Por Ana María Constaín
Amadas Hijas,
Antes de que nacieran creía que sabía mucho.
Creía entender mucho sobre niños. Conocer mucho sobre
crianza.
Y entonces naciste tu Eloísa, y luego tu Matilde. Y poco a
poco todos estos conocimientos se fueron tambaleando. Tanto hasta caerse.
Su presencia fue derritiendo los contenidos de mi mente. Una
mente que luchaba (todavía un poco) por aferrarse a lo que me daba seguridad e
identidad.
En esta lucha me he sentido morir. Porque de alguna forma un
parte de mi lo ha hecho.
En medio de la angustia he navegado en un caos bastante
insoportable.
Porque este caos que trajeron a mi vida,
mi mente … no lo pudo comprender.
Ni explicar.
Ni predecir.
Ni controlar.
Antes estaba convencida de que podía.
Ustedes, amadas hijas, me despertaron de esta ilusión.
Y me dejaron desnuda ante un mar de confusión en el que
tantas veces he estado a punto de ahogarme. Intentando aferrarme de mis
conocidos salvavidas.
Buscando la lógica en el misterio de la vida.
Amadas Hijas,
Les confieso ahora que ya no tengo ni idea de lo que hago.
Ya no tengo planes,
Ni certezas,
Las contemplo día a día y me doy cuenta de que no sé que se
supone que deba enseñarles.
Han revolcado mi mundo
Ahora no sé ni siquiera como hacer mi trabajo.
Cómo ayudar a madres, padres, niños que se acercan buscando
respuestas.
Ya no las tengo.
(¡la verdad es que nunca las tuve!)
Me he ido vaciando.
Que gran regalo
Porque entonces, me he encontrado a mi misma.
Detrás de mi traje de experta
De mi mente explicadora
Y en ese aterrador vacío
Me doy cuenta
De que sólo sé, que nada sé.
Y que no tengo que saberlo
Qué alivio.
Que más que enseñar, puedo compartir y acompañar.
A ustedes, a otros.
Abrirme al misterio y fluir con la vida.
Amadas Hijas,
Junto a ustedes estoy aprendiendo que las respuestas están dadas,
en el silencio y en la presencia. En la entrega, la aceptación y contemplación.
Y sobretodo, en el corazón.
Gracias por existir.