Revista Filosofía

Sobre una tipología pendiente (o de por qué “caviar” no debería ser un insulto) (II)

Por Zegmed

Sobre una tipología pendiente (o de por qué “caviar” no debería ser un insulto) (II)

Quisiera terminar la entrada anterior añadiendo una consideración más. Antes de eso, sin embargo, hagamos un breve resumen de lo dicho hasta aquí. La idea era explorar el sentido del concepto “caviar”. En realidad, es evidente que caviar no es propiamente un concepto, ya que no está claramente delimitado. Parte de la intención de mi post era hacer una tipología, un intento de delimitación a partir de los usos ordinarios del término. La conclusión a la que habíamos llegado es la de que “caviar” supone, al menos desde la intención de quien emite el calificativo, una forma peyorativa. Se acusa a aquel al que se le dice caviar de ser incoherente y la incoherencia radicaría en un modo de vivir que no es consecuente con la pobreza de la gente que dice querer ayudar. De esta objeción, creo, ya hemos salido más o menos sin dificultad. Dijimos que el problema radicaba en que la acusación era tramposa y que escondía una falacia, a saber, la de la necesidad de ser pobre para poder preocuparse genuinamente por el pobre. De todos modos, el detalle de mi argumento está en el post anterior.

Vamos, entonces, al segundo punto: ¿por qué se pican tanto los llamados caviares? Primero, evidentemente, porque cuando se acusa a otros de caviar, se hace con malicia. La intención es hacer daño, más allá de que R. Rey diga que es sólo una forma de “agruparlos”. Cuando se le dice a alguien caviar, se intenta descalificarlo. Además, como suele suceder con las falacias mediáticas, esto cala en la gente, sin importar su inteligencia ni su grado de instrucción. En ese sentido, la molestia es comprensible. ¿A quién no le afectaría que se le acuse de incoherencia y de falsedad, sobre todo cuando el acusado o acusados se han dedicado auténticamente al servicio del otro? Es una calumnia y, el que menos, se enfurece. Pero creo que hay un motivo más severo, menos lineal y menos sencillo de explicar. Es lo que Nietzsche llamaba en su Genealogía de la moral, la “mala conciencia”.

La mala conciencia, según Nietzsche, es un producto formado a partir de la idea de culpa, de la idea, además, de una culpa infinita. Este es un tema interesante, en efecto. Además de las razones ya explicadas, entonces, una legítima hipótesis es que la razón de la ofensa tenga que ver con la culpa. Su origen, sostenía Nietzsche, es religioso. Es generada por el peso que pusieron los sacerdotes en el imaginario de la gente. Convencieron a los seres humanos de que las deudas no sólo eran económicas, sino morales, ontológicas. El ser humano ha nacido en falta, dice el cristianismo, ha nacido mancillado por el pecado original. El ser humano está marcado por esa deuda, por esa culpa. Nunca podrá saldarla, será Dios quien lo perdone, será Él quien le permita entrar luego a su Reino; para hacerlo, sin embargo, deberá comportarse a la altura, al servicio del prójimo y alejado de las tentaciones de este mundo, una de las cuales, claro es la comodidad que genera el dinero. ¿Interesante, no? La tesis de Nietzsche es que la culpa, por eso, nos corroe, nos persigue. Y como la deuda es con Dios, ¡encima es impagable! Consecuencia: vocación por el ascetismo. Todo esto está bien estudiado por Nietzsche en el libro referido. No digo que su estudio sea exacto ni del todo justo, pero guarda una importante cuota de verdad.

Muy bien, ¿qué tiene que ver eso con nuestro contexto? Yo creo que bastante. Por un lado, porque una cuota interesante (aunque no tengo idea de qué tan significativa en términos porcentuales) de la llamada “izquierda caviar” es cristiana. Son los cristianos cercanos al movimiento de la teología de la liberación del muy querido Gustavo Gutiérrez. En ese sentido, sostener que puede haber un puente con la tradición de la culpa que ha sostenido Nietzsche, al menos, es una posibilidad. Ahora, y esto es muy importante, no estoy diciendo ni por asomo que haya una relación directa entre religión y culpa. Menos aún sostengo que la teología de la liberación represente una corriente que genera o afianza la mala conciencia. Lo único que digo es que, si pensamos en motivos para ver por qué algunas personas se ofenden, buscando más allá de la explicación básica dada al inicio (que podría ser suficiente explicación en la mayoría de los casos); si hacemos eso, digo, creo que podemos ver una conexión con una religión mal digerida, en la cual el peso de la culpa se extiende. Esto vale igual para los acusadores, muchos de ellos, además, de las alas más ortodoxas y radicales del catolicismo. Su vocación por la culpa podría ser uno de los motores impulsores de la acusación, a saber, extender su propia vocación por la culpa a las alas más progresistas de la Iglesia. El otro bando, si esta hipótesis tiene sentido, caería en el juego. La trampa de la culpa, como diría Wayne Dyer, los habría atrapado. Incluso a ellos, los católicos más progresistas. Insisto, esta explicación no es omnicomprehensiva: sólo ilumina una parte del fenómeno y creo que hay algo de verdad en lo que sostengo.

Ustedes se preguntarán, ¿pero qué pasa con los “caviares” no católicos? Mi tesis se derrumbaría por completo, al parecer. Es posible, sí; no obstante, Nietzsche tiene también un argumento interesante. El filósofo alemán sostiene que este fenómeno no es exclusivo de las personas religiosas. Su origen es religioso, sí; pero sus consecuencias van más allá de la religión. El veneno de la culpa es tan nocivo, precisamente, porque se extiende sin límites. Algunas mentes, aparentemente purgadas de las ficciones de la religión no podrían, sin embargo, hacer lo mismo con su más grande miseria: la culpa. La mala conciencia es un tipo de experiencia hostil a la vida, pero allí está, nos ataca, nos consume, seamos religiosos o no. Así, pues, el argumento persiste y la posibilidad de explicar la molestia de los llamados caviares se sostiene.

En resumen, entonces, considero que las personas que acusan de caviares, con intención peyorativa, a otras cometen un error conceptual. Mezclan planos producto de la ignorancia, si es que no por la mala intención. De otro lado, si bien comprendo la ofuscación de algunos de los ofendidos, creo que la misma proviene de no haber identificado el primer problema o de estar siendo agobiados por la trampa de la culpa. Por todo lo dicho, finalmente, creo que lo de caviar debería volverse algo anecdótico a lo que no debería prestarse mayor atención. Si ser caviar es tener algo de dinero o, al menos, no pasar por apuros económicos y tener la posibilidad de darse una vida algo más que digna, con algunos gustos satisfechos; si ser caviar supone eso añadido a una seria convicción de que este país debe ser más justo, más inclusivo y más preocupado por los que menos tienen, entonces, señores, caviar no debería ser un insulto, sino una vocación.

Bueno, creo que hemos dicho ya suficiente. Seguro hay más ángulos del asunto que merecen debate y atención. Espero que algunas de las personas que lean estos posts puedan mostrarme las cosas que he obviado y complementar, así, esta tipología pendiente.


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