No creo que haya otro en el mundo dotado de esta capacidad de escribir irrebatiblemente.
He pasado la mayor parte de mi vida actuando ante los tribunales, en donde el éxito o el fracaso profesional depende de tu capacidad de desmontar siquiera sea ínfimamente parte de los argumentos ajenos.
Nunca, en los más de 5.000 asuntos judiciales que tramité ante los juzgados, tuve una experiencia como ésta a la que acabo de enfrentarme: este hombre cuyo conocimiento textual provocó mi alborozo el primer día que lo leí, acaba de pergeñar un texto increíble, al que he sido absolutamente incapaz de poner un simple “pero”, aunque fuera el de una coma mal puesta lo que es casi inevitable cuando se escribe tanto.
Y lo que aún me asombra más es que el tema sobre el que él ha escrito, ha sido ya un par de veces machacado por mí: demostrar la radical, la esencial criminalidad del PP, de todos y cada uno de los miembros de esta criminalísima mafia, en su diario actuar en todos los frentes de la política española.
Por supuesto que yo, creo, que conseguí demostrar que lo que estos criminales natos están haciendo con la inmensa mayoría del pueblo español es un auténtico asesinato, puesto que lo que realizan miles de veces, todos los días, es empujar al suicidio a millones de personas que ven como sus vidas se cierran para siempre sin otro punto de escape que no sea la muerte y esto, a no dudarlo, es un homicidio en modo alguno involuntario sino premeditado y ejecutado con total alevosía lo que, según todas las teorías penales del mundo, convierte sus cotidianas acciones en los más viles de los asesinatos.
Esto es así y nadie que no sea un perfecto hijo de puta, el más canalla de todos los malnacidos lo puede negar, pero se puede decir así, de esta forma abrupta y visceral como yo acabo de hacerlo o con la suprema y exquisita elegancia intelectual y moral con que este muchacho que apenas si tiene 25 años lo ha hecho.
Hay que leer no una sino varias veces, hasta que todas y cada una de sus palabras impregnen para siempre no sólo nuestra inteligencia sino también eso que se halla en la entraña de nuestro corazón y que algunos llamamos alma, este texto absolutamente impecable, perfecto, ejemplar que a mí, que me esforzado en leer todo lo que de grande y hermoso se ha publicado en la historia del hombre, me ha asombrado como ningún otro en mi vida.
Creo que lo mejor que puedo hacer es transcribirlo aquí para que puedan leerlo incluso aquellos que, como yo, no sean muy duchos en el arte de manejar los enlaces. Dice así:
“Alberto Garzón Espinosa. LOS GRITOS DE LAS VICTIMAS
http://www.laopiniondemalaga.es/opinion/2013/04/09/los-gritos-de-las-victimas/579619.html
Recordaba el filósofo esloveno Zizek que es «mucho más difícil para nosotros torturar a un individuo que permitir desde lejos el lanzamiento de una bomba que puede causar una muerte mucho más dolorosa a miles de personas». Y es que la clave de un acto violento no está tanto en el método con el que se ejerce como en sus efectos, que son los que verdaderamente permiten valorar el daño real causado a la víctima.
Estamos rodeados de actos violentos. No sólo de aquella violencia que vemos a través de imágenes en los telediarios y en las grandes producciones cinematográficas y que se refieren bien a eventos ficticios bien a eventos lejanos para nosotros. También nos rodea la violencia ejercida desde los despachos de los ejecutivos de las grandes empresas y desde las reuniones de los parlamentos nacionales. Esta segunda violencia no es que sea invisible, porque sus efectos son bien evidentes, pero sí que tiene la apariencia de estar desconectada.
A menudo no es fácil percibir que cuando un ejecutivo firma un despido está en realidad desposeyendo a un trabajador del único medio que tiene para sobrevivir y que, en consecuencia, está empujando al susodicho a un abismo del que quizás no pueda salir nunca. Similarmente, cuando los diputados del Partido Popular presionaron el botón verde para aprobar los recortes en sanidad, robando así a los inmigrantes su categoría de ciudadanos, el efecto real fue cerrarles las puertas de los ambulatorios y hospitales a miles de personas. Ejercieron, sin contacto físico, una violencia inigualable.
Es acertado afirmar que estamos padeciendo una estafa, pero no lo es menos añadir que ésta es también de carácter violento. En nuestro país se están saqueando las arcas públicas para salvar los beneficios de los bancos internacionales, y para ello se están dinamitando los derechos sociales y económicos de los trabajadores. Y una de las manifestaciones más claras de todo este proceso ha sido la inacción de un Gobierno que ha permitido que las sagradas leyes del mercado expropiaran sus viviendas a personas que ya no podían seguir pagándolas. El Gobierno ha permitido, de esa forma, que miles de familias sufrieran que las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado asaltaran sus viviendas y que con extraordinaria agresividad expulsaran a todos los miembros y solidarios vecinos del interior. Un acto, el del desahucio, que sólo tiene como objetivo transferir la propiedad efectiva de una vivienda a los bancos. Bancos, no lo olvidemos, que son los principales responsables de que nuestro país esté en bancarrota. Bancos, también, rescatados con el dinero fruto del esfuerzo de los trabajadores que pagamos impuestos honradamente y que no somos como los Bárcenas, Urdangarines y Borbones varios, cuyos corazones residen en Suiza.
Según las encuestas en nuestro país el apoyo a los escraches está por encima del 70%. Ese es uno de los rasgos de la solidaridad con las víctimas de los desahucios, y que son aquellos que sólo encuentran esta forma para expresar su desesperación ante la violencia ejercida por sus trajeadas señorías. Algunas de estas señorías disfrutan de varias viviendas y cobran 1.800 euros al mes para hacer frente a gastos de mantenimiento. Que ahora se enojen por escuchar los gritos de las víctimas de sus propias acciones es el colmo de la hipocresía y el cinismo. Que con la paz social dinamitada, con autoría en estas mismas señorías, exijan respeto a las instituciones que ellos mismos rompen e insultan, sólo puede servir para disfrutar del estruendo de una enorme carcajada colectiva. Es posible que a los diputados del PP no les guste expulsar a los trabajadores de sus casas, pero lo cierto es que lo promueven. Y, lo que es más importante, podrían evitarlo y no lo hacen.
No, manifestarse ante los diputados para exigir justicia no es un acto violento ni tampoco ilegítimo. Se trata de la reacción lógica de quienes aún desde el pacifismo responden a sus agresores y a quienes legalmente les arrebatan sus vidas”.