Revista Opinión

Solo sé que te quiero

Publicado el 27 octubre 2012 por Albertorm

Aunque hubiese intentado evitarlo, me habría resultado imposible no escuchar aquella conversación. Laura, tan llena de dudas, pasa de una pregunta a otra. Raúl, armado de paciencia, da las respuestas que para Laura parecen ser insuficientes. En algún momento creo ver a Raúl algo desesperado, incluso diría que aturdido y desconcertado, a la vez que procura no alzar la voz más de lo que yo mismo la hubiese alzado si mi pareja se pasase la tarde sentada conmigo ante un café, mientras pone en tela de juicio no solo mis sentimientos hacia ella sino también la certeza que yo tuviese acerca de los mismos.
¿Cómo puede alguien demostrar a otra persona que sabe que la quiere? ¿Cómo lograr que esa persona lo sienta en lo más profundo de su corazón sin ningún género de dudas? No lo sé. Quizás todo se reduzca a una cuestión de confianza o de fe. Aún así no dejo de preguntarme cómo puede ella estar tan segura de lo que siente por él, y a la vez dudar tanto de lo que él dice sentir por ella. A Raúl no parecen asaltarle las mismas dudas que a Laura y, de ser así, ni siquiera las plantea como ella lo hace, aunque solo sea para darle la vuelta a su argumento. Me pregunto si detrás de tanta incertidumbre habrá algo más grave, alguna razón de peso que permanece oculta para quienes escuchamos sin querer su conversación. ¿Una infidelidad quizás? Algo me dice que, si alguien se quedará sin respuestas esta tarde, seré yo.
Desde mi posición, sin conocerles de nada ni haberles visto nunca, sin dejar de observarles disimuladamente, sentado un par de mesas más a la izquierda de la suya, centrado en analizar el tono de sus voces y cada una de las miradas que él le dirige, mientras ella baja la suya al finalizar cada una de sus preguntas, diría que él está enamorado, perdidamente enamorado de ella. “Nadie te coge la mano de esa manera si no te quiere de verdad”, le habría dicho a Laura si fuésemos algo más que unos perfectos desconocidos. Pero guardo silencio. Y de pronto, ellos también.
Permanecen así unos minutos. Su silencio parece haber acallado el resto de voces que se escuchaban como susurros que deambulaban por todo el local. Laura, con sus manos posadas sobre la mesa, una sobre la otra, con la mirada perdida y los ojos vidriosos. Raúl con sus manos cruzadas, como si estuviera a punto de realizar una plegaria, sin decir ni una palabra, sin poder disimular la desesperación y la tristeza que se dibujan en su rostro. En ese instante uno de los camareros se acerca a su mesa para preguntarles si desean tomar algo más. Mientras recoge las dos tazas de café, que intuyo vacías, solo Raúl rompe su silencio para contestar con un “no, muchas gracias” y añadir un “tráiganos la cuenta, por favor”. Él paga las consumiciones mientras ella se pone el abrigo y coloca el bolso sobre su hombro con una lentitud que me transmite abatimiento. Y juntos, se van.
Raúl abre la puerta y Laura sale primero. Dan algunos pasos, bordean el local y se detienen unos instantes delante de la enorme cristalera desde la que puedo observarles de nuevo, esta vez sin necesidad de esforzarme en el disimulo. Raúl la contempla de frente mientras ella no levanta la mirada del suelo. Veo cómo él pasa sus manos por las mejillas de Laura, mientras ella permanece impasible, y eleva suave y lentamente el rostro hasta situarlo frente al suyo. Puedo ver, en ese preciso instante, las lágrimas que unos minutos antes Laura intentó contener a duras penas dentro de aquel café y que ahora brotan libremente de sus ojos, allí, en plena calle, atestada de gente que pasea ignorante de lo que sucede entre ellos dos. Y entonces Raúl la besa de una manera que solo he visto en las películas, en esas en las que el amor siempre triunfa porque es el de verdad, el que siempre puede con todo. A aquel beso le sigue un abrazo en el que se funden durante unos segundos. Y yo siento que mis mejillas están húmedas. Tras secármelas con la mano descubro que no soy el único que contempla aquella escena reconciliadora. Raúl y Laura nos tienen hipnotizados. A todos.

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