Hablar me relaja. Estos días estoy hablando a todas horas, necesito desahogarme. Llamo a todo el mundo y dejo que fluya. Pero, ¿qué pasa si la necesidad de hablar me pilla de madrugada? Pues aunque no es lo mismo, me he levantado y he encendido el ordenador. A fin de cuentas, escribir es también otro modo de liberarme, de expresarme. Quizás, por eso abrí el blog. Y quizás, por eso también, hoy estoy aquí sentada contando esto. Porque necesito desahogarme. Mis amigos me escuchan cada día, están ahí en todo momento de bajón. Pero a veces tengo que parar, tener cuidado por los niños, no dejar que se note lo que estoy pasando. Y ahora, tranquilamente, en la soledad de la noche, puedo escribir y relajarme sin miedo a que mis hijos se enteren.
Estoy fatal, estoy pasando la peor situación que he vivido nunca. Y creo que no lo llevo bien, me consideraba muy fuerte, pero ahora no me veo así.
Hace casi dos semanas, mi marido sufrió una parada cardiorrespiratoria. De golpe. Sin previo aviso. Estaba entrenando con un amigo, estaba bien, de pronto se paró, se agarró a un árbol y allí empezó esta pesadilla. Cayó al suelo fulminado, muerte súbita lo han llamado. Le hicieron maniobras de reanimación cardiopulmonar, la ambulancia llegó rápidamente y le recuperaron. Está en la Unidad de Cuidados Intensivos, en coma desde entonces. Sin ningún cambio. Al contrario, las cosas van a peor, no responde a ningún estímulo, ni siquiera al dolor. Las imágenes muestran varias zonas del cerebro dañadas por falta de riego sanguíneo. Y el pronóstico es muy malo. Hace unos días nos dijeron que no se va a recuperar, parece que se va a quedar en estado vegetativo persistente. Es una noticia devastadora, para mí, peor incluso que la muerte.
Así nos enfrentamos a esto:
Yo – Tengo todo tipo de sentimientos, muchos de culpabilidad. Todo el mundo me dice que no tengo que sentirme culpable, pero no puedo evitarlo. Para el que no lo sepa, os pongo en antecedentes. Mi marido y yo no vivíamos juntos desde hace unos meses. Las cosas no funcionaban muy bien desde hacía algún tiempo y habíamos decidido separarnos. Pero no era nada definitivo ni nada rígido. Éramos unos padres separados modélicos. Cada día, todos los días de la semana, venía a casa. Los días de diario venía al salir del trabajo y estaba con la peque en la cena, se encargaba de bañarla y jugaba con ella un rato antes de dormir. La única diferencia que había con antes de la separación era que no dormía aquí. Los fines de semana estaba aquí casi todo el rato. Él se encargaba de llevar a Sara a natación los sábados por la mañana, y por las tardes llevaba a los niños a casa de los abuelos. El resto del fin de semana, lo pasábamos en el salón jugando, o bajaba al parque…. Hablábamos cada día por la mañana, le llamaba para cualquier duda que tenía, nos hacíamos favores, celebrábamos juntos las fiestas… parecía que nada había cambiado, excepto por el hecho de que dormía en casa de sus padres.
Y entonces, ¿por qué me siento culpable? El domingo pasado no vino a casa por la mañana, quedó con un amigo para correr. Llamó a las 11.20 para hablar con Sara y decir que se pasaba por la tarde, como siempre. El SAMUR le atendió a las 11.46, Sólo un momento después. Si no nos hubiéramos separado, si siguiera viviendo aquí, seguramente no habría ido esa mañana a correr con su amigo y esto no habría pasado. O sí, la verdad es que no lo sé. Pero no dejo de darle vueltas a esto.
