La soledad es tal vez el ejercicio más natural a nuestro alcance. Es ahí cuando logramos cultivar algunos de los estados más nutritivos para la mente y el espíritu, cuando experimentamos las más sustanciosas tormentas y la más reconfortante quietud.
Practicada sanamente la soledad es un vehículo exquisito. Nuestro diálogo interno adquiere tintes particulares y nos vemos obligados a confrontarnos con nosotros mismos, nos auto-revelamos sin intermediarios. Sin embargo, en muchos contextos se menosprecia, se sospecha de ella o inclusive se le teme; se evita a toda costa y se asocia con la derrota social o el aburrimiento. Y esta aversión cultural por la soledad termina por privar a millones de personas de aprovechar, y disfrutar, las bondades que solo ella provee.
Leído en Tarkovsky
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