En un pueblo perdido, en plena sierra, hay un anticuario; “Las cosas de Adolfo”, pegado a una carnicería. Dicen de ella que si no pruebas su embutido, no sabes a qué sabe el cielo. Yo no puedo opinar porque soy vegetariana y porque este cuento no es mío; es de Alicia. Me limitaré a contar lo que me contaron y seré fiel a todas las lágrimas de la protagonista. Palabra de cuentacuentos.
Un año antes de la carnicería y del anticuario, una mañana de enero, Alicia firmó los papeles del divorcio en el juzgado número 7. Lloró antes, durante y después. Lloró con Geli, la abogada que compartió con su ya ex marido y lloró con él y no quiso soltarlo de la mano mientras que estuvo en la sala.
—No estoy acostumbrada a gente tan bien avenida, Alicia. Que tengas toda la suerte que te falta para ser feliz.
—Gracias, Geli.
Se despidieron prometiéndose estar en contacto. No se volvieron a ver.
Alicia no recuerda qué hizo durante los 5 meses siguientes. Cree, imagina que siguió yendo a trabajar, que dio sus clases en el concertado en el que trabajaba. Sabe que todo eso pasó porque el 3 de julio, la directora del centro la llamó para decirle que no la renovarían en el siguiente curso, ya sabes, Alicia, que los contratados estáis en la cuerda floja porque si llega alguien y compra la plaza…, que su trabajo había sido impecable, que estaba segura de que encontraría otro colegio, que, que, que…
Alicia hizo lo que solo pueden hacer los afortunados que tienen pueblo: refugiarse en él.
De camino, pasó por el centro de salud, señorita, disculpe, que yo sé que no tengo cita pero es que me voy de viaje y creo que me duele mucho el corazón, y su médico de cabecera le hizo un hueco porque el tema de los dolores en ese músculo siempre abren puertas.
—Señora, usted tiene un cuadro depresivo severo y su dolor de corazón es debido a una crisis de ansiedad.
—Gracias, ¿don Manuel?, gracias por decirme que no me estoy muriendo.
Pero sí se estaba muriendo porque la pena es letal y cuando te está comiendo crees que no saldrás de allí nunca.
Dio las gracias cinco veces más y se sorbió los mocos mientras caminaba hacia la farmacia, Cymbalta 60 y Drepax, por favor. Cuando volvió al coche los de la hora la habían multado. Puta vida que no le respetaba ni los tempos de la pena.
7 horas de coche dan para todo y de esos 654 kms sacó en claro algo: no diría a nadie lo enferma de tristeza que estaba, no. Volver al pueblo sería una cura. No haría la croqueta existencial de este bache.
Volver a casa de su madre fue duro porque el ser humano lleva regular lo de tener que vivir de nuevo en la casa de sus 18 años, teniendo ya 43.
Lo mejor de tener casa en el pueblo es que éstas suelen ser grandes. Así que cuando su madre o la pena o ambas la acorralaban, podía esconderse mucho y todo.
Comenzó a caminar por las tardes. Era genial perderse, literalmente, en el monte y no tanto ver una bonita puesta de sol y cagarse viva porque no encontraba la salida.
En una de esas, se tropezó con Mari Jose, ahora me llamo Jose, ¿sabes?, necesitaba algo nuevo y como cambiar de vida no puedo pensé en mi nombre, y empezaron a hablar y se siguieron contando sus vidas en la tasca del pueblo.
Una noche, Jose le propuso una locura: quedarse con el anticuario de Adolfo.
—No te imaginas la de gente que viene al pueblo a por embutido, de todos lados y con mucha pasta, que parece que les regalen los BMW con las magdalenas, coño.
Tú estudiaste Historia del Arte, Alicia, y yo, Económicas: somos la pareja perfecta.
Y Alicia, que buscaba algo nuevo, dijo sí.
Los siguientes meses fueron una locura pero de las buenas. La depresión de Alicia no desapareció, claro, pero no le daba disgustos.
Tenía razón Jose; la carnicería les trajo clientes nuevos y en una de esas, Alicia conoció a Pablo, que vivía a 150 kms, sin hijos, guapazo para sus 50 años y profe.
—No me gusta.
—Pues te no entiendo, a mí me parece increíble, Jose.
La verdad es que Pablo no lo era tanto, no y Alicia lo supo pero, como solía hacer desde que empezó su nueva vida, escondió lo malo y solo quiso buscar lo bueno.
El problema llega cuando tragas mucho feo y apenas comes migajas bonitas y en esas estaba cuando un día, sin más, Pablo le contó entre lágrimas que se había enamorado de una chica, 34 años, mi compañera de Tecnología, que ha sido sin querer, te lo juro, que yo creo que esta vez sí es la vez.
Rota le mandó un WhatsApp al mejor amigo de Pablo, es que no entiendo qué ha pasado, Andrés, no lo entiendo. Claro, no había nada que entender.
—Sólo busca algo nuevo, Alicia. Lo siento tanto por ti…
Abrió la tienda pero no lo recuerda. Sonrió a una pareja de recién casados que buscaban una mesita de noche y estuvo riendo, haciendo que reía, con un repartidor de SEUR.
Se metió al baño cuando ya no pudo con el dolor de garganta, que allí duelen más las penas que unas anginas, y lloró tanto que salió de allí con los ojos hinchados y 10 años encima. Escuchó a Jose hablar con alguien, no pasa nada, tranquilo, y buenos días.
—¿Qué quería?
—Nada, un despistado que sólo busca algo nuevo.
Y en ese momento, aunque en la tienda hay una clienta mirando una silla, aunque Jose la mira con cara de no entender nada, Alicia se rompe y llora sobre un camafeo de 1.903, madera de nogal y remaches en cobre, y se siente más vieja y usada que todos los objetos maravillosos del anticuario de Adolfo.
La chica que miraba la silla la abraza. Le dice que deje de llorar, que le cuente.
Y Alicia le cuenta todo porque a veces es más fácil llorar lo viejo en alguien nuevo.
Un día de julio, mucho después de todo, Alicia leerá su cuento.
Me la imagino sonriendo porque, por fin, habrá encontrado algo nuevo.
Visita el perfil de @LaBernhardt