Socorro Santander, mi ‘Pueblito Viejo’. En la carrera 12 viví los mejores años de mi vida junto a amigos y primos inolvidables, sinceros, honestos, divertidos y solidarios.
Las rodillas sucias y sangrantes hacían parte de la cotidianidad al verse expuestas al fútbol y a las caídas en monopatín. Vivíamos descalabrados pero felices todas las noches hasta que un grito con el ” INSERTE NOMBRE_____ ¡A comer!” nos metía de un tirón en las casas de cada uno y luego, apurados, volvíamos a la calle a seguir jugando, felices, plemanete.
Todos interrumpíamos el juego con los mandados que nos pedían en cada casa para ir a comprar pan a la Imperial o a la Trillos.
La vida no era de lujos, pero lo teníamos todo; la vida era sencilla y así nos sentíamos ricos.