Revista Cultura y Ocio

Sólo fachada – @DonCorleoneLaws

Por De Krakens Y Sirenas @krakensysirenas

Se ha puesto de moda ser exigente.

Somos esclavos de la moda para casi todo: para peinarnos, para vestirnos, para escuchar música o leer libros, para comer, para tirarnos fotos, para ver series o ir al cine, para correr, para adquirir teléfonos o utilizar aplicaciones, para visitar sitios de veraneo o incluso para ligar, sí, también para ligar.

Ahora está de moda ser exigente. Al parecer queda muy “cool” decir a boca llena que no nos vale cualquiera para atender nuestras necesidades más primarias. Somos un templo de placer tan exquisito y selecto que un cualquiera jamás tendrá acceso a semejante tesoro.

Antes alguien divorciado era –por lo general- una persona con las hormonas desenfrenadas que intentaba saciar a menudo sus íntimos ánimos con todo aquello que le había faltado en la extinta época conyugal, pero ahora se ha transformado en un ser exquisito, casi etéreo, que se ha vuelto muy exigente. Lo mismo pasa con los solteros imposibles de emparejar. Deben creer que eso de hacerse el especial transmite cierto morbo e impresiona a más pardillos por minuto que si se va con nobleza y por derecho a lo que a uno le gusta y ya está: sin dar tanto rodeo ni tanta explicación y sin perder tanto tiempo.

Pero no. En los tiempos del “súper ego” tenemos la autoestima tan subida después de los daños sentimentales supuestamente recibidos que ahora nos queremos muchísimo, y somos tan exclusivos que no podríamos consentir que nuestros labios besaran a otros más normales, o que nuestras manos acariciaran cuerpos sencillos en busca de gemidos ocultos tras la piel. No. Pasamos una fase de nuestras vidas en la que eso no es posible porque valemos oro molido y estamos de vuelta de todo, así que sólo podemos codearnos con gente que se alimenta con cocina de nivel, ve series subtituladas para practicar idiomas, escucha música Indie en locales cuidadosamente selectos, bebe cócteles de diseño en los que se mastica más que se sorbe, se perfuma con primerísimas marcas anunciadas por macizos, escribe relatos eróticos que dejarían absorto al mismo Marques de Sade y -cómo no- es sexualmente una potente bomba de relojería. Con ellos podemos ser exigentes hasta rayar el absurdo, pero, ¿y con nosotros?, ¿también lo somos?

Es curioso -sí que lo es- porque en realidad detrás de tanta frivolidad y tanta exclusividad farfullera la mayoría de nosotros tiene una vida sencilla y es abrumadoramente normal: visita el mismo supermercado que todo el mundo, se compra la ropa en rebajas, apura el fuet hasta llegar a la cuerda, es feliz con los cuatro viejos amigos de siempre cerveza en mano, viaja menos de lo que le gustaría y folla cuando puede o le dejan (también están quienes van de falsos desparejados y ocultan sigilosamente en redes sociales a esas medias costillas suyas que les llenan el frigorífico a principios de mes).

Pero, ¡por Dios!, que no trascienda nuestra normalidad. Que no se filtre que somos como cualquier otro mortal: que no nos falten el Iphone 6s pagado a veinte mil plazos, la cuenta en Twitter con tropecientosmil seguidores pelotas, la foto diaria en Instagram enseñando lo que comes, vistes o visitas, el perfil interesante en cualquier aplicación de ligoteo rápido donde poder cazar discretamente y el porrón de conversaciones privadas a las que poder declinar cada jornada sus soeces propuestas… que se note que dentro de toda la mediocridad que nos rodea somos una isla de exigencia y calidad que está en los sitios adecuados y sólo con la gente más exquisita.

Pues desde mi sencillez más absoluta y mi abrumadora y anónima normalidad te voy a decir una cosa mirándote a los ojos. ¿Sabes lo que eres tú? Tú eres tonto, sí: TONTO. Eres más tonto que mear contra el viento, más que escupir al cielo, más que quien le sopla al pitorrillo de una olla express, más tonto que el que fue a pescar sin gorra. Eres tonto del haba, tonto del bote, tonto con balcones a la calle, tonto del culo, tonto de baba, tonto de los fondillos y, sobre todo, tonto de dar pena… porque detrás de toda esa falsa exclusividad absurdamente gilipollesca que te has fabricado lo único que hay es un edificio en ruinas carcomido por dentro.

Eres una gran mentira que, en realidad, nadie quiere compartir, pero que se ha hecho dependiente de los huecos piropos diarios de personas a las que ni conoces ni conocerás jamás. Eres una simple cáscara de superficialidad que no sabe valorar a los corazones nobles, las sonrisas sinceras, las caricias espontáneas y un “me gustas” tímido e inesperado de alguien normal que se te acerca sin excelsas pretensiones. Exiges, exiges, exiges, y así te ves: más sólo que la una. Eres esa almeja con arena que nadie desea cuando la abre y que se aparta en el plato para degustar otra más limpia y jugosa.

Tanta exclusividad te ha vuelto un pamplinas con quien no se puede pasar más de una hora hablando porque debes atender urgentísimamente en tu móvil de última generación a otros muchos pamplinas como tú que, aparentemente, son igual de exigentes, pero que también están solos en el sofá de casa con la blanquecina luz de la pantalla iluminando esos exclusivos párpados que se fotografían a diario pero que no encuentran a nadie suficientemente digno para que se los bese antes de ir a dormir.

Una cosa es que te guste lo bueno y lo bonito (que aparte de ser muy lícito define tu gusto para las cosas) y otra muy distinta es creerte lo que no eres, no saber ponderar a las personas con las que tratas o vender humo constantemente. Hasta los idiotas saben que el humo es gratis y, además, se lo lleva la brisa, pelele…

Ser exigente tiene su punto cuando realmente ofreces la exclusividad que exiges a los demás y no eres un puto fariseo que se pasa la vida dando consejos de esos que nunca te aplicas a ti mismo. Ser exigente tiene el encanto de pensar un poquito antes de actuar, de saber tratar adecuadamente a las personas sin incomodarlas, de ser culto pero no pedante, de saber darle a cada cual su tiempo y su espacio, de respetar y entender la privacidad ajena, de distinguir en quien puedes depositar tu confianza y hacerle entender que tu discreción es una virtud, de saber cómo llegar y saber cuándo hay que irse, de poseer intuición para las relaciones sociales y -como no- de tener pequeños límites para que no se traspase continuamente tu dignidad personal. Sin esos límites serías presa fácil en este mundo lleno de lobos esteparios. Pero si todo eso se extralimita y te convierte en alguien inaccesible, divino e insoportable, tú ya no eres exigente: tú lo que eres es un tonto inaguantable.

La exclusividad se nos ha ido de las manos, y la moda de no querer abrirse a nadie que no supere ese altísimo nivel de excelencia que presupones que tienes pero que no se atisba por ningún lado lo único que consigue es que sigas sólo, aburrido, mirando el móvil y perdiendo días de tu vida sin tener alguien decente a tu lado que te diga “vida mía” cuando despiertas. Aunque te lo dijeran no sabrías valorarlo.

Tú venderás que eres muy exclusivo, sí, pero qué quieres que te diga: si no eres real, sincero, espontáneo, sensible, generoso, comprensivo, humano y no me acaricias el alma, tanto farfolleo no te va a servir absolutamente para nada. Para mí, eres sólo fachada.

VIsita el perfil de @DonCorleoneLaws


Volver a la Portada de Logo Paperblog