a costa de "los de abajo". Si se hiciera esta medida, la renta universal – ideal, por supuesto que sí – se activarían, por parte de los empresarios, mecanismos para compensar, de algún modo, la pérdida en sus ingresos. Mecanismos, tales como: incremento de los precios; bajada de salarios y huída de sus negocios hacia otros territorios, donde las cargas fiscales fueran más atractivas.
Cuatro cientos euros, "por la cara", para todo hijo de vecino, supunen para las arcas públicas un cuarenta por ciento del PIB
Aunque Podemos llegara a la Moncloa – y yo me alegraría por ello – nuestro modelo productivo no cambiaría de la noche a la mañana. No olvidemos que la tardanza de España en la salida de la crisis no es otra que la incapacidad de las unidades productivas para reestructurar la economía. No olvidemos que hasta hace siete años, nuestros mimbres económicos eran los ladrillos. Hoy, sin amasijos de cemento por en medio, nos hemos convertido en un país periférico al servicio de los grandes. Mientras Estados Unidos basa su competitividad en la investigación y desarrollo; China en la reducción de los costes productivos y, Alemania en la industria pesada; España, sin embargo, ha perdido el rumbo en el tablero internacional. Así las cosas, sin grúas ni andamiajes solo nos quedan dos opciones: o reinventar nuestro modelo – buscar a toda prisa una ventaja competitiva que nos devuelva el sentido – o ser la África de Europa. La primera opción: "reinventar nuestro modelo", solamente se consigue con el emprendimiento y la investigación.
Para ello, para emprender, el Gobierno debe despertar el letargo ciudadano mediante el espíritu emprendedor. Despertarlo, les decía, mediante la inserción en los currículos educativos de asignaturas transversales que fomenten la creatividad y el talento; la toma de decisiones y, en definitiva: el "sueño americano". El fomento de la investigación se consigue mediante ayudas y estímulos al talento de las aulas para retenerlo en nuestras orillas, y evitar que se nos vaya. La segunda opción: "ser la África de Europa" supone quedarnos como estamos: un país de brazos cruzados cuya solución a la crisis pasa por aprobar reformas laborales, cuya única finalidad es empobrecer a la clase obrera en pro de los intereses patronales.
Durante tres años en La Moncloa, Rajoy ha optado por la segunda opción: "ser la África de Europa". Gracias a esta opción, el Gobierno ha desmantelado el Estado del Bienestar; ha hecho una reforma laboral a la horma de la patronal; ha endurecido el acceso a las becas; ha permitido el éxodo masivo del talento hacia otras orillas; ha ayudado a los bancos a salir de su crisis; ha incumplido hasta la última coma de su programa; ha aumentado la brecha entre ricos y pobres; ha traído el ébola a España y; ha ninguneado la función social del periodismo mediante ruedas de prensa "emplasmadas" y alejadas de toda ética. Con estos mimbres, los frutos que recogemos de este presidente es un país sin un modelo competitivo; sin hoja de ruta hacia la salida de la crisis, aunque nos hagan creer lo contrario. En días como hoy, las exportaciones agrícolas han caído por el cerrojo de Rusia; las ventas de automóviles siguen estancadas desde hace siete años; las ventas de viviendas no repuntan por las dificultades del crédito; las Administraciones Públicas "no levantan cabeza" por sus innumerables "púas"; los autónomos hacen malabarismos para sobrevivir en su desierto y; el fracaso educativo continúa, a pesar de que la Lomce iba a ser la panacea.
Así las cosas, las promesas de Podemos son el único palo ardiendo que le queda al ciudadano para que su sino cambie o caiga para siempre. La opción de Pablo Iglesias es, sin duda alguna, la opción menos mala entre todas las alternativas. El PSOE tuvo su oportunidad de gobierno y “derechizó” su discurso mediante el "decretazo de mayo del 2010" que nunca olvidaremos; el PP prometió el "España va bien" de los tiempos aznarianos y, a día de hoy, estamos en el kilómetro cero de "la culpa fue de Zapatero" y "la herencia recibida". Ante este panorama, por descarte entre opciones malas y peores, solamente queda Podemos - la opción menos mala-. Un partido, les decía, que aunque nos prometa la luna – como diría Federico – y sepamos que es soñar con la utopía, su discurso nos hace felices a las puertas del barranco. La misma felicidad – en palabras del machista – que sienten las feas cuando alguien les dice guapas para llevárselas a la cama.
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