Revista Cultura y Ocio

Sola ante el quirófano

Publicado el 04 octubre 2014 por Elarien
Sola ante el quirófanoEstoy sola en quirófano, no es lo mismo que estar sola ante el peligro, no me acechan los enemigos, aún así he de afrontar el parte y enfrentarme al tiempo.
El ordenador no está dispuesto a colaborar. Lleva meses de pseudohuelga. Sus quejas: ser viejo y estar muy trabajado, está harto de que lo toqueteen tantas manos. Precisa tres reinicios para espabilarse y aprovecha los momentos en los que estamos entretenidos con las cirugías para bloquearse de nuevo. Entre las doce y la una es posible llegar a completar algún informe. Antes de esa hora es tiempo e informe perdidos, me pregunto dónde, lástima que la jornada laboral comience a las 8.
Me rindo. No puedo rellenar el protocolo del dichoso checklist. En el rato en el que lo he intentado, el anestesista ha dormido al niño. Se me ha pasado mi oportunidad. ¿Quién sabe? A lo mejor la tecnología responde en lo que se despierta el paciente. Mi gozo en un pozo, parece que hoy no hay suerte.
Con lo tranquila que era la primera niña y la segunda, una muñeca rubia, resulta ser todo menos adorable. Aún no se ha tumbado en la cama, está de pie sobre el colchón y, en cuanto alguien se acerca, se engancha a su madre. A ver quien le explica que no le va la vida en ello, sólo  unos pocos mocos. La pobre criatura no sabe que tiene todas las de perder... La comprendo, yo tampoco asumo todavía que mi historia con la informática no tiene futuro, al menos en este día.
Mi jefe planea los quirófanos como las corridas: seis en una faena. Espero que en ninguno sea necesaria la arena para cubrir la sangre del ruedo. Con el tercero me han puesto sobre aviso, a pesar de ser muy noble, ya sangró en la consulta. Está nervioso y muy asustado. Sabe que lo suyo no es ninguna tontería. Es muy joven. Habló con él. Se muestra muy positivo, se aferra a cualquier esperanza para mantener el ánimo.
Cuando se despierta suelta toda su ansiedad. Necesita sentirse protegido. Nos pide un abrazo a todos: al anestesista, a las enfermeras, al celador, a mí y hasta a una cirujana que pasaba por allí. Cuando atrapa a uno no quiere soltarlo: le aprieta hasta estrujarlo, le da besos. A pesar de los riesgos de acabar entre sus brazos, hay que acercarse a él. Pasarle de la camilla a la cama es todo un espectáculo de escapismo. Declara cuánto nos quiere, no dudamos de sus palabras, su apego es evidente. Al parecer somos sus médicos favoritos.
Hago que la familia le espere en la puerta del bloque quirúrgico mientras les informo. Si desea abrazar a alguien no se me ocurren voluntarios más adecuados. El enfermo les confiesa su inmenso amor al verles. El padre nos pregunta si se lo hemos cambiado y la mujer quiere saber el nombre de la droga que hemos usado. Nos enteramos de que esos arranques de cariño no son un rasgo característico, lo describen como "un cardo cuco".
Sola ante el quirófanoContinúo la mañana con un poco de marquetería nasal. Por supuesto el ordenador sigue sin funcionar. Los martillazos le van bien a la frustración, aunque se los daría con más ganas a la dichosa maquinita que se ríe de nosotros.
El siguiente paciente es un muchacho caribeño que me hace pensar en la selección de la especie. Los que sobrevivieron a la travesía eran los mejores ejemplares y los genes se han perpetuado en la descendencia. El residente le toca los músculos para cerciorarse de que son de verdad. Cuando salgo a hablar con su familia su hermano refiere estar aquejado del mismo problema, veo que también caerá bajo mi bisturí.
Si la perfección se ha cebado en el quinto, las dolencias se han ensañado con la sexta, y a mala idea. Pobre mujer. Aunque es una cirugía con anestesia local, el anestesista se queda a su lado por si necesitase algo. Desde luego no tengo derecho a quejarme por un problema de ordenador.


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