Solaris, de Stanisław
Lem.
Editorial Impedimenta. 292 páginas. 1ª edición
de 1961; esta de 2015.
Traducción de Joanna Orzechowska; introducción de Jesús Palacios.
Ya he comentado aquí más de una vez que yo crecí siendo un lector
adolescente de ciencia-ficción y terror, y durante unos años lo fui casi en
exclusiva de ciencia-ficción. A principios de los años 90 leí más de un manual
sobre el género y sabía, claro, que Stanisław
Lem (Lvov, Polonia, 1921-Cracovia, 2006) estaba considerado uno de los
grandes maestros de la ciencia-ficción europea. Sin embargo, nunca hasta ahora
le había leído. Llegué a tener uno de sus libros en casa, la novela Regreso
de las estrellas. Era una edición de segunda mano muy baratera, que no
me gustaba mucho, y que, al final, igual que había llegado a mi habitación
desde una librería de segunda mano, volvió a otra sin ser leído. Una pena,
porque ahora que por fin he leído Solaris –la novela más celebrada de
Lem‒, creo que habría disfrutado mucho de Lem a los dieciséis o dieciocho años.
Ahora, al leer Solaris, he tenido una
sensación parecida a la que experimenté en las navidades de 2014 cuando leí por
primera vez Crónicas marcianas de Ray
Bradbury: tenía que haberte conocido antes. Por fortuna, este lamento no
significa que no haya disfrutado ahora de esta obra maestra de Lem, porque lo
he hecho y mucho.
Desde una conversación que mantuve con el escritor Juan Gracia Armendáriz en la
librería-bar Tipos Infames de
Malasaña –el día de la presentación de la novela Los últimos de Juan Carlos Márquez, que tuvo lugar aproximadamente
en octubre de 2014–, momento en el que me recomendó con mucho entusiasmo Solaris
o los Relatos del piloto Pirx, se reactivó en mí el deseo de leer a
Lem. Desde entonces hojeé sus libros en bibliotecas o librerías, y no ha sido
hasta la Feria del Libro de Madrid
de 2016 cuando me acerqué a la caseta de Impedimenta y compré Solaris
directamente a su editor, Enrique Redel.
Una de las particularidades de la edición de Impedimenta (además de su bonito
diseño, calidad del papel, etc.) es que se trata de la primera traducción
directa del polaco que se comercializa en España, porque hasta 2011 la versión
que podía conseguir el lector español era la traducida del francés. Al final me
acerqué a la lectura de Solaris durante
la calurosa primera semana de septiembre en Madrid y lo terminé una mañana de
sábado en la librería Babel de Palma
de Mallorca, tomando una coca-cola. Había dejado el prólogo de Jesús Palacios (es el segundo prólogo
de él que he tenido ocasión de leer este verano, ya que también era él el autor
del prólogo del libro de Valdemar Los
hombres topo quieren tus ojos). Fue un momento bonito: leí las últimas
páginas de la novela, leí el prólogo, dejé el libro sobre la mesa y disfruté
del instante. Creo que al menos por unos segundos volví a sentirme como aquel
adolescente que fui a finales de los años ochenta o principios de los noventa,
que alucinaba con las novelas de Philip
K. Dick o Brian Aldiss. Miraba
por la cristalera de la librería-bar a la calle, miraba los libros de las
estanterías, bebía de la coca-cola y acariciaba el lomo del libro, dejando
reposar en mí la historia que había leído, sucumbiendo a la seducción de Solaris,
a su «Sentido de la Maravilla» en términos de Jesús Palacios.
El narrador de Solaris es el
psicólogo Kris Kelvin, que nos narra sus peripecias en el planeta Solaris, a
partir del momento en el que se introduce en el interior de una cápsula de la
nave Prometeo para ser lanzado hasta
la estación científica de Solaris. La estación está habitada por tres
científicos: Snaut, Sartorius y Gibarian. Cuando Kelvin sale de la cápsula y
entra en la estación, el recibimiento que obtiene por parte de Snaut no es muy
caluroso. Sartorius no se presenta a saludarle y averigua que Gibarian está
muerto.
Pronto, Kelvin se encontrará en la estación con personas que no
deberían estar allí: primero una mujer negra de gran tamaño. y después con
Harey, una mujer joven que fue su pareja años atrás y que se suicidó.
Kelvin consulta varias veces la biblioteca de la estación y de este
modo introduce al lector en el conocimiento de la solarística: una ciencia que estudia a Solaris. El planeta está
cubierto por una especie de mar del que únicamente emergen unas pocas islas.
Además, está iluminado por la luz de dos soles, lo que en principio crearía
unos problemas gravitatorios que impedirían la presencia de vida. Sin embargo,
de algún modo, el mar de Solaris consigue crear una estabilidad gravitatoria.
