Revista Cultura y Ocio

Solitario corazón hambriento

Por Finicolasgafas @Finiconlasgafas
En la soledad me crezco. No tengo wasap y a mi móvil le gusta el modo avión. Se me acumula la ansiedad en la multitud. Siempre elijo una calle vacía a un centro comercial atestado, un oscuro anochecer a una espléndida mañana, un silencio aterrador a un brillante bullicio. Las puertas cerradas me calman y a la vez me abruman por la enferma capacidad de poder abrirse. El aislamiento me pone a salvo, me permite no arriesgar, no sentir el vértigo de la vulnerabilidad. De tanto ocultarme tengo el riesgo de desaparecer y al ser un fantasma, vuelo tan alto que el dolor me pierde de vista. Huir es mi verbo, aislarme mi deporte. He leído a los muertos que creo comprender, todo lo contrario que me pasa con los vivos, tal vez porque solo soy un muerto más. Me desenvuelvo bien en la ensoñación, en el sueño mando yo. Las ventanas cerradas me ayudan a quitarme de en medio, a imaginar a mi gusto su propuesta, a no padecer lo que sería exponer mi propia desaprobación. Soy feliz en mi estúpida endemia. Los corazones solitarios siempre tienen hambre. De tanto sufrirme, he comprendido que vivir acojonado no es vivir. Te necesito a ti y a todos, a pesar de que el aislamiento es espléndido. Mostrar las carencias, te hace crecer, si tienes la fortuna de mostrarlas ante quien merece la pena. Y si no, también. Vivir duele. Y también place. En la multitud me crezco. Bendita soledad hambrienta. No necesité a nadie hasta que comprendí que sin los demás no soy nadie. Sigo siendo un don nadie, cobardica y decrépito, pero no tanto.

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