Revista Deportes

Sobre retales y cohesión

Publicado el 23 mayo 2010 por Eandres
Sobre retales y cohesión

Los retales son, atendiendo al diccionario de la RAE, sobrantes o desperdicios. Sin embargo, mucho tiempo atrás, entendí que los retales son, en realidad, una filosofía. Mi abuela, como muchas otras señoras antiguas, solía comprar retales de telas con los que, armada de aguja, dedal y paciencia, cosía por las tardes frente a la radio. Aquella rutina más o menos cíclica, en la que yo me integraba con asiduidad, incluía la búsqueda del género, siempre por las mañanas, siempre en el centro de la ciudad. Puede que una de aquellas mañanas, ya lejanas pero no olvidadas, pensando en su afán de búsqueda y combinación, de imaginación y ahorro, comprendí que en aquella actividad había inteligencia, riqueza e incluso ciencia.

La filosofía del retal supone no acudir al mercado “libre”, donde la tela se vende por metros al precio estipulado. Muy al contrario, en el retal se debe planificar de forma pormenorizada el gasto y la necesidad efectiva de material, para, una vez conocido el mercado del sobrante, adquirir el producto más conveniente de entre el disponible. En resumen, supone poner en práctica una actividad que muchos cacarean y pocos practican: la gestión.

El mercado de los fichajes del fútbol presenta, como el de las telas, diversos tramos. Y aquí existe también un mercado de retales. Es evidente que los retales son, como las telas, de muchas clases y calidades. Pero lo que es casi seguro es que encontraremos un mercado del retal allá donde haya venta de tela por metros. Y esto es lo que nos ocupa hoy, ese mercado del retal que, en algunas ocasiones, produce productos exitosos y equilibrados, cohesionados y competitivos.

Quizá aquel Súper-Depor fue el primero de los equipos que alcanzó la fama gracias a un equipo construido con, entre otros géneros, retales. Si analizamos la alineación del primer equipo exitoso de Arsenio Iglesias, el cóctel era más o menos como sigue. Un par de brasileños de primer nivel (Bebeto y Mauro), un central balcánico de mando y clase (Djukic), la perla de la cantera coruñesa (Fran) y retales: buenos y diversos retales. Del Barça (López-Recarte), del Real Madrid (Aldana), del Valencia (Nando), del Mallorca (Albístegui y Claudio), del Burgos (Ribera) y el portero Liaño, procedente del Sestao de 2ª división, donde fue el portero menos goleado.

Y ahora nos hemos encontrado este Inter de Mourinho. Campeón por méritos propios. Nadie puede dudar que el Inter es uno de los grandes clubes de Europa. Pero lo cierto es que desde los tiempos gloriosos de Luis Suárez, Facchetti y Mazzola, la Copa de Europa se le había resistido. Este Inter no tiene la filosofía de aquel. Estos son otros tiempos, y este equipo está construido en torno a la personalidad del portugués. Repasemos alguna de sus individualidades.

Esta ha sido la temporada de Sneijder. El holandés salió del Madrid con algo de inquina en busca del cariño lombardo. La necesaria amortización de activos le llevó a Milán y allí ha explotado como jugador al añadir a sus muchas virtudes el necesario compromiso.

La final, en cambio, ha sido la de Milito. Llegó del Génova este año acompañado de Motta. Previamente, militó en el Zaragoza donde completó una temporada notable (2006-07), una buena (2005-06) y otra discreta (2007-08). En este año, la confianza de Mourinho ha sido vital para que, el otrora menos famoso de los hermanos Milito, se consagre de forma definitiva. Pensando en el Mundial, muchos no nos explicamos que Diego no tenga garantizado un puesto en la delantera albiceleste.

Estos dos jugadores fueron los artífices del triunfo frente al Barcelona, verdadero rubicón del proyecto europeo del Inter. Sin embargo, no debemos olvidar la contribución de Etoo. Inmerso en la cuestionable operación Ibrahimovic, Samuel ha vuelto a la banda esta temporada. El camerunés parece comulgar con el luso y el resultado de esta sintonía ha sido un desempeño notable, sobre todo desde el punto de vista defensivo.

A estos magníficos jugadores hay que añadir algún otro retal de calidad como Motta, Cambiasso, Lucio o Walter Samuel; veteranos ilustres como Stankovic y Zanetti; fichajes más o menos personales de Mourinho como Pandev; un buen número de defensas más o menos rocosos (Maicon, Córdoba, Materazzi, Chivu…) y un portero excelso: Julio César.

Y allí estaban todos en el Bernabéu. Saboreando su gloria. Pero, sobre todos ellos, lo queramos o no, estaba Mourinho. El patronista de este engendro glorioso. Orgulloso de su producto. Inmodesto en su proceso. A buen seguro Mourinho rememorará buena parte de sus decisiones en la temporada. Y tal y como lo hacía mi abuela algunos años atrás, buscará en sí el refuerzo que proporciona el trabajo bien hecho: recalcará su pericia, subrayará sus aciertos y se recreará en su autoridad.

No en vano, el portugués ha triunfado. Una vez más. Como ya lo hiciera en Oporto. Con la cohesión interna como estandarte. En guerra con todos, menos con los suyos. Al fin y al cabo, el fútbol es esencialmente eso… ¿o quizás no?


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