Que no llama la atención ni parece que vaya a abrir la boca para significarse. Uno al que se le ven posibilidades, al que incluso casaría con mi hijo si no fuera porque en las escandalosas comidas familiares permanece callado y con aire interesante observa a la concurrencia sin llegar jamás a conectar con ella.
Espero que la autora y vosotros, lectores de Libros Prohibidos, podáis perdonar esta burda broma para empezar la reseña. He puesto calificaciones negativas otras veces, pero esta me ha costado más que el resto porque la obra reúne un montón de buenas ideas, incluso de terrenos poco explorados en la novela negra; pero, por una razón u otra, no acaba de resultar satisfactoria y se queda en ese territorio tan poco agradecido del casi, pero no.
Comienzo con los puntos negros más evidentes y palpables. En primer lugar, el texto necesita un último repaso para afinar la gramática y otras cuestiones de estilo. El error más patente, y que se repite demasiado, es un molesto laísmo que mancha la voz narrativa y también la de todos los personajes. Uno puede entender que alguno de los actores de la trama tengan ese "defecto" en su manera de hablar, pero ¿todos?, y ¿tantas veces? A mí me acabó sacando de la lectura. También se dan, en menor medida, confusiones de los tiempos verbales, errores en la acotación de diálogos y confusión de las voces narrativas. El otro error que considero importante es -este si admite más discusión por su subjetividad-, la falta de tono que recorre toda la narración. Se abren múltiples historias que siguen trayectorias ascendentes en su intensidad, pero se espera alguna subida más abrupta y que culmine en un buen clímax. No estoy hablando de que falte acción en El inquilino, eso es disculpable; no pido tiroteos, saltos por las azoteas o persecuciones en lancha; sino de que el lector acaba dándose cuenta de que la línea narrativa es demasiado plana y se impacienta, quiere que suceda algo, saber más del crimen o que se descubra algún conflicto de peso en la trama; así que sigue leyendo y, por fin, pasada la página cien...
De repente me acordé de la noche que me invitó a cenar, de la conversación que le oí mantener desde su habitación, de la violencia que desprendían sus palabras amordazadas, de aquella última frase que puso punto y final a la llamada. Te juro que te vas a arrepentir. Y entonces lo reviví todo bajo otra luz.
Algo es algo. Creo que han sido demasiadas las historias que ha querido meter y entrelazar en la novela la autora: hay investigación policial pura y dura (de hecho la pareja de detectives, Reyes y Pereira, tienen una relación que es atractiva y son de lo mejor que ofrece la obra), hay trama de corrupción inmobiliaria, cloacas políticas, historias de amor (hetero y homosexual), desencuentros y tragedias familiares y modelos de vida new age de cartón piedra. Tantas cosas que uno pronto empieza a sospechar lo difícil que va a ser hilarlas y hacer que ningún hilo quede suelto. De hecho, cuesta saber de qué trata el libro, y no nos aclaramos algo hasta que este avanza un buen trecho. Extraña que la historia de investigación aparezca bastante tarde y que hasta su llegada apenas suceda nada.
Se aprecia, no obstante, en Sofía Méler una habilidad para las metáforas, un estilo rico y más que solvente, capaz de hacernos sentir con eficacia los escenarios de la novela. Con esto quiero decir que para nada la obra es ilegible, que no os engañe la nota asignada. Es cierto que lo que en el inicio promete se acaba desinflando a medida que avanza la lectura, pero esta narración tiene alma aunque flaquea en el desarrollo. El inquilino se puede leer bien y tiene momentos evocadores (la descripción de situaciones es uno de los fuertes de la voz narrativa), pero es una obra incompleta a la que le falta tensión narrativa, claridad en la exposición y algo de diferenciación en las psicologías de los personajes.
Aquí el que no esconde algo...
Porque de esto va sobre todo la novela: de ocultaciones, subterfugios, mentiras a medias o a enteras. Todos los personajes, de forma más marcada los principales, tienen un misterio en su pasado (hay un cofre que con gusto el lector estrellaría contra la pared para ver qué contiene. Por supuesto, hasta aquí puedo leer). Tristán, abogado que acude a Marbella para cerrar un negocio inmobiliario, parece un hombre tranquilo, un esclavo del trabajo. Manuela, su arrendadora, ha pasado por una situación traumática que no logra superar. Pedro, el farero, que se hace buen amigo de Tristán, y que, más que ocultar algo, calla y observa todo lo que acontece a su alrededor. Y esto es solo una muestra de los grandes silencios que habitan El inquilino. Porque aquí el que no oculta algo, miente, y el que no miente calla y al que no calla quieren hacerlo callar. Como he dicho antes, muy buenos mimbres. ¿Acaso lo que no se ve pero se intuye, lo que permanece en las sombras, no suele ser el leitmotiv de toda buena novela policíaca? Pues en esta cesta encontraremos muchos de esos ingredientes ocultos.
-Sin auto engaño no sobreviviría nadie, ni siquiera tú
Otro de los temas principales que podemos ver en esta obra es la soledad, la sórdida soledad que viene tras la pérdida o tras el miedo a compartir. Tan inevitable la primera, tan humano el segundo. Seres dolidos, temerosos de volver a acercarse a sus semejantes, eso nos trae la narradora en estas páginas.
Esta historia también tiene aciertos, de hecho la presencia de estos me ha hecho pensarme muy mucho la valoración. Aparte de la ya mencionada habilidad de Sofía Méler para la creación de ambientes, encontramos una alternancia de narración en primera persona y en tercera omnisciente que le da variedad y frescura al texto; también, y aunque el tono general de la obra sea algo plano, hallamos momentos de intensidad puntuales, instantes bien tratados y reflejados, énfasis en lo emocional y personajes que no se tragan y entre los que saltan chispas.
Como he dicho, me cuesta asignar valoraciones negativas a las lecturas, en este caso más aún por la labor que hace la Editorial Amarante, las ganas que tiene de traernos nuevas voces que puedan aportarnos sorpresas en esto de la novela negra patria. También porque estas notas no favorecen al libro en su participación en nuestros premios Guillermo de Baskerville. Pero creo que es mejor ser honesto, el mal sabor de boca acaba desapareciendo, y todos sacamos algo que poder tener en cuenta en el futuro. De El inquilino yo he aprendido que es mejor ser claro y diáfano, sobre todo con uno mismo, que después es muy complicado extirpar los sentimientos enconados. Lo que no se cierra te abrirá en canal, tú solo espera un poco.