Estos días están siendo los más difíciles de mi vida. Los primeros días no sabía reaccionar, estaba en estado de shock, pensaba cosas como que habíamos hablado por teléfono sólo unos minutos antes y no podía ser cierto. Poco a poco, he ido viendo la realidad del asunto. Y tengo tanto tiempo de pensar en tantas cosas. Unas veces no quiero ver la magnitud del asunto, pienso que los milagros existen…pero esos pensamientos me duran poco, rápidamente me doy de bruces con la realidad. Y me he hundido. Aunque intento no hacerlo. Por ellos, por los niños.
No puedo dormir, cierro los ojos y le veo allí tumbado en la cama, intubado y dormido, sin hacer nada. Le hablo, le acaricio, le doy besos, le cuento las cosas que ha hecho la niña, pero nada. Hace un par de días que ha empezado a abrir los ojos. Pero es casi peor verle así. Con la mirada fija hacia el techo o los ojos en blanco, ni parpadea. Bosteza, con la boca muy abierta, muchas veces, parece que mastica algo, todo sin mover los ojos, y de pronto, los vuelve a cerrar y se acabó. No tiene conexión con el medio, no nos oye, no responde, no se mueve… Como enfermera que se ha enfrentado a cosas parecidas muchas veces, entiendo estas situaciones. Recuerdo un caso particular de un chico muy joven que intentó suicidarse. No se murió pero quedó en estado vegetativo. Yo veía a esos padres, pasarse los días en el hospital destrozados, hablando con él, imaginando cosas. Y pensaba, pobres, no quieren ver la realidad. Ahora, yo soy como esos padres. Veo cosas dónde no las hay. Otras veces, me doy cuenta que no tiene sentido.
Creo que no puedo con esto. Me derrumbo a cada rato, me paso el día llorando. El sábado me encargué de llevar a la pequeña a natación, en un intento de que su vida siga siendo lo más parecida posible a la que era antes. Pero de pronto, no sabía dónde estaban las cosas de la piscina, no sabía si necesitaba algo para entrar, no sabía quién era su profesor…Cogí el teléfono para llamarle y preguntárselo y caí en la cuenta que ya no puedo hacerlo. Me agobié tanto que me senté en el suelo a llorar y no podía parar. Esto se me hace cuesta arriba. Ayer, al volver del hospital en el autobús (he dejado de ir en coche porque siempre vuelvo muy afectada y me da miedo), empecé a encontrarme mal, no podía respirar, sudaba, me estaba mareando, lloraba y nadie, ni siquiera la chica que estaba sentada a mi lado, me preguntó si necesitaba algo. Me bajé y respiré hondo en la calle, entré en la guardería a recoger a Sara pero antes de que la sacaran, me metí al despacho de la directora a llorar desconsoladamente y desahogarme, para poder salir calmada a recoger a mi hija.
A cada momento, me doy cuenta de su falta. Veo fotos en casa. Oigo una canción y pienso que a él le gustaba. Veo algo en la tele y me acuerdo de él. Recojo a la peque de la guarde y me quedo esperando a que llame, como cada mañana, para el parte diario. Pero no llama. No mete la llave en la cerradura como cada noche. Este fin de semana no ha estado con los niños. Todo el mundo me dice que soy muy fuerte y yo intento serlo, pero ahora no lo consigo. Estoy tan cansada, las noches son eternas.
Por suerte, hay mucha gente que me apoya, personas que me llaman, se preocupan, me ofrecen todo tipo de ayuda. Y yo hablo y me desahogo cuando puedo, cuando no están los niños, lo que también resulta un poco difícil. Echo de menos un vecino amigo en la puerta de al lado. Alguien a quien poder llamar en los momentos en los que no puedo más, para que se quede unos minutos con los niños y poder calmarme. También echo de menos a mi familia. Es cierto que están ahí apoyándome, pero no como yo querría. Mi madre trabaja casi todas las tardes, por lo que no puedo dejarle a los niños y acercarme al hospital. Y a la peque no puedo dejarla con cualquiera, tampoco quiero marcharme y dejarla llorando. Mi padre no sabe manejar los sentimientos, en casa nunca hemos podido expresarlos. Ahora, en vez de apoyarme y abrazarme, me regaña por llorar, por no tener hambre, ¡hasta ha llegado a decirme que tengo la casa hecha un desastre! Así no quiero su ayuda.
