Ludovico Guerrero era (en efecto, "era", porque no sabemos si sigue vivo) un ávido coleccionista de la famosa revista de superhéroes dedicada en exclusiva a la ADA (Alianza de Detectives de Aragca). Su pasión se debía a que se había enamorado del Psicodélico, uno de los héroes secundarios.
Desde que el Psicodélico hizo su debut en la edición 731 de ADA, Ludovico no se perdía ni uno solo de los episodios. Estuvo pendiente de la edición 1000, donde todo el equipo de superhéroes daría la batalla final contra la Legión Tenebrosa, en el planeta Tartarópolis.
Ludovico madrugó ese día al puesto de venta de revistas, aunque no hacía falta realmente: había reservado su número con doña Magola, la propietaria del puesto, que, conocedora de las aficiones de Ludovico, siempre le guardaba un ejemplar. Le agradaba el muchacho porque era uno de sus mejores clientes.
Como un tesoro, Ludovico llevó su inapreciable nueva adquisición a casa. Entró y se sentó cómodo, listo para leer la historia de esa quincena. Una a una fue leyendo las viñetas. Vio cómo Dama Luminica, junto con El Duo Místico, destruían sin contemplaciones a la Legión Tenebrosa, que, como siempre, no era más que un equipo de molestos mequetrefes (excepto por el Doctor M.Ortiz, el líder de los villanos). Pasó la página y estuvo a punto de lanzar un grito de horror: en la penúltima viñeta, el Doctor M.Ortiz le daba un puñetazo en el corazón al Psicodélico. Lo golpeó con tal fuerza que lo atravesó de lado a lado. Cuando sacó el brazo, dejó en el pecho un hueco, y en la mano sostenía el corazón palpitante del legendario héroe.
Ludovico cayó desmayado, en shock. Al despertar, se tocó el pecho como si el ataque del Doctor M.Ortiz lo hubiera recibido él mismo. Se sentía vacío. Y sin saber el motivo, comenzó a devorar literalmente sus revistas de cómics:
Las doblaba a la mitad, les agregaba un poco de sal y les daba una dentellada en el centro para dejar un círculo perfecto. Pasó unos días comiendo esa deliciosa celulosa. Cuando se le acabaron las revistas, las juntó todas en una gran pila de modo que los círculos formaran un túnel. Luego, se metió por ese singular agujero y desapareció sin dejar rastro alguno en este plano existencial.
El vacío que le había dejado el Doctor M.Ortiz no podía ser llenado con nada conocido en este universo.