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Sofia Petrovna. Una ciudadana ejemplar - Lidia Chukóvskaia

Publicado el 12 enero 2015 por Rusta @RustaDevoradora

Sofia Petrovna. Una ciudadana ejemplar - Lidia Chukóvskaia

A mediados de los años treinta, Sofia Petrovna trabaja como mecanógrafa en una importante editorial de Leningrado. Aprendió este oficio después de quedarse viuda y, a pesar de las conflictivas circunstancias políticas, parece que todo va viento en popa para ella: enseguida consigue un ascenso, los compañeros la respetan y disfruta del hecho mismo de mantenerse ocupada ("[El trabajo] Te brinda tantas cosas en las que pensar, enriquece tanto la vida...", pág. 24). Además, su hijo, Kolia, es un estudiante aplicado y fiel al Partido que no le da problemas. Cuando en su entorno se empiezan a manifestar las consecuencias de las campañas de represión de Stalin, Sofia Petrovna las observa con la distancia de quien se sabe honrada. Sin embargo, pronto descubrirá que ni la integridad de ella y Kolia los mantiene a salvo de la Gran Purga, y deberá encarar una realidad terrible que desconocía.

Esta obra se escribió durante el invierno de 1939-1940, con la llama de lo ocurrido aún viva. De acuerdo con el epílogo de Marta Rebón y Ferran Mateo, Chukóvskaia pasó por una experiencia parecida a la que relata en el libro: en 1937 arrestaron a su marido, el físico Lidia Chukóvskaia (San Petersburgo, 1907 - Moscú, 1996) fue una mujer de letras -novelista, poeta, crítica y editora-, hija del también escritor Matvéi Bronstein, al que ejecutaron en 1938, aunque a ella le comunicaron que había sido deportado a un campo de trabajo sin derecho a correspondencia. La autora redactó estas páginas en medio de la angustia y era consciente del valor testimonial de su libro -y de las dificultades que tendría para publicarlo-, por eso, Sofia Petrovna. Una ciudadana ejemplar se lee a la vez como una novela con una trama perfectamente construida y como un documento histórico de gran interés. Kornei Chukovski y amiga de Anna Ajmátova.

La historia de Sofia Petrovna es la de una ciudadana modélica, trabajadora y educada, que de un día para otro se da de bruces con una situación que ignoraba y que le quita a quien más quiere. Ella, que creía en el Partido, que creía de veras que todos los detenidos habían intentado boicotearlo, se da cuenta, a la fuerza, de que las noticias oficiales no cuentan toda la verdad. De la normalidad al terror, de la confianza al desasosiego más absoluto. Ni su carácter cumplidor le sirve para esquivar el control autoritario, y quizá ese es el mensaje más doloroso: no se pudo hacer nada para prevenirlo, porque la Gran Purga fue tan grave que incluso los que mantenían un buen comportamiento para con el Partido eran susceptibles de convertirse en el blanco de la persecución. Con el personaje de Sofia Petrovna, la autora muestra la otra cara de lo acontecido: la de las mujeres, porque eran sobre todo mujeres, que sufrieron la detención de sus maridos, hijos, hermanos y amigos, y esperaron (casi siempre en vano) una respuesta del Estado mientras se consumían por dentro y por fuera.

Chukóvskaia retrata el ambiente de las colas interminables en las que esperaban obtener unas migajas de información sobre los arrestados, unas colas atestadas de mujeres en las que se fue creando una particular organización con la que la protagonista se familiariza poco a poco. La soledad, el desamparo, es otro rasgo de estas mujeres: su parentesco con los detenidos las hace sospechosas a ojos de los demás, lo que conduce a un abandono progresivo de las relaciones sociales y a una pérdida de la estabilidad laboral. Esta obra únicamente podía nacer de una mirada femenina, no solo por centrarse en una madre -aunque esta elección es muy significativa, tal y como explica la propia Chukóvskaia: "Como protagonista escogí [...] al símbolo de la devoción: una madre. [...] En una realidad intencionadamente adulterada todos los sentimientos están adulterados, incluso los maternos...", pág. 182-, sino por la atención a los cambios que se producen en las facetas cotidianas asociadas a las mujeres, como el mantenimiento del hogar, las amistades con otras chicas, las habladurías y el cuidado personal.

Con una escritura que busca más la claridad que la filigrana, Chukóvskaia narra con mucha sutileza toda la evolución de su protagonista, sin descuidar a los secundarios (Natasha, una compañera de trabajo, es especialmente destacable: "una joven discreta, poco agraciada y con la tez de un color gris verdoso", pág. 12, que congenia con Sofia Petrovna, pero se guarda muchos asuntos para sí misma. En menor medida, también sobresalen Kipárisova, Erna Semiónovna, el director de la editorial y el amigo de Kolia). De hecho, a pesar del contenido político, la autora no convierte su relato en un panfleto, sino que construye la historia con una narración tranquila y sencilla, de estructura lineal, una narración que presenta los acontecimientos con la misma extrañeza con la que los percibe la protagonista, sin explicaciones a posteriori -porque cuando la escribió aún no las había-, de tal manera que pone al lector en el lugar de Sofia Petrovna y le inspira una profunda empatía.

El resultado es un libro que conmueve por la transparencia que destila y que se lee con fruición por la agilidad de la prosa, pero, más allá de las vivencias personales de Sofia Petrovna, deja una huella reivindicativa, una huella que recuerda lo que no se debe olvidar. Chukóvskaia cumple con creces su objetivo de escribir una obra a caballo entre la literatura y el testimonio, una obra que conserva la viveza de los sucesos y tiene un gran valor didáctico para el público actual. No la pudo ver publicada en su país hasta 1988 -además de la carga ideológica de Sofia Petrovna, que la obligó a esconder el manuscrito durante años, Chukóvskaia manifestó su apoyo a los disidentes, por lo que se le prohibió publicar en la Unión Soviética-, aunque en los años sesenta vio la luz en Francia y Estados Unidos. La reciente edición de Errata naturae es una excelente oportunidad para que los lectores españoles la descubran y se estremezcan con ella.


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