El mar de Solaris es un organismo vivo e inteligente. A partir de este
descubrimiento, las teorías sobre Solaris y sobre la forma de establecer el
deseado Contacto con una civilización inteligente se disparan. El mar responde
o no a los estímulos de los terrestres. Sus respuestas parecen contener
desarrollos matemáticos complejos, pero la idea humana del Contacto no parece
verse satisfecha. La creación del extraterrestre Solaris es una de las grandes
creaciones de la novela: el hombre se ha lanzado al cosmos deseando encontrar
otras civilizaciones y no parece comprender que su idea de otra civilización
con la que establecer Contacto no esté planteada en términos puramente humanos:
deberíamos encontrarnos con unos seres parecidos a nosotros, que se encuentran
en un estado tecnológico más avanzado o bien más atrasado. Solaris no es una
civilización en términos humanos, es un único organismo vivo e inteligente (en
términos no humanos). Más de un científico se ha convertido –nos cuenta Lem– a
la religión de Solaris, pasando a ser un caballero del Santo Contacto. Entre
sus múltiples explicaciones, Solaris admite una teológica: el hombre ha creado
a Dios a su imagen y semejanza, pero Dios le ignora, y sus actos son
incomprensibles para él.
Sin embargo, Kelvin está descubriendo nuevos aspectos de la
solarística: de algún modo, la conciencia viva de Solaris puede sondear las
mentes humanas y crear réplicas de personas cuyo recuerdo resulta traumático
para ellas. ¿Se está vengando Solaris por algo? ¿Puede tratarse de un regalo?
Si antes escribía que Solaris puede ser un relato teológico, también
puede tratarse de una historia de terror: ¿cómo puede enfrentarse Kelvin a un
fantasma del pasado como es su difunta mujer reaparecida en la estación de
Solaris? Además, puede tratarse también de una novela sobre la identidad: ¿cómo
puede percibirse a sí misma la réplica de Harey? Solaris también es una novela de misterio: ¿será posible al fin que
se produzca el ansiado Contacto?, o una novela de intriga: ¿qué esconde
Sartorius en su habitación? ¿Qué fantasma del pasado le está visitando a él?
Solaris puede ser una novela inagotable.
En la contraportada del libro leemos: «Lem fue miembro honorario de la
SFWA (Asociación Americana de Escritores de Ciencia-Ficción), de la que sería
expulsado en 1976 tras declarar que la ciencia-ficción estadounidense era de
baja calidad». Conocía la anécdota gracias al libro Yo estoy vivo y vosotros estáis
muertos, la biografía de Philip
K. Dick que escribió Emmanuel
Carrère. En las declaraciones de Lem sobre la literatura de ciencia-ficción
norteamericana había algo más, que se puede resumir de la siguiente manera: «La
ciencia-ficción norteamericana es infantil y no vale nada, excepto la de Philip
K. Dick». En su prólogo, Jesús Palacios establece analogías entre la obra de Stanisław
Lem y la de H. P. Lovecraft, y a mí me gustaría establecerlas con la de Philip
K. Dick.
Tras leer Solaris, comprendo
mucho mejor aquella admiración que Lem sentía por Philip K. Dick. En las obras
de los dos encontramos elementos e inquietudes semejantes.
Al enfrentarse a las personas de la estación que no deberían estar
allí, Kelvin piensa, de forma inicial, que la única explicación posible es que
se haya vuelto loco, y que quizá aún se encuentre a bordo de la nave Prometeo y que lo que vive en la
estación no es real. El cuestionamiento sobre la realidad o irrealidad de lo
vivido es una de las constantes en la obra de Dick; por ejemplo, es uno de los
temas principales de Ubik.
La idea del replicante que cobra vida es otro de los grandes temas
dickianos: por ejemplo, trata de ellos en obras como ¿Sueñan los androides con ovejas
eléctricas? o Simulacros; este tema está presente
en Solaris cuando se habla de Harey.
Sobre todo en su última etapa creativa (La invasión divina o Valis),
Dick habla de la posibilidad de un encuentro con la divinidad, otro de los
temas de esta novela.
Lem, a diferencia de Dick, que practica una ciencia-ficción más
poética, trata de dar a su novela una pátina científica, inventado términos y
teorías; pero algunas de sus carencias o errores son similares: los dos
imaginan, desde sus realidades de los años sesenta del siglo XX, que en un
futuro de conquistas espaciales, la humanidad va a guardar su música o sus películas
en cintas. Tal vez aquí podría encontrarse el único fallo que, dentro del
disfrute de una obra tan profunda como Solaris,
podía sentir al leer la novela: desde la estación no se establece casi contacto
con la nave Prometeo, sus habitantes viven aislados y no se puede ver, a través
de imágenes, lo que está pasando en su interior. Los científicos, dentro de la
lógica de la novela, no quieren que desde fuera puedan ver a los ocupantes
inesperados de la estación, pero (sin salir de nuevo de la lógica de la novela)
esto, la transmisión de imágenes, parece suponer un problema técnico para la
tecnología de la época propuesta. Es un detalle sin importancia, pero yo soy
muy dado a plantearme este tipo de cuestiones en las obras de corte fantástico,
las obras a las que les pido una mayor verosimilitud constructiva. Sin embargo,
este detalle acaba por no tener importancia cuando uno se enfrenta al mundo
cerrado de Solaris (el libro y el planeta), a su misterio y a sus profundidades
sin respuesta.
Solaris, y no digo nada
nuevo, más que un clásico de la ciencia-ficción es simplemente un clásico del
siglo XX.