Si el paisaje es un estado de ánimo, se comprenderá que me fui inmediatamente de Vaison-la-Roumaine y que busqué un rincón en las colinas donde trabajar amargamente solo; lo encontré en un bosque de pinos, entre Malaucène y una aldea llamada Baudin, y como las galeras hablaban en ese momento de otra cosa que de la Joda y del Vip, me hizo bien encontrarme de nuevo con Andrés y Francine en ese restaurante de Montmartre donde Andrés dice una especie de poema. Sólo los demás descubren nuestras obsesiones más secretas, pero un escritor que se relee críticamente puede alguna vez ser también los demás; a mí me ocurre poco porque la inteligencia no es mi fuerte y los sistemas de relaciones que otros verifican inmediatamente, a mí se me dan sin saberlo; tienen que venir los críticos (no siempre profesionales) para mostrarme la recurrencia de ciertos temas en mis libros, el doble o el incesto, sin hablar de las chicas norteamericanas o danesas que producen tesis donde se muestra el camino que ha podido hacer en mí un texto de René Crevel o una máquina de William Hazlitt. Pero esto asoma con demasiada claridad como par no ver, impreso y definitivo, que el poema de Andrés remite nuevamente a la ciudad, a la vieja sumersión nocturna en hoteles llenos de pasillos y piezas corridas, en vagones de trenes donde interminablemente se busca a alguien que ya se habrá bajado o que no subirá nunca, pasajero terrible de la ausencia.
Julio Cortázar, 1972
Corrección de pruebas en Alta Provenza
Foto: Julio Cortázar