El ejército es como una minúscula sociedad incrustada en el corazón de la sociedad misma, una réplica fiel en miniatura, sólo que vestida de caqui. Cualquier rol de la sociedad actual tiene su idéntica reproducción en versión militar, ya se trate de ingenieros, médicos, albañiles, mecánicos o incluso sacerdotes.
Si cada vez que no nos gusten los efectos de una huelga hemos de recurrir a los militares, el ejército acabará suplantando a la sociedad. Todo lo contrario al objetivo que persigue la democracia. Porque en democracia no tiene cabida una sociedad militarizada.
Que no nos gustan las huelgas salvajes de los controladores aéreos, pues que los militares dirijan el tráfico de los cielos; que tampoco la de los empleados del metro y de los transportes, pues que los militares conduzcan los trenes y los autobuses; que nos caen antipáticas las de los médicos y ATS, pues que los militares se encarguen de practicar las operaciones y de hacer las curas a los enfermos. Y así hasta el absurdo.
A ver si por regular un derecho fundamental perfectamente recogido en la Constitución vamos a convertir esto en una sociedad más militarizada que la del franquismo.
Porque cuando nos ponemos, somos así de brutos y más.