Cuando era niño la palabra <sólo> tenía tilde. No siempre, por supuesto, tan sólo algunas veces. Es una tontería, seguramente, pero a mí siempre me gustó eso. Pensaba que aquella rayita, aunque pequeña, hacía que la palabra estuviera acompañada. Suponía que la soledad de la palabra no era tan grande, si a fin de cuentas alguien la acompañaba, aunque fuera así, inclinada y pequeña, aunque se pasara el día encima de la primera "o" e ignorara a la segunda, aunque fuera así, como flotando. Quizás es que estaba enamorada y por eso no ponía los pies sobre la tierra. Quizás por eso aquella palabra podía vivir como ermitaño pues sabía que con aquella línea sobre ella no estaba sola de verdad, que había una excepción, sólo una, pero una excepción bastaba para llenarla de felicidad.
Por eso, hace unos años, cuando en honor a las reglas ortográficas resultó que mandaban quitarle aquella tilde, me puse triste. Pensé si tal vez la palabra querría seguir viviendo o pasaría a caer en una suerte de confusión y ahora aquella soledad sería como todas las demás.
Quizás por eso, como una suerte de rebeldía, aún pongo aquella tilde. No será por mi culpa que en el papel la palabra se quede sola para siempre.