Orko salia a trabajar alegremente cada mañana después de besar la mejilla de su esposa y alborotarle el pelo a sus pequeños.
Con el maletín en la mano y el periódico bajo el brazo para leerlo en el metro, pensaba ilusionado en el buen día que tendrá ante el altar de los sacrificios en el templo de Greiscol.
Orko era un brujo del siglo XXI. Aun en la etapa optima de la mediana edad, libre todavía de la inevitable barriga. Ojos desilusionados. Tono de voz asustado.
Las expectativas de Orko en la vida, que ya eran mínimas de entrada, le estaban marchitando. Mellaban su autoestima.
Todavía tenia músculos de brazos y piernas fuertes. Andares de atleta y porte de corredor. Su pequeña estatura la compensaba levitando permanentemente y una toga que le ocultaba los pies lo hacia aparecer más alto.
En la congregación apreciaban su sarcástico sentido del honor, un antídoto que contrarrestaba, según él, los efectos concienzudos de su estudio para infligir hechizos para extraer el corazón de la victima de turno.
Orko debutaba hoy en los actos de sacrificios a los bendecidos feligreses para arrancarles el corazón aun palpitante...