Lucas – Me tiene un poco preocupada. El día de la noticia, fue muy duro. Si hubiese sido de otra forma, podría haber intentado maquillar la noticia un poco, pero él estaba delante cuando me llamaron por teléfono y se enteró de todo. Es duro para él. Tiene 12 años, sigue siendo un niño aunque ya entiende lo que está pasando. Bueno, mentira, no lo entiendo. No lo entiendo ni yo. A veces se pone a llorar, otras veces se enfada y dice que no es justo que una persona tan buena tenga que pasar por esto y que haya verdaderos monstruos en la calle a los que no les pasa nada. Hay veces que mira a Sara y se pone triste, pensando en su futuro. Algunos momentos, es mi único apoyo. No quiero abusar de él, pero con su sensibilidad especial, ve lo mal que lo estoy pasando y me abraza, o me ayuda con alguna cosa. Es difícil, estoy intentando que en casa las cosas no cambien mucho, tener mucha paciencia con él. Y sobre todo, hablar. Que hable, que se desahogue, que exprese lo que siente y no se lo trague.
Sara – Ella también nota que pasa algo, aunque evidentemente, no sabe qué es lo que pasa. Por las noches llama a su papá, a la hora del baño principalmente. Y el día de natación, iba extrañada conmigo. Lo que más nota es el ambiente que hay en casa y se despierta muchas veces por la noche llorando, aunque se vuelve a dormir enseguida, me preocupa que algo le esté afectando. A mí me duele muchísimo pensar en su futuro, aunque como ahora es todo tan incierto, tampoco quiero darle muchas vueltas.
El resto de la gente – Bueno, todas las personas que me rodean se enfrentan a esta situación de distinta manera. Principalmente, las personas que más me preocupan son mis suegros. No son conscientes de lo que ha pasado, un mecanismo de defensa les impide ver la realidad del asunto. Los médicos dicen que es normal y que poco a poco irán dándose cuenta, aunque de momento, a pesar de que les han hablado varias veces de la gravedad del asunto, siguen esperando un milagro. Y yo no me veo con fuerzas de explicarles nada, aún estoy yo que no me lo creo. Todo el mundo está muy afectado, esto no tiene lógica, una persona sana y joven…
En todos estos días, lógicamente, no he escrito nada en el blog, no tengo ganas de nada. Lo único que hago es pensar, darle vueltas a miles de asuntos. Y hay algo que me ha sorprendido. Por un lado, la cantidad de gente preocupada. Personas con las que no hablo hace meses, e incluso años, y que ahora se vuelcan en ayudarme. Amigos que están ahí a cada momento, que me llaman cada día, vienen a verme, me acompañan al hospital, se ofrecen a quedarse con los niños. Si no fuera por todas esas personas, por ese cariño incondicional, por esas personas que me escuchan en mis peores momentos, cuando me ahogo y no puedo respirar y sólo puedo llorar….Pero también me ha sorprendido la otra gente. La que no me ha dicho nada, gente a la que veo cada día en el trabajo, personas a las que conozco hace años, miembros de la familia, gente, que a pesar de saber lo que estoy pasando, no se han molestado ni una sola vez en preguntarme como estoy yo, como está él, si necesito algo…Es una lástima que tenga que pasar algo así para darte cuenta de la gente que de verdad importa.
Y ya me he desahogado. En un rato me vestiré para ir de nuevo al hospital, a ver que nos dicen hoy, aunque no espero ninguna noticia. La doctora dijo que iba a esperar unos días más y si no había cambios, hablaban con nosotros largo y tendido. Este es el resumen de lo que están siendo mis días últimamente. Imagino que seguiré desconectada de este mundo durante una temporada. Gracias por escucharme en mitad de la noche.