¿Qué a cuantas tías me he tirado? ¿Pero qué manera de hablar es esa? Me parece inaudito ese vocabulario. Ya, ya me imagino que no sabes lo que quiere decir inaudito. Pues usa el diccionario, que para algo está. En el caso de mi relación con las mujeres, prefiero hablar del juego de la seducción. ¿Con cuantas he jugado? Con algunas. Menos de las que me atribuyen. Para nada soy lo que se dice un seductor. No obstante, he de confesar que he libado de esas flores en más ocasiones de las que merecí. ¿Qué como sé cuando una mujer va a caer en mis redes? Vuelves al vocabulario vulgar y machista. No sé realmente cuando una mujer está dispuesta a jugar. Te lo explicaré con un símil actual, algo sobre mi profesión. Es como cuando intento diseñar un programa informático. Conozco los algoritmos necesarios para resolver las situaciones, pero hasta que no lo pongo en funcionamiento, no sé realmente todas las situaciones que voy a tener que resolver. Pero lo más importante: el programa, por bien diseñado que esté, se puede colgar en cualquier momento por motivos ajenos a él. Y no siempre es válido el socorrido truco de reiniciar. La mujer es mucho más compleja que el más complejo de los programas informáticos y ahí radica su encanto. Eso sí, una vez que deciden jugar, hay que jugar la partida. Lo malo es que es muy difícil avanzar de pantalla y se te acaban pronto las vidas. Enseguida aparece el fatídico “game over”. De ahí que haya que volver a iniciar el proceso y por eso mi fama de… ¿Cómo lo dirías tú? ¡Ah sí! Mujeriego. ¿Cómo? ¿Qué está quedando cursi la entrevista? ¿Qué esperabas algo más de raza y testosterona en mis respuestas? Pues haberme preguntado por el fútbol. Ahí sí que me sale el macho ibérico a borbotones. Pero las mujeres, amigo mío, las mujeres son nuestra redención.