Infligir dolor por encima de cualquier otra cosa. Es la conclusión a la que llego una y otra vez cuando me paro a analizar las sin-razones que un hombre puede tener cuando fuerza, reduce, golpea, babea y viola a una mujer. Infligir dolor. Qué duro se me hace entender que un ser humano se pueda mover solo por satisfacer ese instinto brutal y homicida. Causar daño, forzar. Daño psicológico: observando cuando no se quiere ser observada, humillando, gritando o censurando. Daño físico: golpes, mordazas, mordidas, penetraciones, ni se me pasa por la cabeza qué más.
Estos días mi hijo pequeño, de apenas un año, ha elegido, en su azar infantil y curioso, de mis estanterías el Contrato social de Jean Jacques Rosseau. Lo saca una y otra vez, lo hojea de la primera página a la última. En ese libro, el ilustrado francés asegura que el hombre es bueno por naturaleza, que es la sociedad y sus circunstancias quien lo corrompe. En el siglo XXI, hoy, en España, me pregunto cuáles son los valores de esta sociedad para que esto suceda, para que alguien quiera inflingir dolor, sin escrúpulos, sin barreras, para que haya hombres que ya no son buenos, para que haya hombres que son verdaderamente malos. Y además de que suceda, que se repita.
Y luego hablan de valores relacionados con banderas e himnos, de pertenencia a una identidad política. Los valores por los que debemos luchar son otros, son los que empiezan por los derechos de las personas. Ahora mismo, las mujeres han perdido el derecho, porque la sociedad se lo ha quitado. Las están matando, a golpes.
Me da mucha pena de esta sociedad que permite que los hombres crezcan corrompidos de esta manera, envalentonados y empoderados en su vil mezquinidad de creerse superiores. Es una sociedad culpable, una sociedad patriarcal que justifica y permite, que tolera que los hombres se conviertan en lobos, en hienas crueles enfermos de rabia.
Y todos los hombres formamos parte, de una manera u otra, de ella. Eduquemos a nuestros hijos, es la única solución. Ni penas más duras, ni cadena perpetua, ni pena de muerte. Educación, educación y educación.
