Revista Comunicación
Sobre la insoportable soledad de la enfermedad mental trata Solo, documental de Artemio Benki quien se convierte en la sombra del pianista argentino Martín Perino, un hombre de mirada perdida que tuvo que ser ingresado en una clínica y que ahora intenta integrarse en la sociedad. No sé bien si Martín perdió la razón por culpa del piano, o si este instrumento es lo único que le mantiene anclado a la realidad. O ambas cosas. Sus dedos gruesos se mueven frenéticamente incluso cuando no hay teclas debajo de ellos. De pelo revuelto, con sobrepeso, Martín respira con dificultad mientras fuma un cigarrillo tras otro. Visita a las personas que conocía antes de su enfermedad mental, intentando reconectar con su entorno, pero también con él mismo. Martín tampoco sabe si la música que compone nace del caos, o pone orden y armonía en él, pero necesita desesperadamente ser escuchado. Cuando Martín no está tocando, todo se vuelve sombrío, le veremos comer desordenadamente, y esperar algo que ni siquiera él mismo debe saber muy bien qué es. Pocas veces he visto reflejada en una pantalla con tanta precisión cómo la vida, despojada de objetivos claros y de rutinas, se convierte en un sinsentido, en el que cada hora transcurre espesa, acumulándose sin piedad, como una condena de la que no hay escapatoria. ¿Puede volver a funcionar Martín en una sociedad? No lo sabemos. Seguramente tendrá que convivir con el abismo el resto de su vida, y con un poco de suerte, sacar algo de ahí para compartirlo con los demás. Retrato brutal de un personaje -que recuerda al caso real del pianista David Helfgott, trasladado al cine en la película Shine (1996)- llegaremos a conocer en Solo a este pianista, a veces lúcido, a veces taciturno, en cuyo pasado adivinamos una madre castradora, y cuyo recuerdo será difícil borrar de la memoria.